El libro de Antonhy Giddens, La tercera vía, que empezó a circular hace pocas semanas en español, es una veta de interesantes propuestas acerca del papel del Estado y la sociedad civil en la era de la globalización. En la obra, una especie de manifiesto para la reconstitución de la socialdemocracia europea, hay diversas tomas de postura que uno, habitante de una nación en el umbral de la plena democracia electoral, puede considerar fuera de tiempo para nosotros. Sin embargo, mal haríamos si los interesados en democratizar el sistema político mexicano dejáramos de lado tópicos que parecieran ser secundarios.
Una de las más nefastas herencias del sistema priísta a la sociedad mexicana, es la presencia del modus operandi del agandalle en los más distintos espacios sociales. Incluso en aquéllos que luchan contra el autoritarismo del régimen prohijado por el Partido Revolucionario Institucional (PNR y PRM incluidos) durante siete largas décadas. La gesta por la transición democrática, con el desmantelamiento de la simbiosis gobierno-partido oficial por delante, también debe incluir la preocupación por ir dando a luz una cultura democrática en todos los órdenes de las relaciones sociales. Es cierto que la irrupción de la sociedad civil en México, de manera decidida a partir de los sismos de 1985 y ante la falta de respuesta del gobierno, transformó el panorama político nacional. Se descubrió que la gestión política podía hacerse desde nuevos lugares, en grupos de interés específico que llamaban la atención hacia problemáticas poco tenidas en cuenta por los actores políticos tradicionales. Hoy existe una red muy importante, y en crecimiento acelerado, de organizaciones no gubernamentales que trabajan en una amplia gama de asuntos de interés público, contribuyendo a que los asuntos de la polis se discutan abiertamente.
En balance con lo anteriormente dicho creo, como lo escribe Giddens, que ``... la sociedad civil no es, como algunos quieren imaginar, una fuente de orden y armonía espontáneos (....) El Estado debería también proteger a los individuos de los conflictos de interés siempre presentes en la sociedad civil. El Estado no puede transmutarse en sociedad civil: si el Estado está en todas partes, no está en ninguna''. En este sentido la tarea de la sociedad civil tiene dos vertientes, una hacia la propia democratización interna y la otra contribuir a la conformación de un gobierno suficientemente respaldado por la autoridad para cumplir su papel de administrador de la civilidad. En México ha sido la manera priísta de (des)gobernar el principal factor para dañar el tejido social y las relaciones de poder que se dan dentro del mismo. La desconfianza hacia las autoridades por parte de los ciudadano(a)s tiene amplio respaldo en la historia del país. Sin embargo, concluir por ello que la sociedad civil pueda arreglárselas sin el Estado es una quimera y una concesión político-epistemológica a los creyentes en el buen ciudadano, que lo es voluntariamente sin necesidad de un marco cultural y legal que lo coaccione.
Construir la cultura democrática en la sociedad civil, a la vez que presionar por la democratización de la sociedad política, son esfuerzos complementarios y es un error contraponerlos. Muy pocos en el país defienden el sistema que nos rige, existe un consenso entre distintas fuerzas políticas y ciudadanas de que es imprescindible un nuevo pacto social que le garantice estabilidad democrática a la sociedad mexicana.
Preocupados porque transitemos a ese nuevo pacto, poca atención se ha prestado al hecho de que igualmente importante es democratizar a los democratizadores. Los espacios ciudadanos desde los que se impugna el proverbial autoritarismo priísta, en lo cual tienen toda la razón, acrecentarían su autoridad moral si con el mismo ímpetu impulsan la horizontalidad en sus filas. En este sentido Giddens está en lo cierto cuando aboga por el civismo cotidiano, ya que la transgresión a las normas democráticas en nombre de las causas populares tiene un efecto acumulativo que distorsiona la naturaleza de la gesta democratizadora.
No es fácil deshacerse del virus del autoritarismo. Una condición para enfrentarlo con éxito es reconocer su existencia en los lugares más insospechados. Estimular la crítica, fomentar el diálogo franco y sin recurrir a teorías conspirativas que consideran a los disidentes ``aliados objetivos del enemigo'', son prácticas que funcionan como los mejores caminos para el anidamiento de la democracia en los espacios de la sociedad civil que busca una nueva política que sustituya a la del verticalismo y la impunidad.
Lo que está en la agenda de la sociedad civil es el reforzamiento del tejido democrático en ella misma. Priorizar esto tendrá resultados benéficos para el conjunto de las relaciones de poder, que necesitan nuevos modelos de ejercer la autoridad que rinde cuentas a quienes depositaron su confianza en ella.