n Noche de big-band en el Auditorio Nacional


Miguel Ríos, icono singular que hizo vibrar las epidermis

n Con el Himno a la alegría rubricó el concierto del domingo

Arturo Jiménez n Gran noche con gran banda en el Auditorio Nacional. Dos horas de un potente metal ųno el del heavy sino el de tres trompetas, tres trombones y cuatro saxofones, integrados a batería, requinto, bajo y tecladosų a punto de rebasar la potencia de un Miguel Ríos conmocionado, como el público, ante la fuerza musical de la big-band que lo acompaña en esta gira.

Aunque dicen que la noche sabatina fue mejor que la dominical, los espectadores casi ocuparon todos los lugares y, la mayor parte del tiempo de pie, respondieron a lo ya probado por el tiempo, presencias, fusiones y recreaciones garantizadas por la vigencia: el cantante, la música, las letras.

''Una gran tristeza me embarga por la guerra que todos conocemos. Tenemos que decir šbasta ya!, queremos vivir en paz, queremos vivir en un mundo donde podamos estar como hermanos, en solidaridad. La siguiente es una canción que, paradójicamente, fue escrita hace 200 años."

Y Miguel Ríos y su banda recrearon Himno a la alegría, y todos los metales se suavizaron y se fundieron con cuerdas, teclados y percusiones para dar entrada a las diferentes etapas de ese himno ya asumido como tal. Y la rola pegó y el respetable la hizo suya y hasta se meneó de lado a lado, brazos arriba. Y en un momento fugaz, trompetas, trombones y saxofones trajeron el espíritu de Beethoven al auditorio.

Era la última canción del segundo concierto Big-Band Ríos, proyecto que comenzó en 1997 en España y que vive su etapa final con una gira latinoamericana. Luego de la tercera presentación de ayer lunes, la gira proseguirá por Venezuela y Costa Rica y regresará a Monterrey, Cancún y Puebla.

Todo terminaba bien porque había comenzado bien: Pensilvanya 6-5000, Bienvenidos, Raquel es un burdel. Casi noche de complacencias regaladas antes de la solicitud: Penélope, Santa Lucía, No voy en tren, El blues del autobús.

Conjugar tacto y vista

Aunque en un momento de solicitud un largo intercambio cantante-público (ƑSábado? šSí! ƑSábado? šSí! ƑSábado? šSiiií!) dio entrada a uno de los mayores alaridos colectivos de la velada. Todo saltos, todo palmas. Miguel Ríos dirigía con sus manos rios2 la locura mientras el saxofonista y director hacía lo propio con la big-band.

Ríos parece un vampiro traga años, y como tal suele rodearse de energías diversas, quizá para ejercitar su don de succionarla: las sacudidas de su guitarrista y de su bajista, el frenesí de sus espectadores y, ahora, el impetuoso sonido de los metales que lo acompañan.

Pero también está el Miguel de los pasitos breves y precavidos, el Miguel de escrupuloso corte de pelo, de ropa oscura y zapatos-alpargatas. Un icono singular muy respetado que lleva casi 60 años de errancia vital y casi 40 en el rocanrol.

En la recta final Ríos entró y salió dos veces del escenario. Los asistentes lo ovacionaban, aunque en algún sentido era más un grito contenido, un gran murmullo espectante, que un alarido comunal.

''Big-Band Ríos es un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas en nuestro mundo latino", dijo sin petulancia, más bien instalado en el terreno de las utopías posibles (auto sic). Y después mencionó a uno por uno de sus músicos, los de cabecera y los del concepto gran banda: argentinos, chilenos, españoles, mexicanos (en este caso, decibeles duplicados de ovación nacionalista).

La música de la noche del domingo: una poderosa sonoridad que a veces se suavizaba y ondulaba como marejada, y de repente chicoteaba estridente y dura contra la roca, para luego regresar al primer plano a la manera de un dulce mazazo en la cabeza. La consecuencia: una enorme vibración de epidermis que con su luz poblaba de tiritas fosforescentes la oscuridad. Es decir, por lo menos tacto y vista conjugados.

Luego el popurrí de ocho minutos y transiciones inequívocas Medley R&R (Hound dog, Tutti frutti, Rock de la cárcel, Popotitos, What'di say), que todos bailaron, hasta Miguel y sus pasitos precavidos y su flexoneo de rodilla tipo Elvis Presley.

Luego arribaron el Himno a la alegría, la invocación contra la guerra en Yugoslavia, el espíritu de Beethoven. Afuera, la venta de siempre: ríos de personas comprando y vendiendo fetiches de Ríos en los ríos subterráneos de la economía informal.