EL TONTO DEL PUEBLO Ť Jaime Avilés
¿Dónde están los intelectuales?

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El jueves -¡vaya, alguien reacciona al fin!-, la fracción del PRD en el Senado organizó un debate sobre la carnicería que sigue destrozando a Yugoslavia. Con la participación de legisladores, académicos, defensores de derechos humanos y entidades de la sociedad civil -y con la presencia de Dusan Vasic, embajador yugoslavo en México-, el encuentro concluyó con una demanda: que los jefes de Estado y de gobierno del Grupo de Río, reunidos desde ayer en Los Pinos, se manifiesten por el cese inmediato de los bombardeos de la OTAN y llamen al presidente Slobodan Milosevic a aceptar la autonomía de Kosovo.

La recomendación es políticamente correcta, pues acepta que tanto Milosevic como la OTAN son corresponsables del delito de genocidio, pero es modesta en la medida que pretende incidir con realismo, con amplitud, sin desmesura, en los trabajos de la cumbre latinoamericana. Y eso no está nada mal, pero es insuficiente. Sería espléndido que, a instancias del PRD y la sociedad civil mexicana, el Grupo de Río reclamara el cese de los bombardeos de la OTAN y la autonomía de Kosovo. Por desgracia, en política el que poco exige nada obtiene.

Lo mínimo que podría esperarse es que, después de 65 días de matanzas continuas en Kosovo y en Serbia, el PRD tuviera ya una visión mucho más amplia de la tragedia balcánica y levantara peticiones más ambiciosas para que el ``gobierno'' mexicano, presionado de esta suerte, se viese obligado a asumir un papel más activo en el plano exterior. No olvidemos que nuestro vecino del norte ha destruido el estado de derecho internacional, pasando por encima de la ONU para lanzar esta guerra, y ello equivale a dar un golpe militar que desconoce y anula a las máximas autoridades políticas del mundo. Nada más pero nada menos.

2

A través de la OTAN, Clinton ha dado un cuartelazo tan repugnante como cualquier otro, pero no contra ese elefante blanco llamado Organización de Naciones Unidas, que encabeza un hombrecito blandengue, temeroso y sumiso cuyo nombre no vale la pena recordar. No. La verdadera víctima del golpe de Estado impulsado por los países más ricos del planeta, es el espíritu de la sociedad civil, la suprema autoridad moral de la Tierra, que la ONU encarnaba hasta el pasado 24 de marzo, y que ahora entre todos, aquí abajo, tenemos la necesidad de reconstituir, aunque sea por mero instinto de supervivencia.

Para ejercer algún tipo de influencia sobre la cumbre del Grupo de Río, así fuera únicamente en los medios internacionales de comunicación -una pequeña foto en The New York Times, un parrafito en Le Monde, sólo eso, casi nada-, la izquierda mexicana debió, con toda oportunidad, haber pensado en formas de manifestación pública para expresar su doble rechazo a la OTAN y a Milosevic. Pero cuidado: no digo marchas o plantones al estilo tradicional, sino cosas más sencillas como un desfile de personalidades intachables en traje de baño frente a la residencia oficial de Los Pinos, o algo así.

Algo, en pocas palabras, que demostrara una auténtica y verdadera preocupación de la izquierda mexicana -en teoría, la única fuerza sensible, solidaria y crítica de este país- por el destino de la gente común y corriente que sufre horrores inconcebibles en los Balcanes. Sin embargo, como no he estado en México durante las últimas semanas, he venido a Tecamacharco para rogarle al tonto del pueblo que me explique por qué, si nada de lo humano le es ajeno (y a estas alturas no hay que ser marxista para suscribir este principio), a la izquierda mexicana el holocausto patrocinado por Milosevic y el golpe de Estado de la OTAN, simplemente no la conmueven. He aquí el diagnóstico.

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-Entre la OTAN y la UNAM, la izquierda mexicana prefiere la UNAM porque le queda más cerca.

-Entre la OTAN y Milosevic, la izquierda mexicana prefiere echar pestes de la OTAN porque le resulta ideológicamente más cómodo.

-Entre Milosevic y Albores Guillén, la izquierda mexicana prefiere no establecer comparaciones porque no está el horno del pragmatismo para cocinar bollos teóricos.

-Entre las cifras propagandísticas de la OTAN (``un mínimo porcentaje de muertos por daños colaterales''), las cifras propagandísticas de Milosevic (``antes de los bombardeos había 170 mil refugiados albaneses, ahora hay casi un millón, ergo, la OTAN los corrió''), y las cifras propagandísticas de la cruda realidad que nadie publica (``la OTAN y Milosevic, o Milosevic y la OTAN, se aliaron para destruir la vida y el futuro de 10 millones de yugoslavos de múltiples razas''), la izquierda mexicana prefiere tomar un atajo culto (``sí, pero en Asia, Clinton y Saddam Hussein y el gobierno turco también se aliaron y están destruyendo la vida y el futuro de 25 millones de kurdos, a los que nadie hace caso'') y entonces, pero sólo entonces, huir por una salida fácil (``y además, en México, Clinton, el neoliberalismo y el PRI ha destruido la vida y el futuro de 98 millones de mexicanos, y luchar contra eso no nos deja un minuto libre para ninguna otra cosa'').

Además, agrega el tonto del pueblo, en su visión del mundo exterior, la izquierda mexicana, dentro del PRD pero también sin partido, es profundamente lombardista y se cree en el deber moral de proteger a los enemigos del imperialismo yanqui sin reparar en qué clase de cucarachas humanas sean. Esto, en consecuencia, le impide admitir que estamos frente a una guerra en la que no hay buenos y malos como en el cine de Hollywood, porque en esta película todos son malos: Clinton, Milosevic y los jefes militares y políticos de la OTAN y del Ejército de Liberación de Kosovo, pertenecen a la misma calaña de los criminales de guerra y en esa justa medida tienen que ser repudiados por el mundo. Pero la izquierda no lo acepta o no lo quiere creer (véase el artículo de Heinz Dietterich Steffan, en El Universal de ayer).

4

La prensa mexicana, por desdicha, no refleja a su vez la elemental complejidad de este planteamiento. Los medios escritos, en su gran mayoría, no apoyan pero no condenan abiertamente a la OTAN: se limitan a denunciar de mala gana los frecuentes errores de los bombarderos aliados, pero claman al cielo contra Milosevic y piensan que por ello son decentes y sobre todo ``objetivos''. Por el contrario, las publicaciones que se sitúan en el lado opuesto del espectro, claman al cielo contra la OTAN, y no apoyan pero no condenan abiertamente a Milosevic: se limitan a denunciar de mala gana las atrocidades que el ejército y la policía especial de Milosevic perpetran contra los albaneses de Kosovo, y en algunos casos hablan de ``supuesta limpieza étnica'', lo que me parece un error y un exceso de objetividad subjetiva.

Como la televisión mexicana no sirve para nada que sea bueno, provechoso y noble para el país y para el mundo, es irrelevante mencionar la información que suministra en torno del conflicto. Así, pues, con la tragedia yugoslava reseñada por los grandes medios como otro espectáculo más, igualito a los que vemos todos los días en la pantalla chica; con la prensa enfrascada en una pugna ideológica sin debate; con las organizaciones de izquierda embebidas en los problemas, desde luego importantísimos, de la política local, es comprensible que los sectores pensantes se mantengan ajenos a una ``guerrita'' que -bien lo dijo Guillermo Almeyra en su artículo del domingo pasado en este diario- es un campo de experimentación donde Estados Unidos y las potencias europeas prueban sus nuevos armamentos para usarlos después en una guerra más grande.

Si todo lo anterior es válido y cierto al menos en sus aspectos más generales, no cabe sino concluir que la quietud, el silencio, la ignorancia y el desdén que la izquierda mexicana guarda ante Yugoslavia se debe, ante todo, a que los intelectuales mexicanos, las mentes privilegiadas que nos orientan y nos ilustran, no están cumpliendo con el deber social de pensar el conflicto en voz alta, de explicarlo, de entenderlo cada mañana con más amplitud, para hacerle ver al país que todos y cada uno de nosotros, sus pobres y desdichados habitantes, tenemos la obligación humana de involucrarnos para exigir la paz en todos los frentes y el castigo a los responsables de todos los bandos.

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Los intelectuales mexicanos han brillado por su ausencia, incluso, en torno a la huelga de la UNAM, donde el movimiento estudiantil de 1999 no se ha distinguido, ciertamente, por su ``imaginación'' ni por su ``creatividad teórico-práctica'', como sostienen sus panegiristas. La miseria académica que ha dejado traslucir el conflicto, es producto de una universidad que hace muchos años fue abandonada por el Estado, que decretó su muerte como agente estratégico de la movilidad social y la convirtió en una gigantesca maquiladora de jóvenes con grado de licenciatura destinados en su gran mayoría al desempleo.

De allí la falsa polémica sobre el Reglamento General de Pagos abierta por el rector. En un país, donde casi todos somos pobres, el mercado elige a los estudiantes que se forman en las universidades privadas como cuadros técnicos de la élite neoliberal. Quienes acuden a la UNAM y a las demás instituciones públicas de enseñanza superior, enfrentan enormes penalidades no sólo para comprar los libros que requieren sino para transportarse a la escuela e incluso comer tres veces al día y recibir las proteínas necesarias para desarrollar una continua y cada vez más compleja actividad cerebral.

Reconstruir el país implica, indispensablemente, contar con una masa de jóvenes bien alimentados, capaces de absorber y procesar información teórica solvente y actualizada para aplicarla de manera eficaz en la práctica. Pero en la huelga de 1999, por ejemplo, los estudiantes perdieron la oportunidad histórica de apostar por la utopía, como hubieran podido hacerlo porque son intelectuales en ciernes y tienen derecho a ello, luchando no sólo por echar abajo el proyecto administrativo del rector -algo que ya lograron- sino por construirse un espacio de análisis que les permitiera contemplarse a sí mismos como lo que son: piezas fundamentales del futuro, contra las cuales conspiran todas las políticas del ``gobierno''.

Es una pena que las corrientes que dentro de este movimiento heredaron el espíritu utopista de la huelga de 1986-87, no hayan conseguido, por inexperiencia política, imponer la verdadera imaginación y la verdadera creatividad a las que convocaron, en vísperas de la suspensión de actividades, proponiendo que ésta fuese una ``huelga autogestionaria'', novedosa en sus formas y ambiciosa en sus alcances intelectuales. Para desventura de este país, la ultra, aliada al PRI y a la Secretaría de Gobernación a sabiendas o no, ha utilizado el movimiento para golpear al gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en complicidad con la prensa y la televisión de la derecha priísta. Si la huelga está ganada, ¿por qué se empeña la ultra en entorpecer el procedimiento para levantarla?

6

En su edición del jueves, página 55, portadilla de la sección El Mundo, La Jornada publicó la foto de un viejo y seis niños serbios, alrededor de una bomba ``democratizadora'' de la OTAN en el poblado de Alecsandrovac. El pie de grabado de la agencia Ap informa erróneamente que se trata de ``un tanque de combustible de un avión de la OTAN'', y ello es falso. El artefacto en cuestión es idéntico a los de una categoría de misiles que dos semanas atrás vi en la base militar de Aviano, Italia, y describí como una especie de tiburón-ballena, del tamaño de Keiko, parecido a un tanque de gas estacionario. Los niños de la foto ignoran, quizá, que en el interior de la bomba sobre la cual posan para la Ap y juegan para sí mismos, hay 920 granadas de fragmentación con aspecto de latas de cocacola, pintadas sin embargo de amarillo. Cuando los pilotos de la OTAN disparan ese tipo de obuses contra la gente como usted y como yo, activan un mecanismo por el cual, pocos metros antes de llegar al suelo, la bomba estalla causando destrozos por sí misma y esparce las 920 granadas para que éstas revienten a su vez. Mueve a risa pensar que en el país de la Asociated Press, donde en todas las películas cada vez que un auto se despeña por una barranca, el tanque de combustible invariablemente explota, y en cambio éste no. Para burlarse de ese lugar común, en La ley del deseo, Almodóvar arroja por la ventana una antigua máquina de escribir que se envuelve en llamas al chocar contra el asfalto. El piloto que desenganchó de su avión la bomba de la foto de marras, la dejó caer sin activarla, quizá porque se le estaba acabando la gasolina y necesitaba aligerar el peso de la nave para regresar sano y salvo, o quizá porque en el fondo es menos criminal de guerra de lo que él mismo suponía.

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