La Jornada lunes 24 de mayo de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

Al nombrar a Diódoro Carrasco Altamirano como nuevo secretario de Gobernación, el presidente Zedillo privilegió tanto los intereses grupales del labastidismo como la continuidad de la línea dura antes aplicada en Bucareli.

Con tal definición, el Presidente de la República acotó al máximo su ejercicio del poder pues, a partir de ahora, el manejo político que realice la principal secretaría del Estado mexicano será vista en función del proyecto sucesorio labastidista y de las obsesiones presidenciales respecto a temas como Chiapas y la UNAM, por ejemplo.

Dicho de otra manera, el Presidente desaprovechó la oportunidad de nombrar en Gobernación a un personaje de perfiles distintos a los de su proyecto grupal y, con ese gesto de reapertura y recomposición, regalarse algunos meses más en los que hubiese cuando menos alguna esperanza de que el gobierno se ejerciese con sentido republicano y no electorero.

Diódoro, de Oaxaca a Gobernación

El arribo de Carrasco a Bucareli fue una jugada anunciada con toda oportunidad y claridad. Habiendo sido uno de los gobernadores que llegaron al poder gracias a Carlos Salinas de Gortari, Diódoro logró colocarse en el buen ánimo de Ernesto Zedillo, al extremo de ser considerado hoy como un operador político de este Presidente.

Sin embargo, y a pesar de la conocida cercanía de Carrasco con el gran dedo elector falsamente amputado, fue una sorpresa ver que el candidato priísta a sucederle no fuese uno de los cuadros propuestos por el amigo Diódoro, sino un priísta tradicional, institucional, más emparentado con formaciones políticas como las del echeverrismo que con el salinismo-zedillismo.

José Murat Casab fue postulado como candidato y entró en una ruta de colisión directa con quien había sido anteriormente un discreto aliado, Héctor Sánchez López, el dirigente juchiteco de la Coalición de Obreros, Campesinos y Estudiantes del Itsmo.

El candidato incómodo

La campaña de Murat se dio entre fuertes forcejeos con el entonces gobernador Carrasco Altamirano, quien se dedicó a obstaculizar en cuanto le fue institucionalmente posible la campaña del candidato indeseado.

Entre otras cosas, se vio crecer de manera desmesurada la campaña de Sánchez López, quien a la sazón era senador por el PRD, además de candidato por este partido a gobernador.

Las tensiones entre Murat y Carrasco fueron fuertes, aunque siempre soterradas. A Murat se le reclamaba, por ejemplo, haber incorporado a su equipo a gente de Fernando Ortiz Arana, con quien el candidato tenía una abierta relación y a quien el Presidente no querría (según versión cuya veracidad podría ser calificada a la luz de las elecciones de gobernador de Querétaro, en las que sorpresivamente ganó el panista Ignacio Loyola), y por su parte Murat consideraba que el crecimiento de Sánchez López era una maniobra de Diódoro.

Los tempranos rumores

A pesar de todo, Murat ganó, inclusive entre versiones surgidas en primerísimos círculos del Distrito Federal respecto a presuntos conflictos oaxaqueños que, impulsados intencionalmente, harían a Murat declinar para que entrase entonces no el perredista light Sánchez López, sino un personaje afín a Carrasco, al estilo del triángulo vivido en 1991 por Fausto Zapata Loredo en San Luis Potosí, que no siendo el candidato real de Carlos Salinas hubo de abrir el paso a quien sí lo era, es decir, a Gonzalo Martínez Corbalá.

Pasadas las pasiones electorales del terruño, Carrasco fue nombrado subsecretario de Gobernación. Desde entonces se consideró que estaba siendo enfilado para suceder a Francisco Labastida Ochoa cuando éste dejase Gobernación para ser el candidato priísta a Presidente de la República.

Raros brotes de violencia política

En este análisis no deben dejarse de lado los raros brotes de violencia política que se vivieron recientemente en una comunidad de Oaxaca, donde primero hubo algo que, se dijo, fue un atentado contra el senador Sánchez López (el del crecimiento inducido por Diódoro), quien resultó lesionado en ese episodio confuso.

Luego, días después, fueron asesinados en plena capital del estado dos acompañantes de un dirigente campesino que quedó herido, a pesar de haber sido el blanco explícito de una agresión también rara.

De pronto, Murat apareció ante los medios nacionales como un gobernador sin control político, a quien le comenzaban a tronar en las manos los problemas mal atendidos. El actual gobernador oaxaqueño no es un dechado de virtudes, ciertamente, y en su contra operan rasgos de carácter y temperamento, así como una formación política nutrida en las fuentes del priísmo más ortodoxo, pero aún así, tales estallidos nunca parecieron ser realmente espontáneos.

Virtual encargado del despacho

A esas alturas, Diódoro ya era virtualmente el encargado del despacho de Bucareli. Don Francisco se dedicaba a hacer los amarres y las promociones inherentes a su condición de candidato a punto de ser destapado. Varios personajes políticos importantes, del priísmo y de la oposición, comentaron después de estar con Diódoro que éste se comportaba ya como virtual secretario. Escuchaba, atendía, proponía soluciones, hacía compromisos de cara al futuro, no parecía un subsecretario cuya estadía en el cargo dependiese de la suerte del titular de la oficina.

Cuando se acercaba el destape oficial de Labastida, y sobre todo cuando éste anunció su renuncia, arreciaron los comentarios que impulsaban a otros personajes a la silla principal del Palacio de Covián.

El discreto poder de Liébano

Entre otros, se mencionó con insistencia a un hombre de gran poder y escasa presencia pública: el secretario particular del presidente, Liébano Sáenz, quien no necesita ocupar la cartera de Gobernación para tener fuerza y capacidad de decisión por encima de esa secretaría.

Al seguir en su condición de secretario particular, Sáenz mantiene el poder que le es tan conocido aunque, por otra parte, se abstiene de ganar una presencia pública individual, que acaso le serviría para cuando ya no tuviese a su disposición el actual oído presidencial.

La súbita valía de Limón

Otro mencionado con notable precisión fue Miguel Limón Rojas, el secretario de Educación, a quien de pronto le aparecieron en letras de molde todas las virtudes que durante años anteriores no se habían revelado a los ojos de algunos escribanos.

Ni Liébano ni Miguel. Fue Diódoro. Ni más ni menos que el seleccionado de antemano, el preparado para el relevo, el llevado de la mano.

Una de las manos que mecerán la campaña

Lo malo fue que, con esa carta, el Presidente ha puesto un instrumento central de la estabilidad política en manos inadecuadas, pues esas manos tienden evidentemente más a ayudar a Labastida que a operar con neutralidad y desapego faccioso.

Además, al nombrar a un propio, a uno de la casa, el presidente Zedillo también se acortó su propio tiempo político.

De por sí estábamos ya en el increíble caso de un sexenio recortado, con una sucesión adelantada. Ahora estamos ya en el peligroso caso de una Secretaría de Gobernación teñida no sólo de priísmo, sino de labastidismo, y delineada en sus tareas postreras de conducción electoral, y de resolución de problemas, no para corregir errores y generar esperanzas de cambio, sino para sostener sin alteraciones la obcecada línea inicial, y para hacer que la gran familia en el poder siga siendo feliz por siempre.

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