Se ha hablado de que los activistas aspiran a sustituir el "sistema legal" que hizo posible la modificación del reglamento de pagos de la UNAM, por uno nuevo que propicie "una universidad democrática y solidaria, honesta y popular". Se ha hablado de una UNAM "socialista". Ese deseo (de algunos) se ha expresado, hasta ahora, cerrando la UNAM por la fuerza (a todos) y exigiendo que el "sistema legal" caduco se renueve reconociéndoles a los paristas el derecho de vetar las disposiciones de la autoridad.
De este modo, ya se desplaza la crítica a una reforma de la UNAM por la intención de sustituir a la UNAM misma por una fe, una creencia en una UNAM imaginaria. Una fe no sólo en las virtudes políticas y humanitarias señaladas, sino en que es posible materializarlas en la UNAM y eventualmente en el país. Esa nueva UNAM nacerá cambiando sus leyes (y las del país), que le ordenará desaparecer como UNAM injusta para renacer justa. Al parecer, la actual UNAM no tiene problemas: lo que tiene es una mala filosofía.
El camino hacia la liberación del país, en este discurso, supone la previa de la UNAM por medio de una ideología que autoriza prescindir de las urnas y emplear la fuerza. La UNAM de los activistas ya se mira como instrumento de esa ideología y a la vez como su ensayo: una especie de municipio por cuyo control vale prescindir de las leyes.
La legislación universitaria no reconoce el derecho de veto a quienes gobierna; el Consejo General de Huelga (CGH) exige ese derecho al no reconocer a la autoridad más autoridad que la necesaria para declararse a sí misma carente de autoridad. En caso de ceder, el "sistema legal" vigente quedaría desplazado por el "sistema legal" de la futura UNAM.
El CGH propicia que las leyes actuales sean violadas a nombre de las leyes "honestas y democráticas" futuras. A nombre de esos valores se dota de una autoridad fantástica que en cualquier otra instancia sería intolerable: no concibe oposición a su actuar, no reconoce interlocutores (fuera del PRD y el EZLN); se abroga la representatividad de toda la UNAM; sabotea clases extramuros e inscripciones; desprecia a los intelectuales de izquierda por "neoderechistas"; le niega representatividad a la Comisión de Enlace, a la Comisión Plural de Investigadores, al Consejo Universitario, etcétera. Las leyes y las condiciones son de ellos; sólo ellos hablan, escuchan y deciden. Si usted disiente es un "plumífero a sueldo de Salinas de Gortari"; si firma un desplegado, es un "porro o un aviador"; si procura una instancia de intermediación, es un "levantahuelgas".
El CGH no tiene que pasar por jurado alguno que califique su honestidad ni por el pueblo ni por la democracia para asumirse honesto, popular y democrático. Su fuerza radica en su explosividad y en la encrucijada política, pero también en las ventajas que otorga un país en el que las leyes se usan, pero no se aplican. Algo que ya cambiarán cuando su utopía materialice en la UNAM y en el país.
Si el resultado se parece al método, va a ser divertido. Hasta ahora, esta utopía práctica cierra edificios y subasta su confusión. Por eso su pliego petitorio crece cada día y exige que la autoridad capitule. Ecos del comité de huelga que tiró a Ignacio Chávez en 1966: "nos reservamos el derecho a vetar al nuevo rector" (aceptaron a Barros Sierra a cambio de la restauración del pase automático). La única parte del diálogo que les interesa reconocer como tal es un parlamento de las autoridades: "nos rendimos".
Ese primer paso hacia la utopía propone al CGH como su vanguardia en el mundo de la realidad. Su fe les autoriza una impaciencia ilegal que al resto de los mexicanos nos sujeta a mecanismos legales, aunque nuestra propia fe pueda ser mayor. Estamos obligados a una democracia que el CGH ya vetó. La determinación de hacerse de cómplices para "sacar la lucha de la UNAM" y sumarla a la de otras universidades, la CNTE y el SME supone de este modo una agresión al proceso democrático del país y un deseo de lacerarlo (menos mal) a nombre de la democracia.
Esa UNAM imaginada, honesta, democrática, popular y gratuita, supone la destrucción autoritaria del "sistema legal" de la UNAM actual y la aparición de una antiuniversidad que se cierre a la realidad, que de hecho quiere abolirla, para crear una UNAM paralela, una réplica bonita del Estado, con leyes paralelas, ciencia paralela, escolaridad paralela y democracia superior. Si esa utopía desplaza en la UNAM al "neoliberalismo", se convertirá en una zona "liberada" que erradicará de su utopía toda realidad económica, social, política o científica que la contravenga, por más real que sea. Esa UNAM ya no tratará de entender la naturaleza de las cosas, como corresponde a una universidad; se limitará a vetarla, a decretarla cambiada en su civitas solis: la ciudad del sol de Campanella convertida en universidad.
Un editorialista ya exige para la UNAM, de nuevo, una "filosofía educativa socialista" como la que, hace 65 años, Lombardo le impuso durante un lustro. Parafraseando a Jorge Cuesta, una vez declarada socialista, o zapatista, en la UNAM se creerá en una doctrina, más allá de que haya forma de realizarla. Tendremos una UNAM que, enfadada con la realidad que es, preferirá la realidad que desea y convertirá esto en conducta universitaria. Esa UNAM utópica y sus logros (acceso indiscriminado, pase automático, gratitud, estancia perpetua; y luego ingreso automático al STUNAM, casita en la Unidad Habitacional del STUNAM, etcétera) no tardarán en demostrarle a la realidad (la del Estado, la de la economía) la conveniencia de suscribir esa fe y traducirla en realidades similares. Y luego otros países latinoamericanos harán lo propio y luego los gringos, y así hasta que la realidad reconozca que la UNAM salvó a las intergalaxias del ahorro "neoliberal".
Cuando Lombardo decretó socialista a la UNAM, Cuesta escribió: "llevamos dos mil años de experiencia en condenar virtualmente los bienes terrenales y en no despojarnos de ellos en la realidad. Si los defensores del proyecto no estuvieran tan seguros de esta larga práctica de la humanidad, no se atreverían a defenderlo. Se trata de creer en el socialismo en la misma forma en que los teósofos creen en la reencarnación. Esto es peligroso para el socialismo puesto que lo convierte en un puro fenómeno psíquico. Si distribuir la riqueza socialistamente es una acción revolucionaria, profesar psíquicamente la doctrina socialista ni es una acción ni es revolucionaria: es una esterilización del socialismo"(1). Subordinar a la UNAM a un puro deseo de justicia social, y decretarla solidaria y socialista, será más fácil que reformarla para que produzca consecuencias en el mundo real, y la convertirá en una cosa puramente contemplativa, en una esterilidad bien intencionada.
Desde luego, la respuesta inconfesada es que la UNAM preparará el camino del mesías político que traduzca lo que la UNAM logre en su ámbito, en una política de gobierno. Sustituida esa creencia por una política, el iluminado cambiará de nuevo a la UNAM en un instrumento académico de esa fe. A partir de ese momento, ese Estado mexicano ideal guardará con la realidad circundante --la del mundo, vamos-- una relación similar a la que hoy quiere guardar la UNAM utópica con el actual Estado. Ese Estado futuro que optará, en un mundo en el que la realidad es otra, por sacar a México del mundo real para que crea en un mundo mejor. Mientras, el mundo real estará ocurriendo fuera de México (además de Cuba y de Corea del Norte). Y los mexicanos, pues estamos acostumbrados, seguiremos comiendo creencias religiosas.
1. "La escuela socialista", en Obras I.
México: 1994, Ediciones del Equilibrista,
pp. 316-317.