He escrito en estas páginas acerca del papel de las enfermedades como termómetro social, como marco de referencia para valorar la marcha de los sistemas de salud y, por añadidura, de los gobiernos. Hablé, por supuesto, de enfermedades de masas, de epidemias, no de patologías individuales.
Si suponemos que la medicina debería incluir grandes o al menos pequeñas dosis de compromiso social, y que existe un vínculo estrecho entre la profesión y las enfermedades asociadas a la pobreza, la trama es clara: la medicina y los males de la miseria deberían implicar "cierta" politización. No es lo mismo fallecer por obesidad, por aterosclerosis o a los 90 años, que por desnutrición, cólera o tuberculosis.
En las primeras muere el individuo. En las segundas, el deceso conlleva la denuncia de los desequilibrios sociales, morales y políticos. Mientras que de unas puede decirse, en forma muy general, que "son comprensibles", de las grupales debe repetirse que su génesis está asociada a las dismetrías económicas y que no deberían suscitarse tantas muertes en medio de la abundancia. De hecho, no han pasado muchos años desde que las autoridades sanitarias de Estados Unidos afirmaron que pronto desaparecerían las enfermedades infecciosas por lo que las investigaciones y los apoyos económicos se encaminarían a otro tipo de patologías. Ahora, le ha tocado a la tuberculosis corregir la sabiduría de nuestros vecinos.
Unas muy breves palabras médicas para un lector no médico. El bacilo de la tuberculosis se describió hace más de cien años. Tiempo suficiente para diseñar diversos esquemas terapéuticos, cuya eficacia puede ser cercana a ciento por ciento cuando los fármacos se toman adecuadamente, tanto en tiempo como en dosis. Desde hace muchas décadas, se sabe que es una enfermedad que afecta a los pobres y a quienes sufren otras enfermedades que suelen disminuir las defensas ųcáncer, sida, cirrosis hepática. Por ende, la tuberculosis es más frecuente en países del Tercer Mundo o en los círculos (muy) desprotegidos de las naciones ricas.
Además de eficaz, el tratamiento es barato. No sé mucho de números, pero no dudo que lo que invierten en unos pocos días Milosevic y sus hermanos de la OTAN sería suficiente para curar quizá a la gran mayoría de los 3 millones de personas que mueren cada año por la tuberculosis. Asimismo, si distribuyesen un pequeño porcentaje de lo que han invertido para devastar a los kosovares y serbios no culpables de la génesis del infierno, pienso que no se haría realidad la predicción de la Organización Mundial de la Salud: de no existir cambios radicales en la prevención y tratamiento de la enfermedad, 200 millones de personas la contraerán en los próximos años.
Doscientos millones de tuberculosos ocupan un gran espacio en la Tierra. Muchos de ellos iniciarán tratamientos que nunca terminarán, ya sea por pobreza, por migraciones o porque las organizaciones responsables carezcan de los medios o campañas adecuadas. Empezar sin finalizar este tipo de esquemas genera las famosas cepas resistentes cuya erradicación requiere nuevos fármacos, más caros, menos accesibles y nuevos recursos (evidentemente no disponibles). El círculo no sólo es perverso: puede desbordar la capacidad médica y de hecho, el caso reciente de algunos doctores estadunidenses que murieron por haberse contagiado con este tipo de cepas resistentes, es ejemplo del costo que quizá tendremos que afrontar por haber ignorado la magnitud del problema.
La tuberculosis afecta a personas pobres y vulnerables. La falta de prevención y tratamiento oportuno es una enfermedad moral de dirigentes y políticos ricos que no logran entender las prioridades de la humanidad.
No es posible soslayar ni la sabiduría del bacilo ni las paradojas reveladas por la enfermedad. ƑPor cuál de las siguientes debemos empezar? Primera: los avances médicos son discriminatorios. Segunda: el bacilo es menos responsable de la tuberculosis que las naciones modernas cuyas patologías social y política generan cada vez más pobreza, más iniquidad y más injusticia. Tercera: al afectar primordialmente al pobre, la posibilidad de sanar es remota y, en cambio, su asociación con el sida tenderá a menguar cada vez más la probabilidad de controlar ambas infecciones ųser pobre es muy caro. Cuarta: cuando se incremente en los pobres la infección por cepas resistentes cuyos tratamientos serán más caros, es probable que queden excluidos de los programas.
La tuberculosis ha sido y es un censor más de nuestra especie. Se ha dicho que tiene poderes mágicos y que sus fiebres estimulan la musa. La padecieron, o hablaron de ella, entre otros, Kafka, Chopin, Mann, Keats, Stevenson, Gide etcétera. Hoy es inadecuado hablar de la "literatura de la tuberculosis". Más prudente es saber que la gran mayoría de los líderes de los países ricos poseen esa ceguera, que metafóricamente Einstein describió así: "Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, pero de la primera no estoy seguro".