La Jornada Semanal, 23 de mayo de 1999



Isabelle Tournier

Balzac y el hipertexto

Isabelle Tournier, catedrática de la Universidad de París VIII y autora de Balzac ou le hasard romancier -que próximamente publicará Presses-, nos habla de la enorme libertad hipertextual que Balzac ofrece a sus lectores: ``Balzac programa pero el lector es libre de no activar algún recorrido, de olvidar, de saltar, de partir de nuevo.'' De esta manera se cumple La comedia humana.

Resulta tentador ver en Balzac al inventor del hipertexto. Su obra se presta naturalmente a una lecturaÊinteractiva. Los primeros CD-Roms aparecen e inauguran formas inéditas de navegación a través de La comedia humana.

El 2000 ya no es para nada una fecha de ciencia ficción. Gracias a la captura numérica de los documentos y a la capacidad de las memorias informáticas, estamos a punto de poseer varios Balzacs electrónicos. Anuncian su llegada, llegan, sus chips dorados espantan a los humanistas. Resulta curioso y poco agradable que hayamos tenido que esperar esos objetos o -algo simbólicamente más inmaterial y disolvente- el traslado a Internet de los datos textuales balzacianos, para preguntarnos qué podría suceder con su lectura, como si alguna vez esto hubiera sido algo obvio. Y es que, a final de cuentas, ¿leemos a Balzac, todo completo, como él deseaba ser leído para hacer prosperar su empresa de literatura total? Leemos Balzac por el azar de los programas escolares, o los de televisión, o por algún título pegajoso, pero en realidad no a Balzac. Aunque ya no por mucho tiempo.

¿Y para convencer de lo bien fundado de la operación, habrá que invocar finalmente el alma del propio Balzac, tan dispuesto a experimentar y tan sensible a los progresos de la máquina? Sin llevar el anacronismo hasta aventurar la fórmula: Balzac, inventor del hipertexto (y la tentación es grande), aseveramos que hoy se puede concebir, capturar y hacer funcionar el texto balzaciano como un hipertexto. De acuerdo, hagámoslo a partir de una definición en curso: un ``sistema interactivo que permite construir y administrar lazos semánticos entre dos objetos discernibles en un conjunto de documentos polisémicos'',(1) y que aquellos a quienes espantan los grandes términos y temen alguna mecanización o maquinación pérfidamente urdida en contra del texto, se lo reprochen más bien al propio Balzac, pues entre la Obra-Balzac y el hipertexto existe más de un vínculo. Y por lo menos de tres tipos, mismos que consideraremos sucesivamente.

Primero, los que su poética teje, y la prioridad que se reconoce a la ``composición'', es decir, estricta y etimológicamente, a la faena de relacionar y, ya en la práctica, a lo que relaciona. Es un asunto de conformidad entre la textura textual y esta semiótica generalizada a la base de la empresa balzaciana de conocimiento. Comprendemos el mundo construyendo analogías, pues todo elemento es susceptible de producir sentido hacia algún otro, y todo detalle puede hacer una señal hacia un Todo.

El desenlace y la moral de La Casa Nucingen son al respecto testimonio y fábula. La acción transcurre en París, en uno de esos gabinetes particulares de los que ``usted sabe cuán delgadas son las separaciones''. El que narra no tiene nombre, como tampoco lo tiene (aquí) Ella que lo acompaña; sólo son, literalmente, los testigos que sorprenden el relato de los enriquecimientos comunes y fraudulentos de Nucingen y Rastignac, el amante de su mujer. ``Vaya, había gente al lado, dijo Finot al escucharnos salir. Siempre hay gente al lado, respondió Bixiou, quien debía estar ebrio.'' In vino veritas. Es así como se anuncia, a la vuelta de una fórmula redundante y pastosa, un axioma balzaciano de base. Poco importa que estos vecinos no tengan pasado, ni otra psicología que la que el lector infiere de su idilio (¿ilícito?), y sean así transparentes, esbozados, esquivos. Todo pedazo de texto, personaje, lugar, palabra, situación, es el eco virtual de otro u otros, simétricos, sinónimos, adicionales, que resuenan al lado, en algún lugar dentro del gran texto de La comedia humana. En Balzac todo funciona por par o ingresa en un paradigma. Como ventanas sobre la pantalla, superpuestas pero ligeramente desplazadas y visibles, que por turnos aparecen en un primer plano, según se ordene, un hombre oculta una historia, su declinación o su reanudación; una historia remite a otra historia, un origen a un origen más antiguo, un secreto a un secreto mejor guardado; una escena llama a otra, un lugar revela a un personaje, y recíprocamente. Cada individuo pertenece a un tipo en tanto carácter, hombre social, miembro de una familia, ``especie'' que vive en una ciudad o en el campo. A menudo el texto designa esas redes, las subraya con axiomas generalizadores, a la manera de tantos otros nudos semánticos. Pero programadas o no, a estas redes las postula siempre la lógica de una poética.

Segundo vínculo: la analogía de funciones y de funcionamiento entre la práctica de lectura que solicita La comedia humana, esa vasta memoria sembrada de señales, y la realización que un usuario hace de un ``hipertexto''. Balzac es un banco de datos que se consulta al antojo y donde cada quien recompone su propia red de ficciones encadenadas. Con La comedia humana, cada orden de lectura singular, subjetiva, tiene su validez como uno posible entre todos los demás. El texto administra su programación (sus estudios y sus escenas), pero autoriza todos los usos. La clave del dispositivo reside en la invención del regreso de los personajes, que más o menos se practica subterráneamente en las novelas de juventud, y luego se exhibe en marzo de 1835 con Papá Goriot y sus 23 nombres/figuras que reaparecen. Balizado a veces por los envíos en itálicas de un textoÊa otro (en el estilo: ver La duquesa de Langeais), o confiado a la simple mención de un nombre ya encontrado, el efecto se acentúa a lo largo de los años y las ediciones, en particular en La comedia humana de 1842 a 1846-47.2 De alguna manera, Balzac divide sus ficheros y los transfiere de un expediente a otro.

El procedimiento, a la vez patente de invención y golpe publicitario (sería su eureka, su bañera, su manzana), suscita una admiración tan unánime como diversamente, o incluso contradictoriamente, motivada. El interés está en otra parte: en el descentramiento del punto de vista que implica el procedimiento. Balzac programa, pero el lector es libre de no activar algún recorrido, de olvidar, de saltar, de partir de nuevo.

El regreso de los personajes deshace las cronologías lineales de las vidas y sustituye el orden de La comedia humana con una arborescencia... huidiza, o con una navegación aproximativa. Es nuestra la libertad de acompañar al personaje, a ese viajero en tránsito, que nunca muere del todo, intermitente y en espera de reencarnación, como un Vautrin vidocquizado. Regresa bajo la forma de alusión, de silueta. Recorre de nuevo el tiempo, como Ferragus, transformado al final de la novela epónima en ``genio fantástico del cochinillo'', resurgiendo como cómplice activo de Marsay, dos episodios más tarde, en La joven de los ojos de oro, resucitado para encarnar a sus Trece, nunca completos. Ellos también potenciales, como la figura emblemática de todos esos muertos vivos, el coronel Chabert en su agujero de cadáveres. En el terreno de la ficción, el hombre balzaciano jamás sabe lo que le espera, como tampoco su lector. Una peripecia siempre es posible, en alguna otra parte: se prepara en secreto o espera su azar, es dócil con el novelista. Tratándose del regreso de los personajes, basta anunciarlo para prometer, invita a ir a ver, sin que, de modo natural, una señalización precisa o un código directivo indique en azul o rojo la naturaleza de la interacción. El hipertexto es más rico aún, y reorganizable, mientras menos se prepara. De ustedes depende entrar. Se puede, al gusto, seguirle la pista a un personaje, seguir, a espaldas suyas y de los demás, su pasado, su futuro, rastrear las situaciones que reaparecen y que en el caso de Balzac son menos tributarias de un intertexto de escenas pendientes que de una tipología propia de momentos/espacios inventados, e ir de lugar en lugar. A menos que uno ``abisme'' la obra en una obra, eligiendo El arquero de Carlos IX, novela histórica de Lucien Chardon de Rubempré, esta ficción ficticia de la que las tres partes de Ilusiones perdidas y la primera de Esplendores y miserias siguen la improbable historia, redaccional y editorial. Quedaría entonces revisar la novela balzaciana de Carlos IX, disimulada bajo el nombre de Catalina de Médicis.

Tercer vínculo: los modos de navegación todavía inéditos, pero explotables, o al menos previstos por la configuración de los textos balzacianos, que hoy permite la puesta en apoyo numérico de su ``inmensidad''. Esto es leer a Balzac lo más cerca de su proyecto, de sus alcances, incluso de sus sueños. El primero, capital, es la capacidad de atravesar, visitar, cuestionar Todo el Texto en sus recovecos y sus archivos.

Hoy, una ``memoria'' balzaciana, compacta, nos ofrece paradójicamente la posibilidad de airear el texto, de reintegrar a la vida de las palabras aquellas voces congeladas por su larga hibernación en la abstracción de la ``novela balzaciana'', proporcionando al mismo tiempo las señales indispensables -localización(es), aparición(es), desaparición(es), identidad del enunciador, contextualizaciones más o menos restringidas, co-ocurrencias, diseminación de las series de obras-, para una historicidad de la escritura. Pero el número de ocurrencias importa menos que su situación: un término raro (modernidad, por ejemplo) puede representar un punto de intensidad en una red semántica activa; de manera inversa, una alta frecuencia es resultado tanto de una banalización del léxico como de la presencia de un hipotexto compulsivo o de una decisión deliberada; y las ausencias son igual de reveladoras, en su lugar y en su fecha.

Se puede, muy balzacianamente, soñar, para cada una de estas palabras (digamos, siguiendo el alfabeto: artista, energía, gloria, inteligencia, moral, virtud, voluntad y, con algunas contrapruebas, elección, democracia, pueblo), con una especie de fisiología o, mejor, con una ficha de estado civil, o incluso de policía (Servicio de Informes Generales).

Nombre patronímico: indicar si la denominación es común, el plural utilizado, si el artículo es definido o no; anotar los principales determinantes testificados y, con el fin de permitir una identificación más cómoda en caso de parecido onomástico o usurpación de identidad (la revolución de Julio no es la Revolución), proporcionar los seudónimos o anónimos conocidos.

Fecha de la puesta en texto (en caso necesario, la del manuscrito dará fe).

Nacido(a) de... y de...: familia genérica (novela filosófica, novela histórica, cuento, estudio de costumbres...). Remontarse a los antecedentes de lenguaje conocidos y a las ramas colaterales.

Fallecido(a) el... fecha (supuesta) de su desaparición: se le vio por última vez en Beatrix o en el El Primo Pons.

Lugar de residencia (incluidas las secundarias) habitual: salón, tugurio, teatro, negocio, casa de juego, notaría, bufete jurídico, departamento de soltero, castillo en el campo, choza... Desconfiar: la virtud ha dado una dirección falsa: Monografía de la virtud (callejón sin salida), la gloria no tiene domicilio fijo y la voluntad no habita en la dirección indicada (Tratado de la voluntad).

Señalamiento: ``clase'' de lengua, edad aparente. Anotar las señas particulares: regionalismo, hápax, habla coloquial, término de un oficio, etcétera.

A lo que la policía de Vidocq o de Vautrin añadiría notas confidenciales: reputación, relaciones, posición en el mundo, influencia, notoriedad... En cuanto a los registros judiciales, muchos distan de ser vírgenes: interpelación por la censura, delito de sentido contrario, faltas a la moral, acusación de plagio, sospecha de falsificación, de engaño sobre la mercancía o de ganancia ilícita, incitación a la sedición, disturbio del orden público, injuria a una ``clase de personas'' o infracción a los buenos usos. Nada nos prohibe jugar con Balzac.

Ciertamente estos recorridos nos obligan a salir de una cierta legibilidad, propia de las prácticas institucionales de la lectura, dominada ideológicamente por los guías del saber-leer, y fundada en el carácter intangible de la obra maestra. Pero es también la posibilidad de leer otra cosa, y de otra manera, por poco que se quiera avanzar en el conocimiento del texto balzaciano, el cual se alimenta de su historia y la utiliza para su reactivación continua, y se desee finalmente considerar a La comedia humana como lo que también es: un hito en la historia de la edición y en la instalación del ``campo literario'' propio del siglo diecinueve, un conjunto artificialmente integrado por obras que marcan o trazan una carrera de escritor o, más aún, como un gesto de alguien muy profesional. Porque no es traicionar a Balzac ver en él (también) a un obrero de las letras y a un ``hombre de letras''. Esta podría ser una de las lecciones de estos nuevos Balzacs. Todo lo demás es literatura.

(1)Utilizamos aquí la definición que ofrece el autor anónimo del artículo de la Encyclopedia Universalis, última edición, 1998. En ella recuerda que la realización más común de un hipertexto consiste en ``utilizar una computadora para consultar una base de datos mediante un sistema de administración dinámica de vínculos, establecidos por el usuario'' gracias a un monitor, un teclado y un ratón.

(2) Ver el reciente y estimulante artículo de Jo‘lle Gleize, ``La comedia humana, un libro de senderos que se bifurcan'', Poétique, núm. 119, septiembre 1998.

Tomado del Magazine littéraire
Traducción: Carlos Bonfil