MAR DE HISTORIAS
La edad de Cristo
n Cristina Pacheco n
Herminia vuelve a contar las sillas: son nueve. Nunca hubo tantas en su sala. Ahora se ha convertido en una especie de teatro. A él van llegando los amigos y vecinos que se enteraron de lo ocurrido con Demetrio y quieren conocer detalles de la tragedia.
A Herminia no deja de sorprenderle que tantas personas se interesen por su marido sólo cuando ya ha muerto. Antes no hubo quien le preguntara a Demetrio: ƑQué te pasa, por qué tan triste? Ni siquiera ella lo hizo; se limitó a esperarlo y a repetirle: "Acuérdate de que Dios aprieta pero no ahorca".
Herminia oye una tos seca, desgarrada. La interpreta como una exigencia. Sin pensarlo, con el ánimo de terminar lo antes posible, alista de nuevo su relato. Partirá de ese jueves que se ha convertido en clave de su vida o de su muerte. Quién le asegura que no terminará pendiente de una viga como Demetrio. Nadie puede decirlo, ni siquiera ella misma. Y eso que su madre le enseñó que Dios aprieta pero no ahorca.
II
"El jueves Demetrio se levantó, como todos los días, a las cinco de la mañana. Se acostumbró a madrugar desde que andaba de jornalero en el campo. Faltó el trabajo y nos vinimos para acá. El siguió levantándose a la misma hora. Le sirvió de mucho cuando empezó a ocuparse de albañil. Demetrio era el primero en llegar a las obras y el último en salir. Regresaba a las nueve de la noche, bien cansado. Cenaba y se iba a dormir. A la mañana siguiente lo mismo y por la noche igual. Así estuvimos seis años: él trabaje y trabaje, yo tronándome los dedos para que me alcanzara con lo poquito que él ganaba".
La puerta de lámina se abre con un chirrido desagradable. Los vecinos y amigos que escuchan a Herminia se vuelven y miran con disgusto al recién llegado. El va directo hacia la viuda y se inclina para excusarse: "Vengo llegando de Tampico y me enteré... No sabe cuánto lo siento". Herminia se disculpa por no tener otra silla. El hombre sonríe, se acomoda en un rincón, al lado de una muchacha embarazada, y desde allí murmura: "Me contaron que fue el jueves..." Todos asienten con la cabeza y Herminia continúa su relato.
III
"Al principio el trabajo no le faltaba a Demetrio. Aunque fuera en obras chicas, siempre conseguía que lo ocuparan porque, lo que sea de cada quien, era muy bien hecho. Pensamos que así iba a seguir nuestra vida, hasta que dejaron de contratarlo.
"-ƑPor qué?- le preguntaba yo.
"-Porque dicen que ya no soy tan joven -me respondía.
"-Pero si acabas de cumplir 33 años: no eres viejo.
"-Eso es lo que tú piensas, ellos no."
Otra vez los rumores interrumpen el relato de Herminia. En boca de sus vecinos escucha las mismas palabras con las que tantas veces se solidarizó con Demetrio: "Si te niegan el trabajo porque no sabes hacerlo, de acuerdo..." "Nadie tiene la culpa de cumplir años". "ƑA poco los patrones no envejecen?" El recién llegado comenta:
"Sí, pero en ellos no le hace precisamente porque son patrones".
La joven embarazada se protege el vientre con las manos y pregunta: "ƑAsí irán a decirle a mi muchachito cuando sea grande?" "Tú ahora no pienses en eso, mejor encomiéndalo a Dios para que tu criatura nazca bien". Vuelve a oírse la tos áspera. Juan Luis, el recién llegado, dice con rabia: "ƑEntonces de qué sirve que ahora la gente viva más años si a los 33 la arrumban en el cuarto de los tiliches?"
IV
"Lo mismo decía Demetrio cada vez que regresaba de haber recorrido quién sabe cuántas obras sin que lo contrataran. Y yo, Ƒqué iba a hacer? Pues animarlo, asegurarle que ya saldríamos de la mala racha y sobre todo de suplicarle que no dejara de encomendarse al Santísimo. ƑCrees que con eso me haré más joven? Cuando Demetrio me hacía esa pregunta yo le reprochaba no tener en cuenta que Dios aprieta pero no ahorca".
La frase recuerda a los vecinos de Herminia la forma en que Demetrio se quitó la vida. Algunas mujeres se persignan, los hombres cierran los puños y mueven la cabeza agobiados por el temor y los presentimientos. La embarazada se acaricia el vientre y murmura: "Pobrecito de mi bebé..." La tos se recrudece y Juan Luis tiene que esforzarse para ser oído: "ƑY usted no se dio cuenta de lo que Demetrio pensaba hacer?"
V
"No, él fue siempre de pocas palabras. Hasta el último día de su vida conservó esa forma de ser y la costumbre de levantarse a las cinco de la mañana".
Todos saben que fue el jueves porque aquella tarde escucharon los gritos de Herminia. En camiseta, en fondo, con los hijos en brazos, la cuchara o el pocillo en la mano, los vecinos acudieron al llamado pero no lograron salvarle la vida a Demetrio. Lo único que pudieron hacer por él fue bajarlo despacio, con ternura. Lo colocaron en el suelo y se quedaron mirándolo, como si esperaran su resurrección. En el pecho de Herminia se formaba el aullido que al fin salió de su garganta.
Descargada en parte de su dolor, Herminia se arrojó sobre el cuerpo de su marido y empezó a golpearle el pecho, a exigirle que se pusiera de pie, a suplicarle que no la dejara sola y sin esperanza de tener un hijo. Al fin dejó de llorar y estuvo murmurando palabras que nadie entendió. Por último logró articular una fase: "El no era viejo, acababa de cumplir 33 años, la edad de Nuestro Señor".
VI
Las mujeres se persignaron, los hombres le brindaron el apoyo de sus brazos. Sin la vigilancia de sus madres, los niños se deslizaron por entre las piernas de los adultos para mirar de cerca el cadáver. Uno dijo: "Tiene los ojos abiertos. ƑNos estará viendo?" Herminia olvidó su angustia, se despojó del suéter y lo extendió sobre el rostro de su marido con la esperanza de que él sintiera su tibieza. Luego pensó en voz alta: "Treinta y tres años son pocos para un hombre, no así para Dios Nuestro Señor, que es eterno".
A partir de ese momento la situación se volvió confusa. Alguien trajo a dos policías, después llegó un agente del Ministerio Público, mucho más tarde una corona de crisantemos y la carroza fúnebre. Al final aparecieron las nueve sillas donde están sentados los vecinos. Esperan la continuación del relato aunque todos conocen su final.
VII
"El jueves Demetrio salió bien tempranito. No le pregunté adónde iba porque me lo imaginé: a ver si conseguía algo. Yo me puse a lavar como siempre, rezando para suplicarle a Dios que ayudara a Demetrio. Hasta le dije que era su obligación hacerlo, porque después de todo él había elegido el año en que Demetrio nació.
"Estaba en eso cuando entró Demetrio. Me extrañó que llegara a media tarde. Le ofrecí de comer. No me respondió y se fue directo a la cama. ƑEstás malo? Me agarró la mano y me invitó a sentarme junto a él: -No. Más bien estoy cansado de que en todas partes donde busco trabajo me digan lo mismo: aquí no contratamos personas de su edad. Ya no soporto, Ƒme entiendes? Le pedí que no pensara más en esas cosas: -Duérmete y si no puedes, por lo menos descansa. Mañana será otro día". Demetrio se agarró de mi vestido con mucha desesperación y me dijo al oído: -ƑNo te das cuenta? Todo será igual y yo seré más viejo.
"No supe qué decirle, nomás le puse mi chal encima. Enseguida se durmió. Salí del cuarto y fui al patio para seguir lavando. Al rato volví a la pieza, a ver cómo estaba. Lo encontré muerto, colgado de la viga. Al menos ya no envejeció un día más."