Barcelona, 21 de mayo Ť Gracias a Sergio Zulian, Amanda Ciri y Gilberto Macaluso, Venecia me ha entregado el secreto de su doble identidad. Ahora sé que muy una es la ciudad-museo para los turistas, el onírico escenario para los enamorados en donde hace más de 20 años Eduardo Galeano se casó con su mítica Elena, y muy otra la Venecia de los hombres y de las mujeres que nacieron, crecieron y viven entre los canales de Nuestra Señora de las Aguas, como la llaman también.
Protegido por la generosa hospitalidad de mis anfitriones, logré lo que de otro modo habría sido imposible: resistir económicamente los días necesarios para encontrar a José Saramago y pedirle su iluminada opinión sobre el silencio, a estas alturas escandaloso, que América Latina guarda ante las guerras de los Balcanes, como si éstas -la de la OTAN contra el mundo y la de Milosevic contra los albaneses- no estuviesen implicadas en el destino inmediato de la humanidad.
A través de Internet, los diarios mexicanos dan cuenta de una evidencia dolorosa: la izquierda de este país -sus principales dirigentes y sus figuras distintivas, pero también su base militante y sus intelectuales- no parece haber comprendido que tiene la responsabilidad ética, política y estratégica de asumir una postura pública al respecto.
La responsabilidad estratégica es obvia: quienes hoy guarden silencio por hallarse atareados en problemas locales no menos urgentes, mañana serán descalificados, cuando salga a la luz el cúmulo de monstruosidades que en este momento encubren las acciones de los ejércitos en combate. La responsabilidad política es irrenunciable, porque a quienes defienden las ideas de la democracia, de la justicia y de la solidaridad, les toca orientar al pueblo para ayudarlo a comprender, y alentarlo a rechazar, el juego de las grandes potencias del planeta en Yugoslavia, así como la estrategia criminal del nacionalismo serbio en Kosovo, dos fenómenos que más temprano que tarde podrían repetirse en Cuba y en Chiapas, donde ya están esbozados como amenazas latentes.
La responsabilidad ética de la izquierda mexicana frente a la tragedia de la Europa de los pobres no es menor. Su silencio aprueba la ilegalidad de la OTAN, que se fue a la guerra sin autorización de la ONU, y que emplea armas prohibidas por la Convención de Ginebra, como son las bombas -descritas en El Tonto del Pueblo anterior- rellenas de racimos de bombas más pequeñas, que los aviones de Clinton y de Tony Blair disparan, sobre todo, contra objetivos civiles.
Quienes luchan en su propio territorio contra las políticas ilegales del ``gobierno'' mexicano pierden autoridad moral si convalidan, por el simple hecho de no denunciar, las políticas ilegales de los más poderosos del orbe, o el exterminio y la expulsión de los kosovares que tan exitosamente ha llevado a cabo Milosevic, al mismo tiempo que obliga a permanecer escondida a la oposición democrática de Serbia.
Una fuerza política en plena expansión, como es la izquierda mexicana, con altas posibilidades de convertirse en gobierno el año entrante, necesita definir públicamente desde ahora las grandes líneas de su política exterior, y prepararse, desde ya, a rescatar la grande y noble tradición diplomática de nuestro país, que ha sido destruida en pocos años, como todo lo demás, por el entreguismo servil de los tecnócratas.
En Yugoslavia estamos presenciando la lucha de Hitler contra Hitler: Clinton es hoy el Hitler que en 1939 invadió a Polonia para edificar la supremacía de Alemania en el mundo, y Milosevic es el Hitler que montó los campos de concentración para eliminar industrialmente a los judíos. Pero hoy, 60 años después y sin contrapesos a la vista, la OTAN es la versión moderna del III Reich, mientras el régimen de Belgrado aparece como su siniestra caricatura. ¿Puede la izquierda mexicana permanecer callada un día más frente a esto?
Tiene la palabra Biljana Srbljanovic, una bella y modesta profesora de literatura de Yugoslavia, que desde el principio de los bombardeos escribe un lancinante ``Diario de Belgrado'' para el rotativo italiano La Repubblica. He aquí algunos fragmentos de su entrega del 15 de mayo, titulada ``Pueblos masacrados por su propio bien''.
``Nuestras vidas se parecen cada vez más a las tragedias griegas: una mezcla de enredos terribles, mucha sangre, matanzas, traiciones y errores, y todo esto para confirmar un lugar común. En nuestro caso la moraleja es esta: la guerra no es buena (¿es mala?). Para ser más precisos, es banal. En la guerra padecen, sobre todo, aquellos en cuyo nombre la guerra se verifica. Nuestro presidente la inició, como dice él mismo, en nombre del pueblo serbio. La OTAN ha respondido en nombre del pueblo albanés de Kosovo. Después comenzó la carnicería. Y las consecuencias más graves las han sufrido los pueblos albanés y serbio. El enésimo `trágico error' de los bombarderos de la OTAN, hace dos días, que en palabras vulgares significa la muerte de casi 80 personas, masacradas con armas asesinas, ha creado un nuevo material para esta serie de tragedias. Para la propaganda serbia la cosa más importante ha sido subrayar cínicamente la nacionalidad de las víctimas, porque todas eran albanesas. Los portavoces de la OTAN han respondido a esto con porcentajes y números, y dicen que el número de errores comparado con el de los ataques es casi inexistente, apenas un porcentaje decimal. Sumando todos los muertos, las víctimas `colaterales' en los trenes, en los autobuses, la gente escondida en los bosques, la gente sorprendida en su propia casa mientras dormía, todo junto da algunas centenas de cadáveres y representa sólo ¡un pequeñísimo porcentaje! Es una paradoja cínica: el bombardeo de los refugiados forma parte de una política global que se desarrolla para el beneficio del pueblo albanés. Al menos eso afirman los que dirigen la guerra. De tal modo, si usamos una lógica simple, las víctimas albanesas de antier han caído por la libertad y por el brillante futuro de su propio pueblo. El único problema es que nadie le preguntó a esa gente si estaba dispuesta a sacrificarse de tal manera. ¿Quién desea mejorar por medio de la fuerza bruta? (É) Aquí todavía nadie ha entendido nada, la gente está muriendo sin razones ni objetivos, tantísimas personas son obligadas a emigrar, y mientras más aumenta su número, más se afirma la verdad que nuestro tirano, a pesar de todas las democracias de Occidente, quiere demostrar: no existen los derechos humanos. (É) Mientras más grande es la columna de refugiados albaneses, más grande es la felicidad de nuestro dictador, y más se confirma su ``política'' que por muchos años ha creído en la abolición de los derechos del hombre. (É) A veces me parece que nuestras guerras balcánicas terminarán solamente cuando el número de sobrevivientes sea tan reducido que todos podrán esconderse bajo un árbol de melocotones. ¿Pero cómo es posible que a esto nos lleve un dictador pequeño y ordinario, al que una vez los estudiantes le aventaban zapatos, y que todos los poderes del mundo armado, en más de 50 días de guerra, no han logrado derrotar? ¿Y si Milosevic no fuese el objetivo de los ataques de la OTAN?''
Añade Biljana, días después: ``El tiempo se comporta de modo extraño. Las noches parecen al menos dos veces más largas que los días. Cuando suenan las sirenas de la alarma, las agujas del reloj giran mucho más lentamente, y un segundo dura dos segundos, un minuto veinte minutos, una noche doscientas noches. En cambio, los días se consumen a grandísima velocidad. Nadie hace nada, nadie comienza nada importante en la mañana porque todos temen que de un momento a otro volverá la noche. Y así estamos desde hace 55 días. (É) Hoy soy particularmente feliz por no tener hijos. No es que no los desee. El hecho es que la responsabilidad de crear una nueva vida en un mundo donde las vidas no valen nada, todavía no estoy lista para asumirla. En una antigua crónica rusa encontré una nota interesante. A propósito del treintavo asalto de los bárbaros que sembraban terror y muerte, el cronista escribía: `Esta situación insoportable ha durado más de cuatrocientos años'. Esto confirma por qué para nosotros los eslavos el tiempo representa sólo un concepto relativo'' (La Repubblica, 18/05/99).
Además de vil, Clinton es un imbécil. Tony Blair es un imbécil. El general Wesley Clark, supremo comandante de la OTAN, es un imbécil. Javier Solana, secretario general de la OTAN, es un imbécil. Los jefes de los restantes gobiernos europeos que se embarcaron en esta aventura sangrienta, estúpida e inútil, son una punta de imbéciles. Después de aguantarles 58 días de bombardeos, Milosevic -ya se ve con plena claridad- les ha ganado la guerra y los ha puesto en ridículo.
Clinton y sus colegas no han logrado salvar la vida de un solo kosovar albanés, que era su principal objetivo político, según dijeron. En cambio, colaborando en ello con Milosevic, han destruido las ciudades y los pueblos de Kosovo, mientras casi un millón de refugiados vive en pésimas condiciones detrás de las fronteras de Yugoslavia. Y lo peor es que dentro de cuatro meses comenzará a nevar en la región, y dentro o fuera de Kosovo, da igual, dos millones de hombres, mujeres y niños sin techo correrán el peligro de morir congelados. Nadie está construyendo casas de piedra para albergarlos, y el tiempo indispensable para encarar la emergencia que se avecina se extingue con la angustiosa velocidad de los días de Biljana.
Por lo mismo, Clinton y sus colegas buscan desesperadamente un arreglo político, el que sea, a la mayor brevedad, lo que a la postre garantizará la permanencia de Milosevic. Derrocarlo ha dejado de ser la prioridad de la OTAN. Visto que las bombas ``democratizadoras'' no consigueron alejarlo del poder, a los aliados no les queda sino la invasión terrestre, que provocaría la muerte de soldados ingleses, franceses, alemanes, italianos y en menor grado estadunidenses, y extendería el malestar de la guerra a las principales ciudades de la Europa opulenta, además de desestabilizar por el norte a la dulce Hungría y provocar el efecto dominó en Albania, Macedonia, Turquía y Grecia: un costo demasiado alto para cortar la cabeza del sátrapa de Belgrado, que de tal suerte se erige en el único y verdadero triunfador.
Escribo estas notas con un pie en el avión que me llevará a México (acreedores, abstenerse). Está amaneciendo en Barcelona y en la torpeza de los dedos que me amarran los zapatos comprendo que llevo tres noches sin dormir. La del martes se agotó entre una cena de despedida en Padua y los litigios con los revisores de boletos y pasaportes del tren que, en principio, debía traerme hasta acá. El miércoles por la mañana, sin embargo, bajé en Cannes para asomarme al festival de cine, preguntar por Emily Watson, de quien soy fan, y terminar una crónica de viaje acaso llamada ``De los Balcanes a Cannes'', que no escribiré porque el inevitable subtítulo sería ``Nunca vi Belgrado'', un fracaso profesional que me tiene absolutamente furioso. Por culpa de Emily, o de su ausencia, llegué a medianoche a Cerberes, frontera de Francia con Cataluña, y tirité hasta las cinco en una lóbrega sala de espera, en compañía de un anciano vagabundo que me despertó, según esto, porque roncaba. Ahora ha salido el sol, el Iñaky y los compañeros se han ido exhaustos de cantar aquello de ``tengo miedo de buscarte y encontrarte'', y mientras me acometen las ganas de agradecer desde aquí a Ricardo Rodríguez y familia, a Carla, que me ha prestado su comedor para escribir estas líneas; a Pierre y Beatrice e Yvon Le Bot; a Michelle y mis nuevos cuates de Budapest, y a Bárbara y Wilma en Padua, prendo el noticiario de la televisión yÉ zas, ahora las bombas democratizadoras dañaron las embajadas de Suecia y de España, lo cual me hace pensar: ¿qué espera la izquierda mexicana para manifestarse contra la OTAN y Milosevic? ¿Que los misiles caigan sobre la representación de nuestro ``gobierno'' en Belgrado? Aunque tal vez no falta mucho, sería en todo caso demasiado tarde.