La Jornada Semanal, 16 de mayo de 1999



Ricardo Garibay

La vida de Carlos Pellicer

Hay muertes -como hay vidas- que se unen por extraños caminos. Ricardo Garibay, que hace unos días dejó de observar, provocar, denostar, crear polémica y llenar los espacios con su inteligente voz de barítono discutidor, escribió también una serie de retratos póstumos. El de Pellicer, compuesto a su muerte, estuvo guardado, por pudor o por azar, durante años. Hoy, a un siglo del nacimiento del poeta, publicamos este retrato a modo de doble homenaje.

Uno

Del agua y del arcángel -así de fluente y majestuosa es a veces su poesía- parece haber venido Pellicer, a pasar setentaiocho años señor y prisionero de una vida tan poblada de fanfarrias como de devociones, tan llena de amor y rigor como cargada de bisuterías y trajines adjetivos.

Resumen de mucho de lo que somos, Pellicer, como hijo de todos nosotros, o ideal, o padre de la nación, o entrañable amigo de cada mexicano, o adversario siempre al acecho de ti, de mí, de ustedes los demás, Pellicer nos deja ejemplos poderosos, voraces, hipnóticos ejemplos a seguir y a no seguir, según su luz y su sombra, sombra y luz dibujadas como pocas veces ha sido dibujado un hombre en sus dolores, en sus esguinces y en sus alegrías. De muchos modos un artista profundamente nacional, universal, completamente admirable.

Estamos delante de su muerte. Nunca más volveremos a verlo. Y su muerte ha sido tratada con miseria burocrática y con ignorancia. Y los jóvenes no lo conocen. Y eso hace necesario hablar de él, decir quién era y cómo, para que por ahí salga la gana de leer sus versos, sus millares de versos, donde estamos todos reunidos con musical excelencia.

Murió, y me di a preguntar a fulano, a mengano y a perengano -que lo conocieron bien-, y con eso y mi testimonio he compuesto esta especie de retrato mural, que quiero grandilocuente y vertiginoso y casi sin ton ni son, una múltiple sensualidad contradictoria, para que de algún modo las palabras sean su imagen viva.

Dos

``Estamos ante aquél que a muchísimos enseñó a deletrear el arte y la naturaleza y lo lloran con íntimo infortunio, y dicen que era el gran artista bolivariano antiimperialista, imprescindible en Latinoamérica tan desdeñada por la inteligencia latinoamericana que se resguarda en capelos europeos; era el redescubridor de Velasco y Claussell; era el penúltimo gran maestro de la poesía como reverencia ante la vida y no sé quién vayaÊa ser el último; era el museógrafo poeta; era el artesano de los nacimientos-poemas; era el varón de una poesía elemental -lo digo en su prístina acepción-, la más vital poesía; era el que le dijo al embajador estadunidense, que hablaba y hablaba anticomunista de colmillos cariados: `A partir de este momento, señor, disculpe que lo deje hablando solo', y abandonó a zapatazos la embajada; era el poeta, museógrafo y andarín de personalidad tan variadaÊque sería defecto destacar una sola de sus cualidades, y sus poderes de seducción, aquella fe vasconceliana en su mejor especie, eran inapelables.''

Tres

``Estamos ante un hombre fundamentalmente bueno, poeta importante, patriota romántico que llevó su optimismo por la mexicanidad hasta extremos a ratos francamente insostenibles; y sin embargo, aquel empeño suyo, aquella su empecinada vocación por la raíz precolombina, aquel buscar nuestras grandezas en la antigüedad indígena y querer dotarnos de una autenticidad exclusiva y fuera de toda duda, eran respetables y nos hacen asomarnos a una posibilidad muy digna de atención; era hombre con el don de la amistad, aunque no era genuina la que ofrecía y acaso valga más decir que era un hombre con el afán por la amistad, lo cual no es frecuente, y no era genuino por el constante teatro a que se sometía y a que sometía a sus interlocutores y que hacía un poco quebradiza o variable su relación con los demás; era el don verbal por excelencia, la monumentalidad en la voz, que notablemente estaba huérfana de ritmo; era un hombre enamorado del paisaje y revalorizó a Claussell e inventó que revalorizaba a Velasco -mérito de Diego Rivera-, y amaba la pintura, sí, pero algo inocentemente, sin sabiduría y reducido al ámbito de lo mexicano, y su nula conciencia crítica no pudo hacerle ver esa limitación como un defecto; era un poeta solemne, enemigo del tono menor, antípoda de López Velarde, de voracidad sin temores y dotado de una feroz e insaciable aprensión sensual del mundo; cosas buenas, todas, poco habituales entre nosotros, y buena inclusive su homosexualidad, que él, acaso, sí llevó hasta límite donde significa un conocimiento mayor de la realidad, o un conocimiento inaccesible para los que nos consideramos naturales; está ya en la historia, nos pertenece, podemos ser mejores en su compañía, era el gran poeta tonto Carlos Pellicer.''

Cuatro

``Estamos ante el poeta cuya presencia en la juventud de muchos poetas que le siguieron en tiempo, fue definitiva; su huella puede rastrearse sin dificultad en la poesía mexicana desde 1925 hasta 1977, y seguiría vivible de modo permanente; era un gran poeta, al que fuimos abandonando conforme nos interesábamos en la reflexión y en el estudio, pues veíamos que misteriosamente siempre se quedaba en la linde del gran poema intemporal; veíamos que su sensualidad, poco labrada por la duda, arremetía sin más enarbolando moles fantasiosas, mitos que nos cerraban los caminos; ¡no más la idolatría frente al trópico!, ahora veíamos el trópico como un problema nacional, económico y político; ¡no más la gran naturaleza americana!, ahora la naturaleza americana era un subdesarrollo que mantenía a trescientos millones de hombres al margen de la modernidad; ¡no más los nacimientos ñoños, jobi burgués acompañado por el invariable poemita lloriqueante!; ¡no más las épocas heroicas vasconcelianas, servidas de sobremesa sin conciencia crítica y sin rigor histórico!; ¡no más aquel comunicar emociones a torrentes y ningún conocimiento, ninguna severidad!; ¡no más el amor levitante por las briznas y las basuras que pisaba en las veredas de sus excursiones!; ¡no más esa indignidad final de la senaduría!; ¡no más eso de cobrar dinero por autentificaciones falsas sobre supuestos cuadros de Velasco!; era gran poeta, sí, generoso poéticamente con la juventud, y perseguidor vergonzante de los jóvenes; le debimos buena parte de nuestro amor a la literatura, y nos quedamos con sus versos, que son, a fin de cuentas, lo que él más apreciaba de sí mismo.''

Cinco

``Estamos ante un hombre luchador desde su arranque por las más nobles causas, padeció cárcel y reverenció a su maestro, y, no como su maestro, jamás traicionó los ideales primeros; era un poeta extraordinario, pero se soterró en su provincia hispanoamericana, llegó hasta el primer cuarto de siglo e ignoró las corrientes modernas de la poesía mundial y un mucho se quedó en el adjetivo de la peor España; era, es cierto a pesar de aquello, poeta de voz muy singular; era la antisolemnidad revestida de solemnidad, la caricatura de la solemnidad; era la sensualidad como único puente hacia el mundo; era un espíritu rebelde por naturaleza y ajeno a las violencias que eso supone y olvidado de su rebeldía, al final, por desgracia, metido a senador y experto en cosas que desconocía, sí, sí, el amor al dinero que le vino de la nunca abundancia que le hizo olvidar su capacidad admirable para comunicar la pasión por las cosas del espíritu, y su naturaleza de maestro hasta en la simulación.''

Seis

Yo recuerdo que en 1943, una mañana, en junio, nos levantamos al alba, y en la estación del ferrocarril ya nos esperaba Pellicer, y dejamos el tren arriba de Tepoztlán e hicimos dos horas hasta el pueblo, porque Carlos se detenía explicándonos la plétora de la luz ``que impide ver, carajo, hacen falta cuatro o cinco nubes para mirar este milagro de horizonte'', y nos llevó al convento y nos hizo subir y bajar y cogía una rama seca ``mira, chaparro, con qué señorío monumental se recorta en el sol'', y compraba idolillos de a tres pesos y trataba a aquella gente pobrísima con natural y mucha reverencia, y dijo poemas de Díaz Mirón y de Darío y de Garcilaso, y su voz retumbaba rodando en los acantilados y ``enamórate del poema, del verso y sílaba por sílaba de cada palabra, y ya enamorado di el poema, cántalo, sólo así'', y nunca habíamos oído una voz igual, y luego en sus conferencias tropezaba con las teorías y los datos librescos, y la gente se impacientaba esperando el momento de lo mejor, de lo que querían de él, y llegaba cuando él decía ``bueno, dejemos lo que ignoramos y entremos en algunos versos. `Blancas y finas, y en el manto apenas visibles...''' y un estremecimiento de gozo recorría a la asamblea, porque era como tener cada quien a Díaz Mirón de cuerpo vivo; y luego en Bellas Artes ``entren, entren todos, todos, aquí yo mando por encima del presidente, carajo, señor portero, son poetas jóvenes y ya vendieron los pases que les regalé en la mañana, y deben entrar, tienen que oír a Borodín''; y esto: ``fíjese maestro cascarrabias, Garibay, acá, párese acá y agáchese, vea la ola de Claussell cómo se tiñe de sangre, busque siempre la luz más indirecta, la que parezca más lejana, y entre en el cuadro, léalo, minuciosamente, entienda que es un infinito y podrá estarlo leyendo durante toda la vida''; y recitaba y recitaba sin descanso, acribillándonos de poemas las orejas, y miraba y miraba y nos agarraba del cuello y nos hacía asomarnos cien veces a un juego de sombras, a una claridad, a una silueta, a la línea de una loma, al vaivén de una fronda, al avance del anochecer, o a la invisible pincelada del aire en los Velascos; y él con su cuerpo todo, breve y nervudo, chueco, atlético, los codos en la cintura y el semblante juvenil y asmático por el énfasis a punto de soltarse siempre; recibía yo su lección como catarata de imperios sobre lo que existe entre el cielo y la tierra, pues todo lo ignoraba y todo lo sabía, y de su pasión y de su ingenuidad quedaba flotando dentro de mí una reverencia y una gratitud que no me abandonarán; y no me abandonarán a pesar de que nunca hubo amistad a fondo entre él y yo, porque me cuidaba yo de su pederastia con mucha arrogancia y agresividad y él me las devolvía, y un día le grité ``vaya usted en serio al carajo'' y él gritó ``cuando usted se baje de su pedestal de huacales'', y desde entonces dejé de tratarlo; y a pesar de lo que me dolía verlo viejo y avaro, con cara de tortuga antediluviana y reverencial delante de los políticos.

Juicio

En las Memorias de Adriano dice la escritora Marguerite Yourcenar: ``Una profunda corrupción propiciaba una mediocridad de alma pareja en todo el imperio, y lo envilecía, lo asfixiaba.''

En el tiempo que estamos viviendo en la república, Carlos Pellicer y su capacidad de asombro, de fe, de devoción, de veracidad, su limpio cristianismo, su poesía, todo eso ondeando para siempre en la conciencia de todos nosotros, es contraste ejemplar; es herencia ilustre, es esperanza.

Tomado de De vida en vida,

de próxima aparición en Oceano.