Si
hoy los magueyes sirven para marcar linderos y decorar jardines, a principios
de siglo dominaron el paisaje. Las haciendas magueyeras altamente productivas
cambiaron de cultivo conforme se impuso la prohibición de consumir
pulque en la Ciudad de México y se comprobóla imposibilidad
técnica de encontrarle una presentación embotellada. El nopal,
en cambio, alargó su vida productiva gracias al entusiasmo de los
japoneses por sus cualidades regenerativas. Ambas plantas, que le dieron
al Valle de México su imagen de "aristocrática esterilidad"
(Alfonso Reyes), hoy comparten el paisaje con especies venidas de Australia,
de la India y del norte de Africa. Ese cambio de paisaje ha sido parte
importante de la historia del siglo XX.
Mirar el campo mexicano desde afuera, como paisaje, ilumina los cambios de larga duración. La disposición y tamaño de las parcelas, los caminos, los pueblos, las tierras sembradas y las que quedan en Barbecho, todo deriva del modo de vida y de trabajo campesino. Por la diversidad ecológica, tenemos muchas historias del campo mexicano. Pero como queremos subrayar los trazos gruesos de una historia nacional compartida, es útil la vista aérea. Además, como la historia desconfía de las abstracciones, recurriremos a casos concretos para ilustrar lo que pasó.
Por su valor simbólico ?ahí nació Lázaro Cárdenas- y porque participa de la historia del Bajío, durante siglos el "granero de México", la historia de La Guaracha (Glendhill) será nuestro hilo conductor. Deliberadamente no contaremos la historia de alguna región alejada o marginada, atrapada en el laberinto de la substancia. La historia más dramática es la opuesta, la de las tierras de más alta calidad productiva y comercial.
La Guaracha, entre Jalisco y Michoacán, fue una Hacienda propiedad de una rica familia de banquerosde Guadalajara. Sus tierras fértiles habían sido ganadas a la Laguna de Chapala durante el Porfiriato. Cuando empezó la revolución del señor Madero, La Guaracha era una empresa modelo de agricultura comercial, con ferrocarril y barco de vapor para cruzar el lago.
Los diez años que siguierona 1910, con todo y guerra civil, no cambiaron mucho la vida en La Guaracha. Los revolucionarios pasaron de lado. Vigilada por guardias armados pagados por los terratenientes, La Hacienda mantuvo su integridad productiva. Hasta 1922, nadie reclamó el reparto de tierras excedentes.
Esa historia cambió con el cierre de la frontera norteamericana a los trabajadores mexicanos (1925), la repatriación de migrantes (1928) y la Gran Depresión (1929). Ante esas nuevas circunstancias, no sólo se necesitaban tierras, sino transmitir con fuerza un mensajenacionalista: en México había trabajo digno para todos. La hacienda de La Guaracha sería convertida en ejido modelo.
El reparto de La Guaracha dio perfil a la "fase radical" de la reforma agraria. Los ejidos podían ser la alternativa de la vieja agricultura capitalista de gran escala y además formarían una nueva clase, agrarista y patriotica. Los nuevos ejidatarios ?antiguos empleados de la Hacienda, comerciantes y artesanos de los pueblos vecinos- recibieron 4 hectáreas de riesgo y 8 de temporal, suficientes para sostener empresas agrícolas medianas.
Controlada desde arriba, lidereada por jóvenes militares que luego ocuparían cargos en el gobierno estatal, esa reforma agraria no pudo desligarse de la política: apoyar al jefe ?y a su grupo político- era defender las tierras y prosperar. Ese doble interés siguió operando y fue el cimientode la hegemonía del partido de Estado.
Para esos ejidatarios, los años de la segunda guerra mundial y de la devastación de Europa se convirtieron en el "milagro mexicano". Como las de Guaracha, muchas tierras irrigadas comenzaron a trabajarse con tractores y a probar agroquímicos para aumentar la productividad. Un nuevo personaje protagonizaba la modernización del campo; los jóvenes agrónomos graduados en Chapingo que entendían su misión como una lucha contra las tradiciones campesinas arcaicas, obstáculo del desarrollo.
Entre 1942 y 1945 los productos del campo aumentaron más rápidamente que la población:fueron los años dorados de3 ejidos como La Guaracha o la Comarca lagunera, porque los precios del algodón eran altos y el azúcar estaba racionada en Europa por la guerra; también para el c afé y para el chicle, al que se habían aficionado los soldados para mitigar la tensión de las trincheras. La "revolución verde" aumentó espectacularmente la productividad con las nuevas variedades de maíz desarrolladas bajo la dirección de técnicos norteamericanos, exhibidas en los campos experimentales con un entusiasmo propagandístico equivalente al de los logros de la transformación socialista. El lado opuesto de ese escaparate fue el "rifle sanitario" que combatió la fiebre aftosa pero acabó con el ahorro campesino.
Al terminar la guerra, la posición de México era otra, y la de Estados Unidos también. En EUA, con sus hombres de vuelta al trabajo, interesaba más desarrollar las planicies de Wisconsin que apoyar al campo mexicano. En México, la idea de que se podía ofrecer trabajo digno a todos, comenzó a ser erosionada por el crecimiento demográfico. Importó, eso sí, que México siguiera adquiriendo maquinaria agrícola, fertilizante y pesticidas. Las marcas productoras establecieron subsidiarias en México.
Así pasaron veinte años. A principios de los setenta, la producción agrícola ya no alcanzaría el ritmo del crecimiento de la población. Los cultivos de alta competencia internacional fueron abandonados, se pensó producir para el consumo interno y se sembró, a precios subsidiados, maíz corriente para ganado. La ganadería ?de carne, no de leche- fue el nuevo mito. A falta de planicies, se optó por desmontar la selva. Los Tuxtles y las Huastecas, como después el sureste, verían llegar pastos africanos que cubrirían colinas y cambiarían el paisaje.
La asfixia de los precios de garantía había llegado a que, en términos reales, el precio del maíz, en 1971, fuera menor al de 1940. Pocos, sin embargo, se atrevieron a decirlo entonces ?y menos a escribirlo- pero "la acción del estado como regulador de precios hacia más aguda esa situación" (Warman). Sin embargo, la realidad acabó por imponerse: millones de hectáreas de temporal se dejaron sin cultivar. Hasta los campesinos tradicionales que tercamente seguían sembrando maíz, se retiraron del mercado: sembraban sólo para el gasto de su casa. El maíz para las tortillas que demandaban las ciudades fue sólo para el gasto de su casa. El maízpara las tortillas que demandaban las ciudades fue importado por institución creada para mantener "la subsistencia popular". El precio de la tortilla tuvo que ver menos con su costo que con la política de mantener bajos los salarios de los trabajadores urbanos.
Los recursos que había producido la agricultura en los años buenos, nunca se reinviertieron en el campo. La idea predominante fue subordinarlo al propósito de construir una industria que sustituyera importaciones y a financiar la importación de bienes de capital. Esa industria recibiómaterias primas a precios más bajos de los que hubiera encontrado en el mercado mundial.
Así comenzaron a brotar, en los terrenos de antiguas propiedades agrícolas, fábricas de partes y componentes industriales elaborados por una industria protegida con créditos baratos, precios controlados y transportación y comercialización previamente pactadas. Los ingresos derivados de las exportaciones agrícolas (café) no regresaron al campo, se destinaron a importaciones de máquinas-herramientas o a la compra de las primeras residencias, ya no en París, sino en los Estados Unidos (por lo que pudiera pasar).
La mitad del territorio cultivable del país vivió esa crisis. Muchos terrenos se quedaron sin cultivar, sobre todo en las periferias de las ciudades, y encontraron como uso rentable convertirse en tiraderos de PVC o en cementerios de coches chocados. Los ejidos que habían sido prósperos, como La Guaracha, se convirtieron en socios menores de empresas transnacionales y sembraron jitomate y legumbres para la exportación.
Los daños por la contaminación del río Lerma y la laguna de Chapala ya no podían negarse ¿podía creerse lo que se veía? Las aguas se incendiaban por la gran cantidad de desechos industriales químicos y gasolina que se vertían a ellas.
Como resultado de la crisis de 1982 y pensando que se podía acabar, de un día para otro, con la estructura de subsidios y seguir al pié de la letra la moda del mundo, el gobierno retiró los apoyos financieros al campo.. Las viejas instituciones resultaban incapaces para enfrentar los problemas pero como no se crearon instituciones nuevas quedó un vacío. El viejo esquema corporativo que organizaba la producción del campo se fue disolviendo pero a los nuevos actores sociales se les siguió tratando como a menores de edad.
Ya en los 90, abierta la competencia internacional, el paisaje agrario presentaba una imagen de desolación y descuido: tierras abandonadas, pueblos empobrecidos donde vivían ancianos, mujeres y niños, sostenidos por remesas de dinero que enviaban los hombres que se habían ido "al otro lado". Ni los campos agrícolas destinados a los productos de exportación, ni los grandes compradores que ordenan y concentran el esfuerzo de muchos pequeños productores, mejoraban el panorama. El proyecto agrario imaginado para dar trabajo digno a todos, se desfondó. Quedó el instrumento de control de bases campesinas para conservar la hegemonía política, pero funcionaba mal porque ya no podía transmitir esperanza.
Después se quiso resolver el problema de la descapitalización del campo con reformas jurídicas que lo abrieran a nuevos capitales. ¿Acaso la asignación eficiente de los recursos no presupone una gran flexibilidad de los factores de la producción? La consigna de la política agraria fue si los agricultures no producen cultivos rentables y exportables, que se dediquen a otra cosa. Nunca en la historia del siglo XX la competencia había sido tan desproporcionada los países europeos y los Estados Unidos convertidos en exportadores de granos. Quedaba la nostalgia de las altas cifras de exportación agrícola de los años sesenta (63%) comparadas con las modestas cifras de los noventa (9%). Con o sin TLC, el 80% del comercio exterior de México, en productos agrícolas, se realiza con EUA, donde los rendimientos por hectáreas son cuatro veces superiores y la productividad 17% más alta que la nuestra.
La liberalización acrecentó la inestabilidad:las exportaciones agrícolas pueden aumentar, incluso llegar a ser superavitarias, pero no será por razones de productividad del sector sino por efecto de las devaluaciones, ajustes de precios internacionales o reducciones del consumo interno, carteras vencidas y recesiones.
En 1994 al maíz le dieron quince años de gracia. Ya pasaron cinco. ¿Alguien piensa seriamente que en ese lapso se superarán las "rigideces e inflexibilidades" que impone una cultura milenaria y que los campesinos productores de maíz determinarán sus cosechas por los futuros de Chicago? Con subsidios directos e individualizados a los productores pobres, sólo se aplaza el problema que habrá de venir. Por su parte, el "polo moderno", con la ventaja de su cercanía geográfica a las grandes ciudades consumidoras de los EUA, con aportaciones directas del gobierno para adquirir bienes de capital, impulsacon poca fuerza su modernización productiva (1% del PIB).
Ambos subsidios, más que una política de Estado, parecen responder a una coyuntura (1994) que puso en duda la idea de que el destino del campo es el de sostener caudillos y burocracias políticas y que la modernización debe ser entendida como el fin del campesinos tradicional. Eso explica porqué los subsidios se entregan "personalizados" y porqué coinciden en el tiempo las acciones de resistencia de los dueños de los ranchos y de los trabajadores de la tierra. Con historias opuestas pero convergentes hay rebeldías de propietarios y de campesinos indígenas.
A vuelo de pájaro, eso pasó con el campo mexicano. Cumplida ésta historia, ¿A quiénpuede extrañarle que haya conflictos y gritos de "¡Ya Basta!". ¿Cómo revertir el daño acumulado?