ƑExiste miopía en la materia?
Biotecnología trasnacional
Abraham de Alba Avila
En recientes colaboraciones se ha presentado la cara "amable" de la biotecnología. No pretendo actuar como abogado del diablo, pero sí quizás recobrar la discusión de los nuevos retos que enfrentamos no únicamente los científicos, sino los consumidores al ver que hay tecnologías que por su demanda de recursos (de todo tipo) sólo pueden ser solventadas por laboratorios privados.
Los retos éticos que empezaron con Dolly en realidad están más cerca de lo que creemos. Nadie en principio quiere admitir que para que la biotecnología (en este caso transgénica) sea aplicable, se tiene que hacer "ciencia por fuerza bruta", es decir, introducir genes de otro organismo no es, en la mayoría de los casos, un proceso claro y predecible, es casi una ruleta de "a ver qué pasa".
Eso quiere decir que las megacompañías (compañías químicas, productoras de plaguicidas y también de semillas agrícolas extremadamente bien integradas) han optado por "aprender" con problemas que no son nada nuevos. Estoy pensando en la plétora de transgénicos a los que se les ha implantado algún gen que produce la toxina del organismo del suelo Bacillus thuringiensis ųBt para los conocedores (yo soy aprendiz)ų, la cual es letal para larvas herbívoras (generalmente lepidópteras) y en cambio no lo es para las carnívoras (por decirlo de alguna manera). Curio-samente, este biocida que ha saltado a las noticias recientemente, es bastante "viejo" (1913). (Ver www.grain.org/ publications/set98/set982.htm).
Por algún extraño ejercicio de la mente, muchos fueron los que pensaron que al ser biológico no tendría que estar a la merced de las reglas evolutivas que cualquier estudiante de ecología conoce, es decir, la carrera armamentista que existe entre "predador" y "presa", o la resistencia a cualquier toxina o veneno a través de generaciones en las que los sobrevivientes van dejando sus genes expresándose en la población. Pero, y es un pero bastante grande, en el contexto de agricultura mal llamada orgánica ųno utiliza ingredientes sintéticosų, el Bt entra en un esquema de manejo integrado de plagas, es decir, hasta que no existe una población insectil suficientemente grande y amenazante del cultivo, se aplica.
Indudablemente que el abuso de la toxina va en detrimento directo de los que se benefician de su utilización. Se le trató de sacar la vuelta a este hecho utilizando diferentes razas o tipos del mismo organismo, aunque se dieron cuenta rápidamente que por ahí no era la cosa. Para darse una idea de la dimensión de lo que estaban dejando de ganar los gigantes químicos, en Estados Unidos, en 1992 se trataban con Bt 52 cultivos en unas 809 mil hectáreas. La biotecnología les dio la llave, y para un solo organismo, el Bt, hasta 1998, existían registradas 482 patentes, en las que la Dow controla una quinta parte.
Prácticamente es posible introducir estos genes en cualquier cultivo, de hecho hasta en arboles como el manzano y el nogal. Ya se darán cuenta de lo absurdo de este juego, que se convierte en una profecía autocumplida. La eficacia de cultivos con Bt es mínima, aunque desconocida. El año pasado, la Unión de Científicos Preocupados (UCS ųmi traducciónų), ya había publicado un reporte, en www.ucsusa.org. Catorce entomólogos fueron citados por la EPA de Estados Unidos, quienes reconocieron lo inevitable del desarrollo de resistencia y no se pusieron de acuerdo sobre alguna recomendación. Tarde pero seguro, la Novartis (una de las megacompañías productora de transgénicos) desesperadamente se dio cuenta de que lo invertido en maíz Bt podría colapsarse más rápido de lo planeado y estableció incentivos económicos a los productores que establecieran cultivos "refugio", es decir, que no fueran transgénicos. El triste hecho es que apenas ahora se están estableciendo los experimentos que determinarán el tamaño de estos "refugios" y si sirven, cuando en EU el maíz Bt se utiliza en 19 por ciento de los campos.
Es deprimente que en países europeos (Science número 5 mil 399) la oposición pública a la introducción velada de estos cultivos (sin control de quien los siembra y sin etiquetar los productos que se hacen con ellos) ha sido inusitada y que en México y otros países el público no sabe de qué son sus tortillas, ni si el maíz autóctono de nuestro país será afectado en su diversidad genética ųaunque el Inifap establece que no se sembrará en México (La Jornada, 15 de febrero de 1998, p. 43), Ƒpero el importado?).
Probablemente la única razón por la que no les interesa introducirlo en México (contra Argentina, por ejemplo) es porque no somos exportadores, más bien todo lo contrario.
Esa es una historia, la otra es todavía más surrealista, tiene que ver con la incorporación a cultivos propiedades tolerantes a los propios herbicidas que la compañía produce, por ejemplo, el gigante Monsato y el herbicida Roundup, un glyfosato. Algunos piensan que aunque se aplicaran menos pesticidas, esto dista mucho de la realidad (ver Grain, en Biodiversidad número 18), y además compañías medianas desaparecen con el consiguiente peligro de un monopolio entre gigantes. Por otro lado, se incrementa la dependencia sobre una cantidad reducida de herbicidas. Incluso existe evidencia de que algunos (bromoxynil) pueden crear problemas más grandes al ser metabolizados por las plantas (más historias en Rachel número 638, www.rachel.org).
En 1997, Monsato logró plantar 5 millones 735 mil 813 hectáreas en el mundo con cultivos resistentes a herbicidas. Esto incluye 4 mil 47 hectáreas de algodón en México (The gene exchange, UCS, 1997), aunque la UNORCA (La Jornada, 9 de febrero de 1999, p. 28) habla de 100 mil hectáreas de algodón y tomate. Esta miopía no ve las probabilidades de crear supermalezas inmunes a herbicidas e insectos resistentes que ataquen a cultivos que no son transgénicos y de afectar a las redes tróficas naturales que dependen de los insectos herbívoros ųlas monarcas, por ejemplo (Science número 5,399).
Es claro que los
intereses de estas compañías están apoyados por
la nación más poderosa del planeta, cuando sus propias
instituciones que supuestamente protegen a sus consumidores no han
cuestionado en ningún momento la forma en que se está
llevando a cabo esta nueva revolución. No es casualidad que la
Monsato haya sido patrocinador en la reelección de Clinton. Mi
argumento no va contra las nuevas tecnologías; admito que
aunque estamos pagando aún la mal llevada revolución
verde (en contaminación de agua y suelo, amén de
estrógenos ambientales), si ésta no se hubiese realizado
habría más gente hambrienta de la que hay hoy. Mi alarma
es que estos intereses comerciales se están anteponiendo a
decisiones éticas y científicas sobre el impacto de
estos cultivos transgénicos mucho antes de establecer mas
allá de la duda razonable su inocuidad. A estas alturas no
tomamos conciencia de los impactos de la agricultura industrializada y
ni siquiera los mismos estadunidenses escuchan al Consejo para la
Ciencia y Tecnología Agrícola (www.cast-science.org)
sobre los beneficios de una agricultura diversificada. "Y mientras
tanto, la gente ordinaria en todo el mundo está siendo robada
de los métodos ecológicamente inofensivos, sustentables
y existentes libremente para controlar las plagas de insectos. Como
resultado, nuestro ambiente es biológicamente más pobre,
nuestra agricultura es más precaria y nuestros competitivos
insectos son más efectivos (www.grain.org)".
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