Al filo de la realidad. Alejandro Amenábar, un cineasta español, nacido en Chile y promovido a la celebridad a los 24 años con su primer trabajo, Tesis, de 1996, elabora después, con un guión suyo y de Mateo Gil, otra propuesta interesante, Abre los ojos (1997), en la que combina psicoanálisis y realidad virtual, pero de modo todavía más sugerente, suspenso y fantasía surrealista. Un tema central: la tiranía de la imagen. César (Eduardo Noriega) es el protagonista desenfadado y satisfecho, un joven apuesto que vive, triunfa y domina a los demás gracias a su fortuna personal y a su físico. Casanova irredimible, huye de una mujer que lo asedia, Nuria (Najwa Nimri), conoce a otra que le fascina, Sofía (Penélope Cruz), y una mañana al despertar descubre que la realidad y el sueño se sobreponen haciéndole imposible la existencia. César, el yuppie madrileño atento al culto de su propia imagen, se transforma en víctima de ese mismo culto después de un accidente que le desfigura el rostro. Hasta aquí la sinopsis, cualquier añadido vendería la trama y orientaría falsamente al lector por ese territorio fantástico donde Amenábar ha decidido confundir perversamente las pistas.
Una primera verificación: el gusto cinéfilo de Amenábar, su renuencia a dejar de jugar con cuanta referencia fílmica pueda sugerir su trama. Abre los ojos es una atractiva cinta de suspenso que mezcla el saludo a Hitchcock (Cuéntame tu vida, Spellbound, 1945) con la aclimatación al imaginario personal de temas recurrentes en el cine actual hollywoodense, el poder cibernético, la enajenación del individuo en una tecnología que lo rebasa y somete, "el empalme entre la vida real y la virtual" (Matrix, El show de Truman). Pero hay algo más, una dimensión fantástica, que sin alcanzar la intensidad poética de las películas de otro cineasta español, Julio Medem (Los amantes del círculo polar), sí evoca de modo por demás un tanto obvio la fuerza dramática de figuras como el Darkman, de Sam Raimi, o la enigmático escena final del Blow-up, de Antonioni. Este gusto por el pastiche llega al grado de filmar el beso de una pareja con la cámara girando insistentemente alrededor suyo (un movimiento célebre de Hitchcock).
Abre los ojos ofrece una estructura narrativa eficaz que permite al espectador seguir, sin mayores tropiezos, las peripecias del protagonista en una historia siempre desconcertante. Amenábar, narrador, llega a transmitir muy bien el desasosiego de César, su desesperación ante una realidad que constantemente le ofrece visiones engañosas, y en buena medida logra que el público participe de estas sensaciones. Por esa eficacia misma, y por el poder de sugerencia lírica que ciertamente posee el cineasta, resultan un tanto innecesarias las explicaciones farragosas y los resúmenes de filosofía chatarra que hacia la segunda parte de la cinta prodiga un personaje clave, el director de un programa llamado Life Extension, señor Duvernoy. En estos momentos, Amenábar cede al tipo de grandilocuencia metafísica que caracteriza a cintas como la argentina Moebius, de Gustavo Mosquera, donde un filósofo anciano conducía un tren fantasma evocando laboriosamente a Borges.
Amenábar demostró en Tesis su destreza en el manejo del suspenso y supo dar una visión inquietante del poder audiovisual, del video y de sus siniestras aplicaciones en los snuff movies, en la exploración de las múltiples combinaciones de la sexualidad y el crimen. Abre los ojos promete una prolongación de estos temas y un acercamiento más perturbador todavía. El doble, el reflejo en otro de la personalidad propia, o de la negación onírica de esta misma identidad; la parábola del castigo de Don Juan; el cuestionamiento de los estereotipos de la belleza física (Dorian Grey a final de milenio), el objeto amoroso escindido en dos, en promesa de vida o premonición fatal, la pasión carnal como despeñadero y abismo, son elementos interesantes en la propuesta de un cineasta reñido con los desenlaces convencionales y con los imperativos de la moral en turno ("Estar casado, tener dos hijas. ƑEs eso para usted la felicidad", así provoca Cesar a un personaje). Abre los ojos promete desde su título una revelación, en el territorio íntimo (transformación y educación sentimental de Cesar), y en el público (sometimiento del protagonista a una tecnología avasalladora), que el realizador de veinticinco años (otra revelación), sólo cumple a medias. Hay sin embargo en las cualidades de sus primeros dos trabajos, argumentos suficientes para ver en él al cineasta sobresaliente, de "culto instantáneo", que con Medem, Juanma Bajo Ulloa, y Alex de la Iglesia, revela el auge del joven cine español.