Hermann Bellinghausen
Las larvas ponen

Los años pasan de cualquier manera, no hay de otra. Y lo que un día nos consumió la atención y la curiosidad rebasada, con el tiempo deviene recuerdo. Qué novedad.

El futuro alcanzó a Során, a Brenda y a todos; allí donde les tocaba, si es que las retrospectivas son explicaciones. Los Carlitos, que ya nadie volvió a llamar así, llegaron lejos, como era de suponer. Hijos de tigre, pintitos, hicieron carrera, actualizaron las dimensiones del cacicazgo patriarcal, los ranchos se volvieron hoteles. Ocuparon siempre que se pudo cargos en el gobierno del estado, se adueñaron de casi todas las playas y eventualmente algunos cayeron en prisión, porque también para gente así lo inevitable existe, y jugar el corazón al poder es apostarlo a un desenfreno. Y como en cualquier apuesta, a veces se atina, y a veces se falla.

* * *

En el transcurso de las explicaciones, que fueron varias pero insuficientes, Során le dijo a Brenda:

-Las larvas ponen.

-¿Ponen qué? -preguntó ella.

-Tienen un efecto, si se adhieren a la piel por tiempo prolongado.

-No capto.

-¿Viste Olegario cómo estaba cuando lo alcanzamos? ¿Te acuerdas de lo primero que dijo cuando recuperó el habla?

-Claro que me acuerdo.

-¿Te hubieras imaginado a uno de ellos reconociendo esas cosas? Las larvas producen un cambio en la reacción de la memoria. La cosecha de la marisma, que siempre te ha parecido inútil, a través de los intermediarios de Puerto Reyes, y de ahí a la Bolsa de Productos del Mar en la capital del estado, acaba en la industria farmacéutica, y lo que a nosotros nos pagan a granel y una miseria, se exporta y vende en frascos de vidrio rojo, a precio de oro. Un lujo de botica.

-¿Por qué rojo siempre?

-Es el color que les toca. Es la tradición. Y porque al transformarse y salir adultas al océano, las larvas producen una baba roja que, en temporada, hace que la marisma parezca sangre.

-Su efecto ¿es que te hacen hablar? -preguntó Brenda.

-Su efecto es que te impiden mentir.

-No entiendo.

-Yo tampoco.

* * *

Cuando Brenda se hubiera liberado de su primer hombre, y otro par de fulanos más, y encerrado el coco en la Filosofía del Derecho para desembocar, a buena edad, en el Derecho Laboral, firme al lado de los sindicatos libres, contaría como quien lo ha soñado, quitando con los dedos las telarañas del olvido, el momento en que el ladrón en desgracia, poniéndose de pie y chorreando la viscosidad de las larvas de color oscuros e indistinto, se soltó a perorar en medio de un acceso de llanto.

Ya se habían juntado curiosos, y se seguirían juntando. Los que lo conocían, tardaron en reconocerlo.

-Ah, es Olegario.

-¿Qué le pasa?

-¿Y sus amigos?

-¿Qué trae encima?

-¿Se habrá vomitado?

-Cómo crees que tanto.

-Está empapado.

-¿Y ese tambo?

-Mira qué ojos.

-Hay que llamar una ambulancia.

-Pérate.

Y Olegario , rodeado de curiosos, confesó, sin que le preguntaran, todo lo que habían sido rumores sobre el Grupo Cívico Independiente. Los trabajitos para las autoridades, y los trabajitos para su propio interés, los fraudes electorales en la sociedad de alumnos, el tráfico de exámenes e influencias, y el fallido tráfico de lo que no venía en el tambo, y con lo cual pensaban hacerse ricos.

Eran de posición acomodada, como se dice. Ya la historia contraría que se hicieron muy ricos, pero no así. O sí con eso, pero en otra parte, y en otra historia.

* * *

-¿Sabes qué dicen los tuareg? -dijo Során en una de esas.

-¿Los qué? -dijo Brenda.

-¿Has oído de los bereberes?

-De esos sí -dijo Brenda.

-Pues los tuareg son algo parecido. Nómadas del desierto, tú sabes.

-¿Y qué dicen?

-``Se te juzga por el color de tu camino'' -citó Során.

-¿Y eso qué significa?

-Pues eso.

* * *

Por parte de Ramal, la explicación sonó absurda para todos menos Során. Una mañana la madre le había dicho a Ramal que el hijo iba a necesitar unas larvas, que preparara un tambo chico y las llevara personalmente. El buen hombre, sin costumbre de viajar por tierra, hizo lo que su mujer proponía no como petición ni orden, sino como encargo de la necesidad.

Ese fue la parte de la explicación que menos clara le quedó a Brenda, por más que interrogó a Során. Llegó a pensar que todo había sido una anomalía.

Al cabo de sus estudios, Során regresó a su tierra, cerca del agua, a trabajar en los derechos humanos, que son los únicos derechos que le importan. De vez en cuando se ve con Brenda, en la ciudad, en una marcha, una fiesta, un congreso, un entierro o un bar. No son de café. Odian los cafés, y también las citas. Eso le encanta a Brenda. Que no se buscan, nada más se encuentran. Lo malo es que casi nunca. Lo bueno es que se encuentran.