Líderes paladinos y showmen ladinos
Horacio Rivera
A sabiendas de que en cuestiones de ética sucede lo que en la casa del jabonero y de la muy difundida incongruencia entre el decir y el hacer, me referiré aquí a temas tales como científico líder, ética científica y bioética.
El término líder, quizás una de las palabras más desgastadas y tergiversadas y del cual algunos colegas se consideran prototipos, ha sido claramente distinguido de otros términos como gerente y empresario por Lawrence y Licke. De acuerdo con estos autores, la dictadura de los gerentes está deteriorando la actividad científica, pues desmoraliza a los investigadores y pulveriza su afán de conocimiento, amén de que la ciencia necesita diversos tipos de talento y no sólo gentes con mentalidad de vendedor que ahora son privilegiadas por los comités de evaluación o pseudocientíficos estrellas (showmen) que viajan por el mundo pregonando como suyos logros alcanzados por otros autores. Así, la ciencia moderna es como una fiesta infantil en la que los niños corren detrás de aquél que grita más. Al mismo tiempo, la cultura del crédito imperante resulta en una insana y absurda competición científica y fue resumida en una frase por Philip Leder: "El crédito es un barril sin fondo, nunca es suficiente para la mayoría de la gente".
Hace 30 años, De Solla Price señaló que el crecimiento exponencial en el número de científicos propio de este siglo, necesariamente resulta en una gran masa de investigadores mediocres que termina por ahogar la creatividad de los científicos genuinamente innovadores; luego, cabría suponer que la mayoría de los investigadores mexicanos somos de la masa por más que nos afanemos en pregonar lo contrario. Así como son incuestionables las aportaciones valiosas hechas por un puñado de científicos mexicanos, así también es obvia la propaganda con la que los investifadores (neologismo usado por el doctor Klaus Dieter Gorenc Krause) pretenden cubrir su mediocridad y legitimar sus imposturas. No obstante que en nuestro país la fracción del PIB asignada a la investigación científica sigue siendo muy pobre, el dedicarse ahora a esa tarea conlleva mayores beneficios económicos que hace 15 años, puesto que existen los estímulos del SIN y de cada institución, situación que favorece la instauración de la dictadura de los mediocres, pues se elimina el filtro que seleccionaba a aquéllos para quienes la investigación era una vocación antes que una profesión. Por tanto, no es extraño que dichos estímulos no hayan incrementado sustancialmente las contribuciones de los científicos mexicanos, resultado que concuerda con la realidad histórica que nos dice que los científicos producen más cuando se les paga menos.
Por otra parte, el aumento en el número de investigadores mexicanos implica también un mayor riesgo de que se hagan públicas conductas deshonestas o contrarias a la ética científica. Así, en los últimos años se han documentado en nuestro país situaciones impropias que van de las autorías espurias al plagio descarado, pasando por publicaciones duplicadas, apropiación de datos, escamoteo de citas y reconocimiento, e incluso la publicación en medios masivos de comunicación (en lugar de en una revista científica) de tratamientos maravillosos. Curiosamente, tales anomalías no han impedido que algunos de los acusados, quizás en un arrebato de expiación, se presenten como paladines de la bioética (léase špa'ladinos!). Aunque unos cuantos empecinados "optimistas" o tolerantes de amplio criterio insistirán en argüir que estos casos son muy pocos, la experiencia en otros países muestra que la conducta científica impropia está cada vez más difundida y es ya inocultable. Como ejemplo, basta recordar al doctor William Griffith McBride (héroe de la talidomida, ganador de la medalla de oro otorgada por el Institut de la Vie en 1962, ginecólogo de sociedad, amigo de primeros ministros y anunciante de tarjetas American Express), quien a pesar de su "brillante" trayectoria fue excluido del registro de médicos de New South Wales (Australia) en 1991 por haber cometido graves violaciones a la ética médica y científica. Por supuesto que no es válida la excusa de que todos nos equivocamos para justificar procederes deshonestos dado que este "consuelo de tontos" no pasa de ser una muletilla para eludir la responsabilidad y en todo caso procuramos no hacer públicas nuestras transgresiones a la ética... científica y de la otra.
Sé que voces más autorizadas que la mía para hacer estos señalamientos, pero apenas audibles, paradójicamente se alzarán para descalificarlos. Confío, sin embargo, en amplificar esos susurros, sabedor de que el peor sordo es quien no quiere oír y del escozor que esas y otras "buenas conciencias" puedan sufrir, y de que las transgresiones a la ética y la incongruencia implícita seguirán formando parte de la mezquina realidad, independientemente de nuestras opiniones.
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