La región de San Quintín, en Baja California, generalmente la conocen los mexicanos porque allí existe uno de los distritos de riego más importantes de la región, y por la lucha que llevan a cabo miles de migrantes, especialmente oaxaqueños, por lograr niveles de vida dignos. También es conocida por los graves problemas derivados de la aplicación de plaguicidas en los campos de cultivo. En cambio, se desconoce la importancia de la bahía y la franja costera de San Quintín, la cual milagrosamente no presenta todavía los daños que distinguen a otras en el resto del país. Por el contrario, la acuacultura de ostión y almeja se efectúa por procesos naturales, sin depredar, y rinde al año más de 2 mil 500 toneladas de moluscos con alta demanda.
Prácticamente toda la bahía y sus riberas conservan su rica biodiversidad por lo que son sitios de descanso y anidación de aves migratorias y de desove de peces de importancia comercial. Igualmente permiten la actividad de un limitado turismo no depredador que se dedica a la pesca y a ciertas actividades cinegéticas. Pero esas cualidades poco divulgadas de San Quintín pueden desaparecer por las presiones económicas y políticas de poderosos inversionistas interesados en establecer en la ribera de la bahía dos multimillonarios proyectos turísticos.
El primero permitiría el acondicionamiento de espacios para albergar dos mil tráileres, provenientes de Estados Unidos. Habría canales con trampas para facilitar el acceso de vehículos acuáticos a la bahía. El segundo, incluye un complejo hotelero con unos cuatro mil cuartos, tres campos de golf, varios clubes deportivos, entre ellos uno hípico, marinas para cientos de yates. El complejo se extendería sobre una superficie de 900 hectáreas, en las cuales existen vestigios históricos y arqueológicos muy importantes. El capital para este nuevo negocio provendría de inversionistas del vecino país del norte. Como sucede cuando se presentan para su aprobación este tipo de megaproyectos, sus promotores lo califican de ``ecoturístico'', donde el medio será respetado y hasta enriquecido, mientras el país se beneficiará con la creación de empleos, la demanda de insumos, el ingreso de divisas y el impulso a las actividades comerciales, agrícolas y de servicios regionales. El mejor de los mundos.
Las autoridades ambientales no conceden aún los permisos para efectuar ambos proyectos. En cambio, la comunidad local, que lleva décadas viviendo de un manejo sustentable de los recursos, los centros de investigación, los grupos que luchan por conservar el medio (como Proesteros) y varias instancias gubernamentales están en contra de arruinar lo que se ha salvado de la destrucción y de la contaminación, y porque hay problemas que comienzan a afectar el cuerpo de agua certificada más importante del país en la producción de moluscos, debido a la presencia de un número mayor de granjas acuícolas. Una de las áreas costeras con menos contaminación es precisamente San Quintín, lo cual le confiere mayor importancia, pues lo que en ella se obtiene en buena parte se exporta al exigente mercado de Estados Unidos.
Con razón, entonces, hay oposición a los dos proyectos. Conocen muy bien la experiencia de otras regiones donde los desarrolladores turísticos ofrecieron las perlas de la virgen y conservar el medio. Y mientras, las autoridades no logran poner orden ni hacen respetar la legislación vigente.
Baste citar al respecto lo que sucede en Cancún y en la ahora denominada Riviera Maya, o en otras áreas costeras del Pacífico, que albergan la llamada industria sin chimeneas. La alteración del entorno ha sido incontrolable. Y en vez de generar una mejor distribución del ingreso y la riqueza locales, han creado pobreza y asentamientos humanos miserables a distancia prudente del lujo de hoteles y servicios conexos.
Ninguno de los que se oponen a los citados proyectos son enemigos de las actividades económicas que benefician al país. Por el contrario, saben de la necesidad de crear empleos y utilizar los recursos de manera sustentable. Es lo que, pese a ciertos problemas superables, se da ahora en la Bahía de San Quintín y áreas aledañas. Por eso su firme deseo de conservar lo bueno con base en un ordenamiento territorial que permita, sin depredar, alentar las actividades acuícolas, la pesca y el ecoturismo. Algo que los funcionarios también repiten en sus discursos, pero que olvidan con enorme facilidad. Ojalá no lo hagan en San Quintín.