Cale alimenta su mito, al margen de las glorias del Velvet
Adriana Díaz Enciso, Londres, Inglaterra n Figura de culto, John Cale sigue alimentando su mito a través de los años sin detenerse en las glorias de Velvet Underground. Y, sin embargo, sigue atado al terciopelo subterráneo por una nostalgia que anuda los cabos nunca sueltos de su vida y de su obra.
Una noche de viento helado busco refugio en el pequeño teatro del ICA (Institute of Contemporary Arts) y soy testigo, entre el respetuoso silencio del público devoto que llena la sala, de la íntima exposición de las heridas y las revelaciones de este artista impermeable a las definiciones. Esta presentación forma parte del ciclo Dead agents, primer montaje multimedia de Cale en el Reino Unido durante esta década a punto de expirar, y es sólo un eslabón en la cadena de cuatro días en que se exponen retratos del artista hechos por Eva Vermandel y en que se proyectan películas donde ha participado de alguna forma (John Cale and Min Tanaka at the Archa Theatre, Words for the Dying --en colaboración con Brian Eno-- y I Shot Andy Warhol).
No es sólo música lo que venimos a escuchar. La música --guitarra acústica en manos de Cale, atmósferas desde el sintetizador del joven DJ Adam Dorn-- es sólo la envoltura de un viaje, a veces sosegado, a veces violento, siempre introspectivo, por la vida de un hombre ya entrado en años que no renuncia ni a la desgarradura ni al milagro.
Cale despeja los umbrales de la intimidad al iniciar este acto con la lectura de un capítulo de su autobiografía What's Welsh for Zen? Habla de cuáles fueron sus primeros contactos con la música; recrea la experiencia de exponerse a las virtudes sublimadoras del arte a través de la mirada de un niño que poco a poco descubre la brutalidad del mundo, pero también el elixir curativo de la rebeldía. Lee con voz pausada, como si apenas en ese instante recordara lo escrito, como si hablara para sí. Luego, rodeado de la proyección casera de imágenes, entrega su nueva producción poético-musical: fragmentos de la experiencia en que la ironía, la amargura, la sabiduría y la belleza, el amor y la violencia se mezclan con naturalidad.
El espectáculo termina. Parece demasiado pronto. Pero es quizá el tiempo justo para no desgarrar la intimidad convocada. Salimos silenciosos del teatro y con la red del silencio nos protegemos del frío que estremece las sombras en el parque de St. James.