Al ver sucederse los bombardeos en Yugoslavia, las filas de refugiados albano-kosovares y las grillas de los poderosos se piensa que hay en el mapa de Europa lugares trágicos que parecen atraer la guerra y retenerla en el cuerpo de sus hombres. Cambian en el transcurso de los siglos los medios de combatir que la humanidad va inventando; a la honda y a la maza del hombre primitivo sucede el hierro forjado; el arco y la flecha de la edad antigua y el arcabuz más tarde y luego el cañón. Después las bombas modernas y los misiles telecomputarizados que hoy siembran la muerte y el pánico y arrasan a los hombres con furor sádico y sin embargo los lugares para la contienda siguen siendo los mismos.
Entonces, como ahora, se guerreaba por amor al dinero. Nadie ha pretendido conquistar nada por imponer un ideal o simplemente por mejorar la condición humana. Los pueblos se han batido casi siempre por un interés económico, que enmascaran el instinto de muerte descrito por Freud. Las guerras religiosas son excepcionales. Pero la guerra ha progresado. El armamento moderno es más piadoso; mata antes o pasa de largo y no se le ve la cara al adversario. La previsión científica de los hombres siembra un campo de cadáveres. Por el aire vuelan a gran velocidad, invisibles objetos que no se sabe de donde parten. A kilómetros de distancia se pueden enviar los enemigos a la eternidad sin que se enteren de quién les hizo el favor. La guerra moderna progresa. En corto tiempo, gracias a la perfección del armamento, se vacían los países y dejan regueros de refugiados por las carreteras. Total, estos son problemas sentimentales que incumben al pensador, el poeta y el literato. Los pueblos no tienen, por desgracia, voz en el capítulo que decide su suerte.
Todo conspira a la sedimentación de la barbarie. Toda la energía interior de la humanidad se orienta en una dirección: la muerte. Las capas de cultura sobrepuestas en el espíritu parecen harto frágiles para oponerse a la irrupción de los instintos bárbaros que se cuartean y se desmoronan.
A partir del inicio de la guerra en Yugoslavia la conciencia humana se rige por otro meridiano inconsciente: la pulsión de muerte.
Matar al prójimo, no importa la forma, es un goce y hasta un honor. Lo que ocultaríamos con horror como un crimen es pregonado con orgullo por los modernos medios de comunicación.