Paul Auster plantea un dilema que tiene como escenario el baño de un avión. Ir al baño en estas máquinas no es cualquier actividad. Primero, si no se tiene la fortuna de ocupar un asiento junto al pasillo, hay que ejecutar la penosa acción de levantarse y pedir permiso para pasar. Esta acción puede transcurrir de dos maneras: el de junto se levanta para que pasemos y eso abochorna un poco, o el de junto no se levanta y entonces tenemos que pasar por ese espacio estrechísimo que hay entre fila y fila de asientos, frotando nuestras rótulas con las suyas y pasándole la parte posterior, o la anterior, a unos cuantos centímetros de la cara, y eso abochorna mucho.
El camino al baño es igual para todos, la comunidad involuntaria que convive encerrada en ese tubo a presión que vuela, se entera de a donde nos dirigimos y ya los muy perspicaces adivinan cuál de las dos urgencias básicas nos va estimulando. La caminata también tiene su peculiaridad: la única actividad que desarrollan la mayoría de los pasajeros, una vez que han terminado de hojear el magazine de la aerolínea, es observar al que camina por el pasillo, que encima tiene que permanecer un rato de pie, en exposición total, en lo que se desocupa el baño.
Antes de pasar al dilema de Auster es necesario decir que adentro del baño, una vez que se ha cerrado la puerta, el ambiente es otro: el ruido de los motores se amplifica y el brincoteo se acrecienta; se cumple con la urgencia siempre con la zozobra de salir disparado al techo en uno de los brincos y con el temor de ser revivido, minutos después y con los pantalones bajados hasta las rodillas, por una hermosa azafata. En el guión de la película Lulu on the Bridge (y supongo que también en la película) nos encontramos dentro de la conversación que sostiene Philip, un exitoso productor de cine, con Izzy, un personaje desastroso, que era músico de jazz. Philip, mientras le pega nerviosas caladas a un puro contrabandeado de Cuba, le cuenta a Izzy su experiencia en el baño de un avión.
Los dos personajes, el avión, el baño, el resto del guión y hasta la película son obra de Paul Auster; aunque en una entrevista el escritor confiesa que la anécdota se la contó un amigo. Philip se levanta de su asiento con dirección al baño. Está ocupado. Tiene que permanecer ahí de pie junto a una azafata. Aquí Javier Calzada, que es el traductor del guión de Auster al castellano, traduce en español de España: ``Y tengo que quedarme allí de pie como un pasmarote junto a una de las azafatas''.
Luego de un rato sale una mujer bellísima, de ventitantos años, que le sonríe a Philip con una intención indescifrable pero a todas luces sospechosa.
Philip se mete al baño y descubre que el retrete tiene la tapa encima y que arriba de la tapa, cómo la cereza del helado o los novios que coronan un pastel, hay lo que Calzada, nuestro traductor, traduce como ``un enorme zurullo de mierda''. Zurullo, según el Pequeño Larousse quiere decir ``pedazo rollizo de materia blanda''. ``Pedazo'', ``materia'' y ``blanda'' describen de manera cristalina lo que había encima de la tapa del retrete, pero a ``rollizo'' hay que pasarlo todavía por el diccionario: ``adj. Redondo, cilíndrico. Robusto: un niño rollizo''. (Vaya niño, digo yo). ``Madero en rollo''. (Aquí si que nos vamos acercando). ``Enorme'' no tiene problema y ``mierda'' es, sin más vueltas, la mierda.
Philip se encierra en el baño para enfrentarse con este dilema: si le dice a la azafata, aquella junto a la que estaba ``como un pasmarote'', se armará un revuelo que avergonzará a la mujer bellísima que salió del baño y él quedara como un cincuentón chivato. Si sale sin decir nada quedará como el padre del zurullo, como un cincuentón gobernado por su esfínter. La otra opción es agarrar una bola de papel y darse a la tarea de limpiar ese ``pedazo rollizo de materia blanda''.
¿Tú que hubieras hecho?, le pregunta Philip a Izzy. Izzy responde: ``Pues... no sé. (Pausa) Me habría quejado..., creo; pero no estoy seguro. (Pausa) ¿Tú que hiciste?''. Philip, con su puro en la mano, que bien podría ser un pedazo rollizo de materia menos blanda, responde: ``Saqué unas toallas de papel y limpie la porquería''. Después de leer Lulu on the Bridge no queda más que agregar esta historia al viacrucis de levantarse para ir al baño del avión. Otra persona hubiera elegido otra de las tres opciones. Izzy, por ejemplo, no hubiera limpiado la tapa.
Sorprendente el nivel de test de personalidad que puede alcanzar un modesto zurullo.