El arzobispo Juan Sandoval Iñiguez y Carlos Salinas de Gortari sufren la inoculación del mismo virus: el de la megalomanía que no le quiere rendir cuentas a nadie de sus dichos ni de sus actos. El clérigo lanza veredictos morales que quiere ver transformados en acciones penales contra los que no opinan como él. Por su parte, el ex presidente, en un texto reciente, vuelve al cuento de que su sexenio fue ejemplo de modernización democrática. Ambos no aportan pruebas, esperan que la opinión pública les crea nada más porque ellos lo dicen.
Jorge Carpizo está muy lejos de ser santo de mi devoción. Tuve y tengo muchas dudas acerca de su explicación de que el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo fue asesinado por confusión de las bandas de narcotraficantes en el aeropuerto de Guadalajara. Sin embargo, tiene razón cuando exige que Sandoval Iñiguez presente jurídica y/o públicamente las pruebas que dice tener sobre lo que realmente sucedió hace seis años en la capital de Jalisco. En este punto, el ex procurador ya puso en dificultades al arzobispo, por la sencilla razón de que los altos clérigos no están habituados a dar razones de sus pareceres. Si esto es verdad en general para los llamados "príncipes de la Iglesia" (católica), se acentúa más en personalidades como la de Juan Sandoval Iñiguez. El también cardenal es prepotente y trata con desdén a los reporteros que se atreven a más o menos cuestionarlo sobre temas sensibles para la catolicidad romana. El prelado concibe a las instancias gubernamentales como meras cajas de resonancia de las convicciones eclesiásticas, y las autoridades que se prestan a ello son de su total agrado, como es el caso del gobernador panista en Jalisco.
Si Sandoval Iñiguez cuenta en su haber con elementos para probar que Carpizo manipuló algunas evidencias en el caso Posadas (evidencias que bien manejadas arrojarían elementos para saber qué pasó realmente en el estacionamiento de la terminal aérea), entonces debe hacer del conocimiento público la información que tiene. Porque la querella del arzobispo con Jorge Carpizo debe trascender la cuestión del prestigio que cada uno de ellos pueda tener en sus círculos de influencia, es necesario que la confrontación sea abierta y racional. Mal haría el clérigo si lograra en cabildeos secretos lo que rehuye hacer en la plaza pública, es decir, usar lo que sabe para ganar espacios ante el poder político, pero dejar de lado a la sociedad que debiera ser la principal beneficiaria de que se conozca la verdad.
Por su parte, Salinas de Gortari acaba de dar una muestra más, por si hiciera falta alguna, de que en su caso el virus de la irrealidad ha hecho de él una de sus más preciadas presas. En la revista Nexos de este mes, el ex presidente se revela iracundo contra Jorge G. Castañeda porque éste hizo un balance crítico del sexenio salinista. El autor de La herencia, en carta que aparece en la misma entrega de la publicación mensual, adelanta que va a responder puntualmente a los desvaríos del hombre de Dublín-La Habana. Creo que en una acción bien medida Salinas hace como que busca polémica con Castañeda, cuando en realidad su objetivo es atizar el fuego de las candidaturas del PRI y el PRD para las elecciones presidenciales del próximo año. El frustrado dirigente de la Organización Mundial de Comercio, recordemos que no llegó a presidir el organismo porque a tiempo se enteraron en él de los antecedentes incómodos del ex presidente, sigue obstinado en propagandizar las supuestas transformaciones que hizo para bien del país y sus habitantes. Las cifras a que recurre para convencer a los lectores de que México estuvo a punto de convertirse súbitamente en un país del primer mundo, son las mismas que en su sexenio maquillaron los salinasnomics boys para presentarlas en cuanto foro mundial se pudiera.
El fantasma de la ilegitimidad no ha dejado a Carlos Salinas en paz un solo día desde aquel 6 de julio de 1988, cuando gracias a un fraude cibernético se encaramó en la Presidencia de la República. Le echa en cara a Castañeda haberse vinculado a un "proyecto que resultó derrotado en 1988" y en consecuencia "...encerrarse en una oposición a ultranza, la cual lo ha llevado al maximalismo (y que tiene derivaciones peculiares, como su obsesión en tratar de probar que en 1988 no perdieron)". En otra parte del texto hace una referencia semejante a la citada, por lo que parece obsesionado en demostrar que sí ganó en 1988. En su texto de la revista y en la entrevista que aparece en La herencia, Salinas de Gortari abunda en inferencias que demuestran, según él, que el resultado de las urnas hace once años fue favorable a su candidatura. Los estudios y proyecciones electorales más sólidos que se produjeron entonces van en sentido contrario. Pero eso lo tiene sin cuidado, él sigue replicando el virus que se reproduce con vigor entre la mentira.