Hace apenas unos días se recordó en el Club de Periodistas a un político diferente, al licenciado José González Torres, quien fuera candidato a la Presidencia por el PAN en 1964, presidente del mismo partido, diputado federal, editorialista, fundador de la Escuela de Derecho de la Universidad Salesiana, entre otras cosas.
Ya formado en los grupos de católicos militantes inmediatamente posteriores a la persecución callista, casado, abogado recibido y profesor de Derecho, ingresó al PAN para aportar al aún flamante partido su experiencia como presidente nacional de la Acción Católica de la Juventud Mexicana y como presidente mundial de Pax Romana.
Rápidamente destacó y para no abundar diré que en el lapso que va de su ingreso, en 1943, a su candidatura, en 1964, fue secretario de Organización, secretario general y presidente de su partido. Es en esos años, precisamente cuando el partido dejado ya por su fundador en el camino de ser una institución independiente de sus iniciadores, cuando se requirió mayor trabajo, más recursos y convicciones firmes.
Se le apreció y consideró por datos y virtudes de fondo; por su congruencia, yo diría que única, entre convicción y conducta. Actuó siempre como pensó, no le inquietaban ni mucho ni poco el éxito, la fama o la fortuna. El deber, las obligaciones consigo mismo, con lo trascendente, con los demás eran su prioridad; volvemos al lema que abrazó en su juventud: "Por Dios y por la Patria"; la política como una de las diversas formas del cumplimiento del "deber", pero atajó a equivocados, porque para él, el deber no fue nunca una pesada loza ni una exigencia que cumplía con el gesto adusto de molestia o enojo. Fue Don José un cumplidor alegre de deberes y, en lo que cabe, un hombre feliz; nunca tuvo el carácter agrio ni se quejó de nada, que yo sepa; trabajó siempre y duro por lo que creyó intensamente, dedicando el tiempo requerido, fuera éste mucho o poco; dispuesto en su momento, después de la labor concluida a saborear una copa de vino rojo, algo de dieta mediterránea y charla sabia y amigable. Era en vida un ejemplo permanente, pero no era ni un predicador impertinente ni un intruso en la vida de los demás. Cuando ayudaba, sugería o aconsejaba; su buen tino, su respeto a la dignidad de los demás daban a sus palabras capacidad de convicción y fuerza moral y a sus hechos un valor superior.
Fue un hombre de contraste porque, al contrario del común de los hombres públicos, ni su presencia en la política ni su actuar en ella fueron motivados por valores que no fueran trascendentes. No le interesaban, sino en segundo término, el triunfo de un debate o el éxito efímero de una candidatura, y no le interesaban nada, ni poco ni mucho, los bienes o privilegios que pudiera llegar a obtener por un cargo dentro o fuera del partido.
Un signo externo de esa sobria actitud interna fue su ropa, su proverbial indumentaria, siempre decorosa, su traje oscuro, su gran dignidad sin un ápice de vanagloria o presunción. Cuando en 1964 se enfrentó en la campaña presidencial y luego en las urnas con el candidato oficial, Gustavo Díaz Ordaz, sus compañeros de partido, apenados, susceptibles a los respetos humanos, le pidieron que cambiara su indumentaria de color negro que había adoptado desde la muerte de su madre y lograron finalmente que vistiera de gris oxford; también se manifestaron inquietos de que el aspirante a la Presidencia de México por el partido al que señalaban (entonces sin serlo), como el partido de los ricos, anduviera no en automóvil propio, que nunca tuvo, sino en transportes públicos, para entonces tranvías, camiones o, a lo más, en "libres", como se denominaba entonces a los taxis.
Quisiera imaginar la desesperación de los jóvenes y experimentados "creadores de imagen" de hoy con un candidato así, y no podría ni siquiera pensar en que Don José cambiara de "estilo" o modificara su recio discurso por indicaciones de los publicistas y los "creativos".
Así fue la vida de Don José en el duro campo de la política, una lucha constante, un trabajo sin cesar, pero con características tan propias y peculiares que es, sin duda y lo reitero, un político diferente y un hombre de contraste en el medio que se desenvolvió, aun en el panista en el que participó desde que ingresó a ese partido, hasta su renuncia, en 1992, y entrada al Foro Democrático.