La Jornada Semanal, 23 de mayo de 1999
Injusto destino el de los creadores de comic books: sus nombres, sus vidas, destinados al ostracismo de las letras pequeñas impresas al fondo de la página, como los cientos de nombres que nadie lee al final de las películas. Injusto destino, también, el del medio del comic book mismo: rechazado como forma literaria, el comic ha triunfado, sin embargo, sobre la literatura e incluso sobre el cine, para impulsar a sus personajes muy por arriba de la fama y el reconocimiento de sus creadores. Es esta cualidad, de hecho, alimento de la paradoja, pues los comics, al aportar al mundo de la cultura personajes capaces de trascender el propio medio y las obras individuales que los generaron, se fundamentan más enraizadamente en el campo de la narrativa, y no de cualquier narrativa, sino de una inherentemente dispuesta a la trascendencia.
Si es, como dijera Walter Benjamin, la permanencia en el tiempo lo que legitima la obra literaria, los comics han logrado, mediante sus personajes, legitimarse como medio narrativo a través no de una sola obra única, sino de un corpus de autoría colectiva. Sin ignorar las ventajas que les aportó el sistema mercantil colonialista estadunidense, los personajes de los comics se construyeron a partir de fundamentos caracterológicos bastante básicos, que fueron posteriormente desarrollados por diversos artistas gráficos y escritores que, mediante su trabajo cotidiano, terminaron por definir sus personalidades, lo que les garantizó su permanencia a través del tiempo y su aceptación por lectores de diferentes generaciones, de países tan disímbolos como fascinados por sus andanzas.
Sin duda este es el
caso de Batman, personaje creado por un editor, Vincent Sullivan, un
escritor, Bill Finger, y un dibujante, Robert Kane, hace ya seis
décadas: con fecha de mayo de 1939, aparecía en los puestos de
periódicos de Nueva York el número 27 de Detective Comics,
publicación editada por la homónima DC Comics, con domicilio en la
Avenida de las Américas número 666. Es en esta dirección de
inolvidable número que Bill Finger, de 21 años, escribía encorvado
sobre un restirador: ``debo ser capaz de inundar de terror sus
corazones, debo ser una criatura de la noche, oscura,
terrible...''. Así, Finger inscribía para siempre la definición de
este personaje-icono, dando forma literaria a este primer episodio,
titulado ``The Case of the Chemical Syndicate'', narración que
comienza in media res y se remite simplemente a contar una
historia sin duda influenciada por la estética noir de la
posguerra, elevada a arte popular por Chester Gould y su Dick
Tracy. El crédito de Bill Finger, síntoma de época, no aparecía en
el ejemplar, del mismo modo que sigue sin aparecer en la portada de
las ``Archive Editions'' publicadas por primera vez en 1990, carísimas
ediciones en pasta dura cuyo valor principal reside en reeditar las
ediciones tempranas del hombre murciélago. Así, Batman se establece
desde sus orígenes como creación única de Bob Kane, quien se basó en
los estudios de Leonardo y en The Bat, la obra de Mary Roberts
Rinehart. Siguiendo las tiras de Gould, Kane descubre la estética
expresionista alemana y aplica al comic el desfasamiento de la
perspectiva, que en el cine sacralizaron Wiene y más tarde Welles.
El escenario: Ciudad Gótica, nombre que aparece por primera vez en el número 49 de Detective Comics y que muestra una Nueva York de atmósferas sombrías e irreales, trazada por callejuelas laberínticas pobladas por objetos y personajes angulosos y desproporcionados, todos vigilados desde las alturas por rascacielos puntiagudos protegidos por gárgolas pétreas, formas equívocas que esconden las filosas orejas de la máscara de cierto vigilante de la noche... Así, Batman encuentra en Ciudad Gótica un espacio donde desarrollarse: la pluma de Kane rápidamente delineada por el trabajo, a la que se sumó Jerry Robinson, dibujante de 17 años que terminaría por definir el trazo sutilmente surrealista de Kane, y más tarde llega el escritor Gardner Fox, quien introduce al primer personaje side-kick en la historia del superhéroe norteamericano: Robin.
El equipo Sullivan-Kane-Finger-Robinson-Fox dio pie a la fórmula que haría de Batman -y de todos los demás superhéroes trascendentes, desde Superman hasta Spiderman- un personaje capaz de rebasar los límites del comic book para alcanzar fama casi universal, siendo conocido incluso por quienes jamás han leído una historieta.
El verdadero valor de ese número 27 del Detective Comics que apareciera con precio de portada de 10 centavos de dólar, consiste en consolidar el formato del comic book como el medio estándar del historietismo occidental. Superman había enriquecido a la DC Comics, pero Batman alcanzó la longevidad por tratarse de una nueva clase de héroe: lo que importaba en las aventuras de Batman, como dice Rick Marschall, eran las sensaciones que transmitía: era, simplemente, la más profunda oscuridad. Si ves en el abismo, dice el filósofo, el abismo mira en ti.
Batman ayudó también a
consolidar en los ochenta un nuevo formato: la novela gráfica,
posibilidad concreta de que el comic se convirtiera en
literatura aceptada y vendible en las librerías, leíble en las
cafeterías del intelecto burgués. Ese modo oscuro que Batman poseyó
desde sus inicios garantizó la posibilidad de que escritores y
artistas plásticos talentosos explotaran el potencial de distribución
editorial de una compañía tan poderosa como la DC para publicar
algunos de los máximos ejemplos del historietismo mundial. Frank
Miller, Grant Morrison, Dave McKean, David Mazzuchelli, Matt Wagner y
Dennis O'Neal, entre otros, modificaron para siempre la apariencia y
la reputación del comic: novelas como Arkham Asylum, The Dark
Knight Returns, Batman: Year One, Batman: Houdini o Batman:
Grendel y Batman: Black and White, han cambiado la vida de
connosieurs en todo el mundo y han ganado premios
especializados pero, en realidad, han pasado desapercibidos por la
crítica literaria y de artes plásticas. La New York Times Books
Review, y los diarios The Atlantic Monthly y The New
Yorker, sin embargo, no se cansaron de llamar a 1986, con la
salida de The Dark Knight Returns, el año del murciélago, por
su narrativa ``jazzeada, rebelde, oscura, no lineal''.
Sin esas interpretaciones contemporáneas del hombre murciélago de Sullivan, Finger y Kane, Tim Burton no hubiera comenzado una locura batmaniaca el 23 de junio de 1989, cuando Batman llega a las pantallas grandes de los Estados Unidos. Desde entonces, Batman no ha ofrecido muchas cosas nuevas. Sin embargo, sus comics aún se venden como pan caliente en todas las tiendas especializadas.
Bob Kane, nacido el 24
de octubre de 1915 en Nueva York, creador de personajes que, como él,
murieron casi en el olvido, sólo su nombre inscrito en los libros
Courageous Cat, Minute Mouse y Cool McCool, murió de
causas naturales el 3 de noviembre de 1998. Su nombre siempre estuvo
subordinado al de su creación, la cual comenzó a existir en cuanto su
personaje, Batman, dejó de ser una etiqueta carente de sentido para
ser llenada por multitud de creadores a lo largo de 60 años. El hombre
que declaró ``no haber entendido The Dark Knight Returns'',
escribió en su autobiografía (Batman and Me): ``A veces pienso
que estoy soñando y que todo lo que he logrado ha sido un sueño. Me
pregunto si no despertaré para darme cuenta de que, en realidad, sólo
he estado alucinando y que aún soy un niñito pobre del Bronx. ¿Cómo se
separa la fantasía de la realidad? ¿No es la vida una ilusión, un
sueño, un parpadeo?''
Bob Kane, quizá, sólo ha despertado. Lo cierto es que ya no está entre nosotros. Nuestra responsabilidad, entonces, radica en recordar su nombre al igual que recordamos el nombre de aquella invención que seguramente le seguirá sobreviviendo: Batman.