Jean Meyer
Serbia y Rusia
Eso de las pasiones colectivas no es algo fácil de ponderar. De repente nos vienen con el cuento de la hermandad eterna e inquebrantable que une a las naciones eslavas. Otra vez ese concepto de paneslavismo o de eslavifilia, tan barroco como el de panamericanismo o hispanismo; con los mismos desagradables subentendidos ideológico- militares.
Como, por ejemplo, entre Franco y Perón. Como, cuando Stalin, en 1948, en vísperas de romper con Tito, el demasiado independiente líder de la Yugoslavia comunista, declara a Milovan Djilas, el enviado de Tito: ``¿Por qué mandan divisiones para defender a los albaneses de Grecia? ¿Qué es ese proyecto de unión económica?, ¿y por qué devolver Kosovo a Albania, en el marco de una confederación? Albania no nos interesa. Estamos de acuerdo para que Yugoslavia se trague a Albania''. Y, prosigue Djilas, ``Stalin unió los dedos de su mano derecha, la acercó a su boca, hizo el gesto de tragar. Intenté explicar: ``No se trata de tragar a Albania, sino de unir nuestros dos países''. Stalin dijo, siempre con el mismo gesto: ``Sí, sí, bien he dicho tragar. Estamos de acuerdo con ustedes: deben tragarse a Albania, y cuanto antes mejor''.
Por cierto, ojalá hubiese funcionado el proyecto de confederación; la cuestión de Kosovo habría desaparecido. Y, en el marco de la guerra del mismo nombre, el Congreso serbio no hubiese votado por unanimidad su unión a Rusia y Bielorrusia, lo que nos remite al mito de la hermandad ruso-serbia. Si la mayoría nacional-comunista de la Duma rusa aco- gió tal voto con entusiasmo, el gobierno ruso ha sido mucho más reservado. Se entiende, Lukashenko y Milosevic son los dos últimos dictadores comunistas de Europa y, en dos ocasiones, en agosto de 1991 y en octubre de 1993, cuando se pudo pensar en el regreso al poder de los comunistas en Moscú, Milosevic se preparó para festejar con champagne. La guerra de Kosovo está considerada en Moscú por los comunistas como ``la tercera es la vencida''. Para Yeltsin es una oportunidad para recuperar parte del terreno perdido, manifestando su nacionalismo y algo de eslavofilia para consumo interno, demostrando a la OTAN que podría ser el hombre de la situación, un don Buenos Oficios para lograr un compromiso internacional.
Así como hoy en día no puede haber amistad entre Yeltsin y Milosevic, la regla histórica ha sido el desamor. Lean a Solzhenitsin y a su crítica devastadora del paneslavismo; recuerden al odio visceral de Stalin contra Tito: ``Titista'' se había vuelto en la jerga comunista internacional un insulto tan sólo comparable en gravedad a ``trotzkista''. El mismo Jrushchov acusó a Tito de haber inspirado la revolución húngara de 1956. Por cierto Tito condenó y la represión en Budapest, y la invasión de Checoslovaquia en 1968, y la invasión de Afganistán en 1979. ¡Que lata les dio a los soviéticos con su movimiento de los no alineados! Así que de 1948 hasta la caída de la URSS las relaciones fueron malas y después no fueron buenas entre la nueva república rusa y la Serbia de Milosevic.
¿Y antes? Después de la revolución bolchevique, Yugoslavia fue el refugio de muchos emigrados rusos, monarquistas, socialistas, demócratas, religiosos y una base activa de antisovietismo. El nacionalismo serbio no tenía nada que ver con el marxismo-leninismo. ¿Y antes? Rusia ayudó a serbios y búlgaros en la guerra de 1876-1878 contra el imperio turco, pero denunció muy pronto la ``traición serbia'' cuando Belgrado hizo pesar sus intereses antes que los de Moscú. Así que la ``histórica hermandad ruso-serbia'' no existe, sino una gesticulación ideológica de los nacional-comunistas rusos que terminan el milenio resucitando el paneslavismo del siglo pasado. No cabe duda de que si no han olvidado nada, aquellos hombres tampoco han aprendido algo.