León Bendesky
La estabilización se tambalea

Río de Janeiro. Los programas de estabilización en Brasil y Argentina están sometidos a fuertes presiones. El real fue ya devaluado a principios de este año, provocando con ello una recesión productiva y el peso parece tener cada vez menos fuerza para mantener la regla de convertibilidad con el dólar, y que le ha permitido funcionar con niveles muy reducidos de inflación en los años recientes.

Los dos países aplicaron diversos esquemas de estabilización como respuesta a largos periodos de muy alta inflación que provocaba grandes distorsiones en la economía y generaba crisis recurrentes. En Brasil, desde principios de la década de 1980 se han aplicado sucesivos programas hasta el Plan Real en 1994. Pero, los desequilibrios fiscales, la carga de la deuda externa y la persistencia de los desajustes estructurales hacen que los precios tiendan a subir y debiliten, primero, y cancelen, después, la estabilidad. Cuando Argentina impuso el Plan Austral en 1985 mediante el que se congelaron los precios y los salarios, en Brasil se aplicó el Plan Cruzado en 1986 que, entre otras cosas, resintió la falta de un ajuste en el déficit fiscal, las ineficiencias de una economía cerrada y la carencia de crédito externo para financiar las importaciones. Siguieron el llamado Plan Bresser de 1987 y el Plan Verano de 1989 que fracasaron rápidamente después de su instrumentación.

En 1990 se lanzó el Plan Collor que intentó un ajuste tributario y, sobre todo, abrió la economía para forzar la modernización de las empresas, aunque provocó un dislocamiento en la producción agrícola. Después de cuatro años se gestó el Plan Real que llevó a la presidencia a Fernando Henrique Cardoso y que ha sido el programa de estabilización más duradero, debido a la capacidad para reducir de modo significativo la inercia inflacionaria, para liberalizar la economía y aumentar el financiamiento externo. Pero de manera creciente esta política se ve cuestionada ya que persisten desajustes estructurales no sólo en las finanzas públicas sino, especialmente, en la producción y en la distribución del ingreso. El real se debilitó y ello obligó a modificar la política cambiaria hacia un régimen flexible. El plan, como tal, ha terminado, con lo que cambia la forma de control de la economía y se abre un nuevo espacio de presiones que amenazan a la estabilidad.

En Argentina, la reciente historia de la estabilización empieza en 1991, cuando en el primer gobierno de Menem se aprobó el Plan de Convertibilidad propuesto por Cavallo para acabar con la hiperinflación. El programa consistía en la creación de un consejo monetario que impone un valor del dólar igual a un peso, una paridad que se ha mantenido por ocho años. El mecanismo del consejo monetario garantiza el cambio de pesos por dólares en el banco central y, así, la cantidad de pesos en la economía tiene una relación directa con las reservas internacionales del país. Como la cantidad de dinero depende de la cantidad de dólares en la reserva, el gobierno no puede emitir moneda para cubrir los gastos públicos, lo que impone una estricta disciplina fiscal. Pero ésta no lleva necesariamente a una adecuación de las condiciones de funcionamiento de la economía en su conjunto y, sobre todo, no reduce las necesidades sociales, cuya satisfacción se rezaga por las menores transferencias de recursos públicos.

Desde la crisis mexicana de 1995 que afectó las corrientes de financiamiento internacional, Argentina enfrenta mayores problemas para el crecimiento del PIB y para cubrir las demandas sociales, lo que inevitablemente se convierte en una mayor presión política. Las crisis de Asia y de Rusia han agravado la situación y ahora la economía argentina está en recesión, con mayores niveles de desempleo y de déficit en la balanza comercial. Incluso la reciente devaluación del real provocó un nuevo golpe ya que 30 por ciento de las exportaciones argentinas van al mercado brasileño y éstas se han encarecido. Las presiones sobre la disciplina fiscal son cada vez más grandes, sobre todo en un periodo de elecciones presidenciales y ello podría llevar a un cambio en la paridad del peso frente al dólar. El impacto de una devaluación sería muy grande puesto que la economía está totalmente dolarizada en cuanto a los precios, los contratos y las deudas.

Lo que ambas economías están experimentando es que la estabilidad, como los zapatos, ni a fuerzas entran. Son más las condiciones que se requieren para imponer la estabilidad que sólo el ajuste fiscal y monetario. La estabilidad únicamente es válida como una forma de crear las condiciones para la expansión productiva, de la ocupación y del ingreso. Cuando el ajuste monetario no permite a los empresarios producir, no crea las formas eficientes de sustitución de importaciones, agrava las condiciones de vida de la población atentando contra el bienestar y polariza la riqueza, su funcionamiento es temporal y, finalmente, puede generar nuevas formas de desequilibrio cuyos costos económicos y políticos son mayores.