Cuando me enteré de que parte de la colección reunida por el joven Eugenio López se exhibiría en el Museo Carrillo Gil, pensé que veríamos pinturas de Motherwell, Sean Scully, Susan Rothenberg; esculturas, algo de Andy Warhol, es decir, piezas que situarían al mismo nivel de su destacada colección de artistas mexicanos contemporáneos. No fue así, lo primero que vi fueron efectivamente dos esculturas de maestros consagrados: Donald Judd con Stalks, minimalista, purista, muy similar a otras de su propia autoría y la pieza en chatarra de John Chamberlain, ambas de 1989; la de Judd conserva cierta frescura, de la de Chamberlain se diría que ha envejecido mal. Todo lo demás está dentro del neominimalismo y por tanto del neoconceptualismo, guarda nexos con una sección de la muestra con la que hace más de un par de años se reinauguró el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago en su nuevo edificio, y en términos generales el conjunto no resulta novedoso, aunque sí representativo de lo que es posible encontrar en varias latitudes.
Es valiente la moción del coleccionista, porque muestra su voluntad de estar en el presente, aunque este presente sea tan chusco y cínico como la propia muestra lo demuestra. Pese a que la mayoría de las obras son recientes, por ejemplo el urinario de la apropiciacionista Sherrie Levine (n. 1946) es de 1996, la sensación de advenimiento de una inevitable vejez es, casi siempre, lo que suele instaurarse en el espectador. Hay excepciones, todas tienen que ver con la semántica o con la escritura.
Así, el óleo de Jason Martin (n. 1970) Elvis debido al efecto moire, al color y al ritmo, asocia atinadamente la composición con Elvis Presley, esa obra es casi un retrato, fúnebre, pero al fin y al cabo, retrato. De Gary Simmons (n. 1964) hay una pintura realizada con gis, Línea pionera, que a primera vista parece una fotografía y no sé por qué, la asocié con las pinturas de Ignacio Salazar, Sobre la duda, que se exhiben en el MAM, aunque por su refinamiento detallista éstas en tantos aspectos le son opuestas.
Pensaba dar un vistazo breve a la muestra, pero me entretuve bastante debido a la obra de Sean Landers (n. 1963), Nothing New, realizada entre 1996 y 1997. Sin dejar de ser una pintura al óleo, varias lomas haciendo horizonte contra un cielo negrusco, es también un manifiesto. Y es que no hay tales lomas, hay párrafos enteros pintados de diferentes colores y un texto seguido, pintado en caracteres negros. Para saber de qué se trata, no basta darse cuenta de eso, es necesario leer qué dicen los párrafos. Entresaco algunos, traducidos al español, con la esperanza de no traicionar al artista:
''Cuando estoy quebrado (sin un centavo) apenas si puedo tener una erección, afortunadamente, tengo dinero"; ''Toda mi vida he estado esperando que suceda algo, ahora es una maldición saber que nada va a suceder", ''escucha sólo a tu yo (self) y siempre estarás en la verdad, Ƒpero qué tal si tu yo es un imbécil?", ''no estoy haciendo esta pintura para una exhibición, la hago únicamente porque estaba deprimido y esto me hace sentir mejor"; ''con mi confianza restaurada, volveré a pintar cuadros". Cada frase está pintada haciendo del párrafo una forma irregular que combina o contrasta con la adjunta, como si fuera un rompecabezas. Los colores predominantes son sepia, amarillo, siena, verde, bermejo. Del texto corrido, sin pausa, pintado en negro, pueden entresacarse enunciados como el siguiente: ''Estos días Nueva York se siente más muerto que nunca antes. Si tuviera dinero me iría a la playa y me sacaría de la cabeza toda esta carrera de mierda".
Observé que el enunciado de la cédula explica la pertenencia de Sean Landers a la ''estética patética", debido a que propone un modelo de humildad y a que sus expectativas están disminuidas. Sucede lo opuesto con el artista y teórico del arte Joseph Kosuth, titulada 91+216. Es una serigrafía muy bien montada en metal que ostenta párrafos inspirados y en cierto modo extraídos, pero modernizados de Las confesiones, de San Agustín, escritos en portugués. ''Ahora puede crearse la apariencia de que existe un análisis terminal de nuestras formas lingüísticas y por lo tanto una forma perfectamente descompuesta de expresión, como si nuestras formas habituales de expresión estuviesen esencialmente por analizar".
Debido a que me intrigó el título (y me interesó la obra porque Kosuth ha escrito mucho y lo he leído, aunque no siempre lo he podido entender) empecé a descifrarlo, al parecer es esto: al 91 se le suman los 216 vocablos contenidos en los párrafos. No logré emocionarme con la obra de nuestro famoso compatriota Gabriel Orozco, artista como bien se sabe de proyección internacional, que exhibió en la muestra Así está la cosa organizada en el desaparecido CC/ AC, una caja de zapatos. Cierto es que en la pasada Documenta su participación ųcon un cráneo manufacturado y ajedrezadoų estuvo entre lo más feliz que entonces se exhibió.
No sucede igual con su pieza exhibida, aunque se trata de una obra presentada en su muestra del Musée d'Art Moderne de la Ville de París, El huevo cósmico.