Luis Hernández Navarro
La huelga como conspiración

En el inventario intelectual de los analistas oficiales no parece haber mucha imaginación para explicar los orígenes de la huelga en la UNAM. Según han repetido incansablemente, el conflicto es resultado del complot de las izquierdas. Esta opinión es simultáneamente producto de la incapacidad de comprender la dinámica estudiantil, reflejo de un pensamiento anclado en la guerra fría y apuesta por endosar los costos políticos del conflicto al gobierno de la ciudad de México.

Interrogado sobre las causas del paro, el rector Barnés confiesa de a "tiro por viaje" ante las cámaras de televisión, los micrófonos de la radio y las grabadoras de los reporteros su ignorancia sobre el movimiento. "No sé..." se ha convertido en su respuesta favorita para a continuación responsabilizar de crear los problemas a grupos políticos que actúan dentro de la UNAM. Encerrados en la torre de marfil de rectoría, quienes impulsaron la reforma al Reglamento General de Pagos han sido ineficaces tanto para tomar el pulso a la comunidad que administran como para medir los tiempos políticos del país. Incapaces de analizar las raíces del problema y de reconocer sus errores, no han encontrado mejor treta que explicar la huelga a partir de la conjura de los radicales.

La teoría del complot forma parte de la cultura política nacional. Constituye, junto con la tendencia a ver detrás de cada conflicto social una mera pugna dentro de las élites, el más socorrido recurso para "explicar" las protestas populares. La guerra fría terminó pero el anticomunismo en sus distintas variantes sigue disfrutando de cabal salud. Los resortes sociales, los circuitos informativos y las inercias de pensamiento que permitieron que campañas como "cristianismo sí, comunismo no" tuvieran éxito, y que en su momento se satanizara lo mismo a los maestros del MRM que a los trabajadores ferrocarrileros siguen aún vivos en la sociedad mexicana. Una y otra vez se han echado a caminar en la UNAM. El movimiento del 68, la sindicalización de los trabajadores administrativos y del personal académico, los intentos por reformar desde abajo planes y programas de estudio, la lucha estudiantil del CEU en 1987 fueron, de acuerdo con las versiones oficiales, acciones desestabilizadoras de organizaciones socialistas.

La teoría de la conjura florece en el campo fértil de una sucesión presidencial adelantada, y de la intención de la burocracia universitaria y del gobierno federal de trasladar el costo del conflicto al gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas. Estrechamente ligada a distintas secretarías de Estado, una parte de la nomenclatura de la UNAM no perdona al jefe de Gobierno su negativa a prestar instalaciones oficiales para impartir clases extramuros, y a usar la fuerza pública en contra de los huelguistas. Al acusar al PRD de estar detrás del paro se pretende desacreditar al principal prospecto de candidato de las fuerzas progresistas en las elecciones federales del año que viene.

Muchos estudiantes y maestros universitarios simpatizan con la izquierda. Hace muchos años que esta corriente política ganó allí un espacio privilegiado de implantación y desarrollo. En la formación del PRD desempeñaron un papel relevante los cuadros provenientes del CEU y del mundo universitario. Toda una generación se incorporó a la lucha política en 1994 a raíz de la insurrección zapatista. Multitud de jóvenes han participado en caravanas, conciertos y marchas por Chiapas, y se han educado en ideas-fuerza como el de mandar-obedeciendo. Al igual que su movimiento, el zapatismo es un síntoma, un estado de ánimo sobre lo que debe cambiar. Entre unos y otros se han creado identidades y solidaridades profundas.

Pero esto no significa que la huelga haya sido una decisión del PRD, del EZLN o de otra organización. Menos aún implica que esté siendo dirigida por alguna de estas fuerzas políticas o que su solución pase por una negociación con ellas. El paro fue una decisión de los estudiantes. El movimiento ha formado sus propias formas de gobierno y se ha dotado de una dirección sui generis. Con ella debe negociar la rectoría.

Explicar el conflicto en la UNAM como producto de la conspiración de las izquierdas puede llevar agua al molino de quienes pretenden organizar nuevamente el voto del miedo, pero no ayuda a encontrar una solución a la huelga. Tarde o temprano, las autoridades universitarias tendrán que sentarse a negociar con aquéllos a los que se ha dedicado a vilipendiar. Inevitablemente tendrán que comerse sus palabras.