Masiosare, domingo 23 de mayo de 1999


transgénicos, campesinos y consumidores


Vidas cruzadas


Ana De Ita


En México existen más de 100 mil hectáreas sembradas con cultivos transgénicos en algodón y tomate. Se realizan pruebas en alfalfa, arroz, calabacita, canola, chile, maíz, melón, papa, papaya, piña, plátano, soya, tabaco y trigo. Debido al riesgo de erosión genética que los ogm provocan, la posición de México, ratificada en Cartagena, es impedir la liberación al ambiente de productos en los que el país es centro de origen. Pero el enfoque empresarial demanda que en México existan menores regulaciones

Un intenso debate sacude al mundo rural: el de los alcances y los peligros de los organismos genéticamente modificados (ogm). La discusión llegó ya a nuestro país (LaJornada, 14 de mayo de 1999). Los ogm son la ``cereza en el pastel'' de la revolución biotecnológica en la agricultura. Son producto de la manipulación de adn y el traslado de genes entre especies para lograr la manifestación de rasgos deseados.

Durante 1998 el poder de las compañías transnacionales sobre las plantas genéticamente modificadas se consolidó y aumentó el número de hectáreas cultivadas con transgénicos. Cinco firmas -DuPont/Pioner, Monsanto, Novartis, Astra/Zeneca y Aventis- dominan el mercado mundial de semillas transgénicas. La transnacional mexicana Savia -resultado de las fusiones y adquisiciones del grupo Pulsar, propietario de la cigarrera La Moderna, con Seguros Comercial- es líder mundial en semillas transgénicas de hortalizas y tiene el mayor banco genético de esos productos.

Esas corporaciones vinculan la industria agroquímica con la reproducción de semillas mejoradas y transgénicas, los productos veterinarios y farmacéuticos, y los alimentos. Usualmente, el valor corporativo de la propiedad intelectual es mayor que el de la tierra, la maquinaria y el trabajo, así que su posición en el mercado pasa por el monopolio de las patentes, el control sobre el germoplasma, la tecnología genética y la investigación genómica.

Durante 1998 se cultivaron en el mundo 28 millones de hectáreas con cultivos genéticamente modificados: la soya, el maíz, el algodón, la canola y la papa fueron los cinco principales. Estados Unidos ocupó el primer lugar con 20.5 millones de hectáreas, seguido por Argentina con 4.3 y Canadá con 2.8. México, Francia, Australia, España y Sudáfrica se reparten el resto. La soya y el maíz representan 52 y 30 por ciento del área transgénica global. Monsanto dominó 88 por ciento de esta superficie, Aventis 8 y Novartis 4.

En México existen más de 100 mil hectáreas sembradas con cultivos transgénicos en algodón y tomate. Se realizan pruebas en alfalfa, arroz, calabacita, canola, chile, maíz, melón, papa, papaya, piña, plátano, soya, tabaco y trigo. Debido al riesgo de erosión genética que los ogm provocan, la posición de México, ratificada en Cartagena, es impedir la liberación al ambiente de productos en los que el país es centro de origen. Pero el enfoque empresarial demanda que en México existan menores regulaciones.

La dominación del mercado de semillas por los gigantes genéticos ha provocado una oposición pública sin precedentes. Es un eje de lucha del movimiento campesino internacional. Las organizaciones campesinas más fuertes del mundo demandan el derecho de los agricultores de seleccionar, intercambiar, guardar y replantar sus propias semillas, práctica campesina milenaria que las firmas genéticas prohiben, penalizan o impiden biotecnológicamente. Exigen preservar la biodiversidad y las variedades nativas. Enfrentan a los derechos de propiedad intelectual y patentes, los derechos de los pueblos indios y las comunidades campesinas sobre el germoplasma y el conocimiento colectivo asociado. Se oponen a la pérdida cultural que la homogeneización de cultivos conlleva. Luchan contra el sometimiento de la agricultura a los intereses de un puñado de empresas transnacionales.

A principios de 1998 el gobierno francés autorizó la siembra de maíz transgénico de Novartis. En protesta, alrededor de 100 agricultores ``desnaturalizaron'' cinco toneladas de semilla transgénica, mezclándola con maíz tradicional. Tres de los dirigentes enfrentaron un juicio que se convirtió en el primer juicio político contra el maíz transgénico. Los campesinos recibieron la solidaridad de organizaciones campesinas de distintos países, de organizaciones de consumidores, ambientales y civiles. Meses después los campesinos franceses boicotearon la campaña de Monsanto para promover sus semillas genéticamente modificadas.

En noviembre de 1998, en la India, la Asociación Estatal de Campesinos de Karnataka llamó a la acción no violenta, de desobediencia civil: ``Pégale fuego a Monsanto''. Miles de campesinos ocuparon y redujeron a cenizas los tres campos de prueba de algodón transgénico, en una campaña directa que continuará hasta que las firmas abandonen la India. Estos movimientos son apoyados con demandas legales.

El otro lado de la pinza son los grupos de consumidores preocupados por la falta de pruebas sobre los posibles daños a la salud. Las compañías afirman que no existen riesgos, hasta que no se pruebe lo contrario. Los consumidores demandan la obligación de las compañías de probarlo suficientemente. En Europa, los consumidores exigen el etiquetado de los productos transgénicos, ``si están tan orgullosos de sus productos, ¿por qué no los etiquetan?'', y apoyados por grupos ambientales han logrado detener desembarcos.

Si las compañías y los ogm no respetan fronteras, la respuesta de la sociedad civil también las traspasa.