A pesar de todo lo que ha pasado, o acaso precisamente por ello, se incrementa el riesgo de que en el periodo extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión, que comienza este lunes, y merced a un acuerdo del PRI con el PAN, se aprueben las modificaciones a los artículos 27 y 28 de la Constitución, y las leyes secundarias que restructurarían la industria eléctrica nacional. Sigue sorprendiendo el obsesivo ánimo gubernamental por sacar adelante y de manera por demás acelerada estas transformaciones (cuatro meses no son nada para cambio tan trascendente), máxime cuando resulta evidente que no sólo hay muchos desacuerdos con la iniciativa gubernamental, sino, incluso, una falta de cuidadosa y serena reflexión sobre muchos aspectos de delicadeza extrema. Esta reflexión, amplia y socializada por lo demás, debiera realizarse antes de los cambios constitucionales que, parece, quieren lograrse a toda costa y a cualquier costo. Pero, además, hay un tremendo contrasentido: por un lado se crea una comisión de legisladores para reunir información y analizar la situación de las empresas eléctricas y, con ello, dar solidez y base a una trascendente decisión; pero, por otro y al margen de esta tarea del Poder Legislativo, se impulsa un intenso y oscuro cabildeo para sacar, a como de lugar, los cambios constitucionales cuando, por el contrario, en un ánimo realmente constructivo, el cabildeo debiera sustentarse en ese trabajo de acopio y análisis de la información que, sobre las empresas eléctricas estatales, realiza la comisión de la Cámara de Diputados. Más aún, esta tarea debiera ser el inicio de una actitud permanente de supervisión y evaluación del funcionamiento de las empresas eléctricas, coadyuvante con las actividades de los organismos reguladores (tristemente convertidos hoy en promotores mercantiles de una iniciativa gubernamental, más que en verdaderos constructores y garantes de dicha regulación); pero también de las actividades realizadas por trabajadores, técnicos y especialistas, para hacer posible y permitir un cambio no sólo mucho más fino de la industria, sino mucho más legítimo socialmente. Nunca un albazo dará legitimidad a un cambio tan importante.
Insistimos una vez más; por las particularidades que se registran en la industria eléctrica ųsin duda también en la petroleraų, el Congreso de la Unión debiera contar con un cuerpo de técnicos y profesionales que, continua y permanentemente, apoyaran a los legisladores en esta tarea fundamental para la sociedad. No es fácil para diputados y senadores saber las metodologías más adecuadas para estimar los costos de la industria eléctrica y, en consecuencia, establecer tarifas adecuadas y justas; asimismo, el de las bases para determinar quiénes, por qué razones y en qué monto deben ser beneficiarios del subsidio eléctrico; sin olvidar, para sólo indicar dos más entre otros, el de las normas que debieran cumplirse para garantizar que el proceso de generación, transmisión y distribución de electricidad sea lo más respetuoso posible no sólo de la naturaleza y el entorno ecológico y ambiental, sino de las condiciones de vida de la población, de las comunidades; o, para sólo señalar uno más entre otros de extrema importancia, el de la relación que ųpodemos esperar o buscarų, debieran tener en el futuro próximo la industria del gas natural y la industria eléctrica, en virtud de que el cambio técnico y la baja de costos en el proceso de generación dependen, en lo fundamental, de la disponibilidad de gas natural.
Frente a la magnitud de aspectos como estos ųde delicadez extrema para el buen funcionamiento de la industria y de grandes implicaciones para el bienestar de la poblaciónų, no se puede ser complaciente o superficial al analizar y evaluar el funcionamiento de las empresas estatales.
En este contexto ųuna vez más hay que decirloų, sería un contrasentido que en este periodo extraordinario de sesiones del Congreso de la Unión, se aprobara una propuesta gubernamental que cambiaría radicalmente el esquema de funcionamiento de la industria y que, al menos hasta el día de hoy, no ha mostrado ni su justeza, ni su pertinencia frente a los problemas como los mencionados, al abordar en el marco de una visión maximalista que hace descansar en el demiurgo de la competencia, la solución de todos los problemas, las transformaciones de una industria que, sin duda y por su dinámica demanda y sus condiciones técnicas de producción, tiene un futuro promisorio en nuestro país. Por todo ello, nada serían tan aberrante, regresivo y lamentable como un albazo.