El escenario es un clásico del veraneo en el Caribe. Arena blanca, mar de un azul atenuado por el fondo claro. Hoteles en la playa (no hay otra opción pues estamos situados en esa particularidad topográfica de los islarios que se conoce como cayo, porción de tierra alargada rodeada de mar, y el callo una porción pequeña de materia dura que cumple la función de atormentar un dedo del pie); divanes con turistas sajones encima, embadurnados de aceite protector, medio escondidos por sus lentes oscuros, leyendo un libro de bolsillo que compraron especialmente para no leerlo mientras están tumbados.
El cayo de nuestro escenario se llama Ambergris, el pueblo donde estamos es San Pedro y el país Belice. San Pedro, para más referencia, es el motivo de esa canción de Madonna, La isla bonita, en la que cuenta su romance con un nativo. Madonna, con toda la candidez que caracteriza a las personas de su país cuando está fuera de su patria, incluye en la canción parlamentos en español, no alcanzó a darse cuenta de que en ese cayo, que es posesión británica, se habla más inglés y más garifuna que español.
Belice es una de esas zonas del mundo en donde la raza negra mete el ritmo. El santo patrón de San Pedro, como puede intuirse si se asocian el mar Caribe, la negritud y la playa, es Bob Marley. Es curioso que de la variedad racial del cayo, los únicos que viven bien son los sajones, que no son precisamente parte de esta variedad. Esta última característica puede aplicarse, sin muchas modificaciones, a varias playas del Caribe mexicano. La punta extrema de la variedad racial en San Pedro son los rastafarians, hay pocos, todos tocan en bandas de regué y se pasean por los rincones del pueblo, solapados por la curiosidad y el morbo de los sajones que se asolean, mientras sienten que convivir, a cierta distancia, con uno de estos negros, hace de sus vacaciones una experiencia salvaje.
El género musical beliceño es una mezcla de merengue, ska y regué que ostenta el nombre de punta rock. Cualquier lector de Shakespeare sabe que en su obra están contenidas todas las situaciones por las que puede pasar una persona, además de sus resultados y con frecuencia sus soluciones: él que no es Hamlet es el padre de Hamlet, o su madre, o su novia, o su padrastro, o Rosencrantz o Guildenstern o cualquier otro personaje.
Esta línea de Harold Bloom puede ilustrar de qué manera estamos todos, hasta los más propositivos, incluidos en Shakespeare: ``Lo más importante que encontramos en Freud ya está en Shakespeare, además de una convincente crítica de Freud. El mapa freudiano de la mente está en Shakespeare; Freud sólo parece haberlo escrito en prosa. O, por decirlo de otra manera, una lectura shakesperiana de Freud ilumina y carga de significado el texto de Freud; una lectura freudiana de Shakespeare minimiza a Shakespeare''.
Regresemos al escenario donde iniciaron estas líneas, que a final de cuentas Shakespeare y San Pedro están, los dos, más allá de los ingleses. Los rastas, como escribíamos, se pasean por San Pedro y cuentan con el derecho, fundamentado en su pinta de, por ejemplo, sentarse en un diván de hotel, en medio de la multitud de rednecks que se asolean y que no leen, a tocar regué en su guitarra y a jalar inspiración del humo de la granja y de los vapores del ron beliceño.
Aquel que no sepa qué aspecto tiene un rastafarian tendrá que acudir, antes de que lleguemos a las líneas de Shakespeare, a la portada de un disco de Marley. Uno de estos rastafarians que tocan y se inspiran en medio del sajonaje que se asolea, es un inmigrante de Belice City de nombre Asher. Tiene una banda de regué que interpreta, desde luego, canciones de Bob Marley.
Si el mapa freudiano de la mente ya aparecía en Shakespeare, pensemos que Asher también aparece, como cualquiera, de muchas maneras. Para empezar por el lado contrario puede establecerse que Asher tiene una canción, que interpreta en medio de esos turistas que no leen el libro que tienen enfrente, de título Otelo & Yago y otra: ``I Hate my self for loving Lady Macbeth''.
El otro lado, el anterior, es la descripción que hace Shakespeare de Asher, y de Marley y de sus colegas, al principio de la escena tres de El Rey Lear: ``Enmarañaré todos mis cabellos en nudos como las greñas de un duende, y con desnudez manifiesta, haré cara a los vientos y a las inclemencias del cielo''.