Ser joven ya no es asunto temporal. Hay que ser joven. Más aún: hay que parecer joven. Si en el mundo de los empresarios ser joven se ha convertido en obligación, la publicidad y los medios de comunicación cambian progresivamente las antiguas estrategias de seducción política, haciendo del imperativo obligación y fin en sí mismo.
Históricamente, los políticos seducían con la palabra. Pero hoy, cuando poco importa lo que dicen porque poco se entiende lo que piensan, el hedonismo sustituye el ideal de vida ascética que antaño animaba a los hombres de Estado. Si en la sociedad ocurre algo así como la detención del tiempo histórico, no es sorprendente que algunos políticos se desesperan por detener su propio tiempo biológico.
La política ya no es poder de representación, oratoria y compromiso. Arte del espectáculo, la política ha devenido en poder de la imagen sin más. En consecuencia, a la devaluación ideológica de principios, programas y ``plataformas partidarias'', corresponde la inflación de las estrategias corporales. Convencidos de su trascendencia, muchos políticos de América Latina se han transformado en acuciosos exploradores de las zonas que en sus cuerpos invade el tiempo.
Expertos en el arte de la simulación, la personalización programada y las técnicas de la moderna cirugía facial concurren en su ayuda. Los resultados son maravillosos. Desaparecen brutas imperfecciones, y rebeldes arrugas que tanto atormentan y angustian se baten en retirada.
Si la obsesión es el rostro, como en el caso del presidente Carlos Menem, cinco ampollas de colágeno inyectadas en cada pómulo devolverán la cara hinchada y rozagante de la juventud. Si el problema es el culo, como en el caso de José Luis Manzano, su ex ministro del interior, bastará reforzar el área con prótesis siliconadas. Hace unos años, las bolsas debajo de los ojos del ex presidente Raúl Alfonsín, desaparecieron misteriosamente.
La corrección de mentón de María Julia Alsogaray, superministro de privatizaciones durante el primer gobierno de Menem, confirmó sus aires de mujer fatal. Y los repetidos estiramientos de piel (liftings) de una diputada del norte argentino, que en las entrevistas afirma ``me dejaron tal cual soy'', mereció de los opositores el mote de El Guasón porque le es imposible dejar de sonreír.
Zulema Yoma, ex esposa del gobernante argentino, ostenta el récord Guiness de primeras damas más operadas con seis visitas a los quirófanos. Su hermana Amira, con tres operaciones de nariz, lifting y apertura de ojos (celestes, grises, verdes y amarillo patito) quedó al borde del estallido facial. Zulemita Menem, actual primera dama sospechada de implante, declara con indignación: ``Si quieren comprobarlo traigan una junta médica. Estos pechos son míos''.
El público aprende de los políticos lo que la televisión les da: la seducción de su imagen, su rostro, su gestualidad, el artificio quirúrgico de la belleza estándar. La obsesión por la imagen desvela a los políticos, invade su lenguaje, lo aniquila, lo inunda de colágeno. Es el reino de la teatrocracia, donde el discurso ficcional se subordina a la imagen, para el cual no existen diferencias entre empleo y desempleo, entre información y manipulación.
El revés del lifting son las arrugas del país real: las interminables colas de los trabajadores vacantes, felizmente velado tras el rostro siempre joven de sus gobernantes. O el caso de la niña Cintya Ximena Ferreyra, estudiante de 14 años, obsesionada porque era gorda. Antes de pegarse un tiro en la sien, Cintya escribió una carta: ``... estoy aburrida de verme de esta manera''. El pescado, como siempre, se pudre por la cabeza.