Con su lanzamiento como abanderado del "formidable" Partido del Trabajo (PT), Cuauhtémoc Cárdenas condena a la endeble, aunque necesaria, Alianza Opositora a una muerte prematura. Fuerza, también, a la misma Alianza de la Izquierda a una lucha intestina que, sin duda, la desgastará. Bien podría llegar, tal conflicto interno, a marginalizar su esperada penetración en las simpatías electorales ante los remilgos panistas de concurrir con sus fuerzas, que son apreciables, para garantizar un factible triunfo en las caprichosas urnas del 2000. Los dirigentes (históricos) del PAN, ni tardos ni perezosos, pusieron la suficiente tierra de por medio para salvar sus escasas pertenencias. Las pocas que los "amigos de Fox" les van dejando en este su camino de pleitos burocráticos por las parcelas de poder que le han "arrebatado" al PRI. La decisión de CCS les ha dado la excusa a modo para interrumpir la búsqueda fingida que habían iniciado.
Sin ninguna justificación abierta salvo sus urgencias personales, Cárdenas se lanzó, contra lo que textualmente mandan los estatutos de su partido, a la lucha por la presidencia a través de un sinuoso camino que mucho le ha de costar. Pero mientras otras cosas suceden, los perredistas han quedado sin voz y menos con la energía para declamar, como lo han hecho en repetidas como justas causas, su apego a la legalidad, la disputa crítica y la apertura en las formas. En lugar de ello, se voltean y urgen a Porfirio para que cese sus "ataques" a CCS.
El líder histórico del PRD se les fue con un vecino inesperado y que no porta aceptables credenciales para ser el origen y la simiente de una coalición respetable. Más aún si se toman en cuenta las puntillosas normas para definir a los aliados o compañeros para un viaje en pos de las preferencias ciudadanas que ha pregonado el PRD. El cuestionado Narro y su jefe intermedio Alberto Anaya han proclamado a Cárdenas, mediante el invalidable voto "casi unánime" de sus agremiados incondicionales, como su candidato oficial a la presidencia. Vaya pergamino que porta en su bolsillo Cárdenas. Lo menos que puede decirse es que está tan agujereado como los cientos de millones de pesos que el gobierno de Carlos Salinas, a través de Solidaridad, le invirtiera a ese experimento norteño de la izquierda social. Si todavía se tienen dudas, habría que preguntar por la campaña que llevó a cabo Cecilia Soto y que, para el PT al menos, representó el acceso a cientos de millones de pesos en apoyos públicos (IFE) al obtener un 5 por ciento de los votos (94). Dineros que han ido quedando a disposición de una dirigencia que poco ha sido auscultada por la ciudadanía pero que, con seguridad, los ha empleado siguiendo una serie de "estrictos criterios personales".
Las indignadas reacciones de Porfirio no se han hecho esperar. Nada hay en sus afirmaciones que no encajen dentro de una lucha normal, aunque descarnada, por el poder. Son las que un contrincante de calidad elevaría ante los movimientos sin concierto que sus rivales, en este caso CCS, hacen para imposibilitar su ascenso a lo que él juzga como su oportunidad debida. A juzgar por las encuestas publicadas, son ya muchos cientos de miles, quizá millones de mexicanos que vienen apreciando a Porfirio como un candidato aceptable para disputar la presidencia. Por el contrario, la marcada caída de las preferencias por Cárdenas, es indiscutible muestra de un juicio colectivo que ya no será condescendiente con un político al que mucho le ha sido perdonado, que tuvo su oportunidad de gobierno y la está mal gastando. Y no es tanto su desempeño como encargado de los asuntos de la gran ciudad de los mexicanos lo que le atrae animadversiones, sino el talante con el que enfrenta los cuestionamientos que se le hacen y sus arranques de caudillo.
El usado señuelo de las celadas priístas (que existen) y las campañas millonarias en su contra (que se dan), muchas de ellas torpes, gratuitas e ideologizadas, no son la causa eficiente de su declinación en la aceptación pública. Lo son sus cortantes, ríspidos desplantes con los que matiza su propia conducta. Las continuas negativas, las amnesias, las evasivas de Cárdenas a contestar las preguntas de los reporteros, fundamentalmente de radio y televisión, transmite actitudes chocantes a la población que lo escucha o lo ve.
Ningún partido de la oposición quiere aparecer como reactivo a la posibilidad de las alianzas. Quieren mostrarse como abiertos a la búsqueda de una alternancia que sería, a ojos de muchos, la consolidación de la dilatada transición democrática. El PRD ha llegado a obtener un mandato de su Consejo Nacional para trabajar en esa dirección que, ahora, se pone en entredicho. Las negativas de los perredistas a enjuiciar con energía lo que ha sucedido, sobre todo ante la creciente evidencia de las reacciones habidas, los hace aparecer como carentes de la voluntad para recomponer hechos que los afectan de manera central.