La Jornada Semanal, 16 de mayo de 1999
La venganza de los nerds
La noche de la masacre de la escuela Columbine de Colorado, los medios repetían obsesivamente que los jóvenes asesinos Dylan Klebold, de 17 años, y Eric Harris, de 18, pertenecían a un grupo de mal adaptados llamado la Mafia de la gabardina negra, una banda supuestamente ``goth'' de fanáticos de Marilyn Manson, Rammstein y KMFDM, que adoraban las armas de fuego y las bombas, detestaban a los deportistas, amaban a Hitler (atacaron el día del cumpleaños del Fürher), eran expertos en el juego de video Doom, posiblemente eran bisexuales, eran ávidos usuarios de Internet y participaban habitualmente en foros de chat. Es decir que respondían a la perfección a la imagen del peligroso criminal cibernético (introvertido, antisocial, extremadamente brillante) que han pintado los medios durante los últimos años. Klebold y Harris se identificaban con el nazismo pero, paradójicamente, odiaban en particular a los protagonistas del culto al cuerpo fascista: los deportistas. El grupo más popular y reverenciado por estudiantes y autoridades escolares en la mayoría de las institucionesÊeducativas estadunidenses son los deportistas, personas dotadas de una constitución y aptitud físicas privilegiadas, que a menudo se comportan como las juventudes hitlerianas: imponen la ley de la fuerza, acaparan a las estudiantes más atractivas, aterrorizan emocionalmente y atormentan a los débiles, especialmente a aquellos que no son populares, que no se someten a su dominio, que son diferentes, que visten raro, que tienen gustos musicales singulares, que son aplicados o que son señalados (con o sin razón) como homosexuales (en la sociedad escolar suburbana a menudo es más aceptable ser asesino serial que ser gay).
Los sospechosos habituales
Inmediatamente, el dedo acusador de los conservadores señaló a sus sospechosos de siempre: Internet, los videojuegos hiperviolentos, el rock, la televisión y el cine. Para aceptar esto debemos creer que existe realmente una relación causal entre las representaciones de la violencia y la violencia real. Este vínculo es por lo menos cuestionable y hay numerosas evidencias de que, en cualquier caso, no se trata de una relación directa, ya que pueblos como el japonés, que se nutren de una abundante dosis de imágenes superviolentas, tienen una tasa criminal muy baja, mientras otros que consumen raciones paupérrimas de imágenes a veces tienen altos niveles de crímenes, como Papúa y Nueva Guinea o Albania.
Medios depravados
Por lo menos desde la Revolución francesa, los censores de diferentes convicciones se han dedicado a denunciar la influencia nefasta de los medios impresos, desde las noveletas que glamorizaban el crimen hasta las estampas que representaban ejecuciones o ridiculizaban a la nobleza o al clero en posiciones grotescas o sexuales. Durante todo este siglo, el perfeccionamiento y masificación de los medios electrónicos ha dado lugar a una abundancia de imágenes violentas extremadamente convincentes. No obstante la avidez con que son consumidos los nuevos medios violentos, es semejante a la voracidad que provocaban los comics EC de horror y crimen durante la década de los cincuenta, las novelas pulp de los cuarenta, el desparpajado cine hollywoodense de los treinta y la antiquísima cultura del tabloide con su esquizofrénica fusión de morbo con indignación piadosa. La violencia sensacionalista ha estado con nosotros desde tiempos bíblicos como una manifestación de los orígenes paganos de la cultura y nuestra fascinación, casi genética, con el crimen, la muerte dolorosa y el mal en general.
Glorificar el horror académico
Es un hecho que Hollywood y ciertos autores de juegos de video glorifican la violencia, además de que, en los últimos años, la producción fílmica de esa industria ha parecido dictar la pauta de las tendencias criminales predilectas, en particular la fascinación con los explosivos que se volvieron a poner de moda con cintas como Carrie (De Palma, 1976), el filme emblemático de las fantasías de venganza de quienes han sido ridiculizados, humillados y rechazados en la escuela. En este año se estrenaron en Estados Unidos una secuela de Carrie (Shea, 1999) y otros filmes que describen las crueldades de la vida escolar como las comedias Dead Man on Campus (Cohn, 1998) y Jawbreaker (Stein, 1999); la epopeya deportiva Varsity Blues (Robbins, 1999), la infame aventura de adolescentes programados de Perturbados (Nutter, 1998), el horror chatarra de Todavía sé lo que hicieron el verano pasado (Cannon, 1999, absurda secuela de la cinta de Gillespie) y Juegos sexuales (Kumble, 1999), la versión adolescente de Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos. No es que estas cintas hayan influenciado el comportamiento de los asesinos, quienes llevaban por lo menos un año planeando su pequeña masacre, pero es evidente que Hollywood glamoriza y celebra el cruel orden jerárquico que quizás empujó a Klebold y a Harris a hacer realidad sus fantasías de revancha. Por todo lo anterior, aun si aceptamos que los medios tienen alguna responsabilidad en este crimen, es posible que la influencia no se deba a filmes como Asesinos por naturaleza, de Oliver Stone, sino a películas aparentemente inofensivas y a géneros insospechados.
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