Tras el grave tropiezo del 14 de marzo pasado, el PRD irá a nuevos comicios el 25 de julio, en los cuales debe elegir presidente y Consejo Nacional; en ellos, el aparato dirigente de ese partido en todos los niveles tendrá una nueva oportunidad que si desaprovecha colocará a esta organización en el camino de la debacle. Serán, pues, decisivos los próximos días y semanas.
Los comicios anteriores dejaron un amargo sabor de boca a todos los militantes y un desprestigio considerable entre cientos de miles de simpatizantes y electores. Si el desprestigio no fue mayor se debió a la anulación de las elecciones y el reconocimiento autocrítico -cosa excepcional en la vida política- de hechos irregulares y fraudulentos en esas elecciones. Pese a lo anterior, se gastó una parte del capital político del PRD; otra parte, por desgracia, la está tirando a la basura uno de sus fundadores: Porfirio Muñoz Ledo, quien obsesionado por viejas diferencias y ambiciones perdió la cabeza y hoy, en lugar de elaborar y defender ideas, gasta su inteligencia en una lucha personalista contra Cárdenas, que no le sirve sino a los enemigos de la transición democrática y de la justicia. Muñoz Ledo pierde con ello y echa por la borda la trayectoria de sus últimos diez años políticos en la oposición.
Por lo anterior y por las circunstancias políticas actuales de gran competencia, el PRD, su aparato dirigente, tiene la necesidad y obligación de borrar el manchón de las ultimas elecciones de marzo para recobrar, así sea parcialmente, la credibilidad perdida. Eso lo obliga a hacer todo lo necesario, y algo más, para conseguir la transparencia en las elecciones del 25 de julio, recuperar una mínima confianza interior y conseguir el máximo de unidad política, sin la cual no podrá enfrentar las complejas tareas del momento y del futuro próximo. Lo anterior no puede significar el olvido de las diferencias y cerrar los ojos ante fenómenos negativos (practicas clientelares y corporativas, por ejemplo) que pervierten la vida partidaria interior.
Esa preocupación es la que explica seguramente la decisión de dirigentes confrontados en las elecciones anteriores -Jesús Ortega, Rosa Albina Garavito y Mario Saucedo, entre otros- de convocar a la integración de ``una planilla de unidad o lo más unitaria posible'' para participar en las elecciones de julio. En otras circunstancias, por ejemplo antes del 14 de marzo, un llamado así no sería sino la máscara para que en un acuerdo de las cúpulas de los grupos se sustituyera la voluntad de los miembros del PRD. Pero después de esa amarga experiencia se trata de algo conveniente, un aterrizaje forzoso para evitar las sacudidas de una nueva confrontación de todos los grupos de interés.
Sin embargo, una idea así tendrá futuro y será útil a ese partido si no se reduce a un simple reparto de posiciones y a un paquete de acuerdos más o menos secretos. Hoy más que nunca el aparato del PRD necesita -si quiere recuperar crédito- una conducta transparente. Para conseguirlo sería necesario que el punto de partida sea una plataforma política, pues la unidad partidaria sólo puede ser política o no es unidad sino una simple concertacesión interior. Los problemas políticos, económicos, sociales, de estrategia y táctica, así como los asuntos interiores del PRD que requieren definiciones y toma de posición clara son numerosos y sobre ellos debieran pronunciarse quienes alientan la planilla de unidad. Después de la plataforma necesaria para presentarse ante los cientos de miles de electores seguirían ``los criterios de representatividad y liderazgo verdaderosÉ'' para integrar la planilla de unidad. Se entiende que una planilla así necesita ser encabezada por algún dirigente distinto a quienes se confrontaron en las elecciones de marzo. De otra manera parecería como un simple arreglo de grupos.
Según parece, Alejandro Encinas es considerado el más indicado para esa función. Tiene ventajas para ello: su capacidad conciliadora y el no ser cabeza de ningún grupo, además de su trayectoria. Empero, parece no estar decidido nada en firme, pues los jefes de los grupos no renuncian a encabezar planilla. Amalia García, por su parte, al parecer no participará en ninguna planilla unitaria, salvo que la encabezara; de otra manera llegará a las elecciones con su propio equipo, pero no por razones políticas o ideológicas, sino pragmáticas. En todo caso, el proceso electoral interior del PRD es una última llamada a su aparato.