La semana pasada estas líneas andaban de visita en un bar, registrando a los clientes habituales que beben solos en la barra, viendo hacia el frente o hacia abajo y conversando de lado, cuando se da el caso. Para no interrumpir tan pronto esta visita, y porque en la anterior faltó esa otra mitad de los bares que no es la barra, recurriremos a otro lazarillo. Antes fue Hemingway, ahora tendremos que dejarnos guiar, una vez más, por Buñuel. Según se intuye en sus memorias y en sus películas, don Luis era más de mesa que de barra y catalogaba al bar en dos géneros: al que se asiste con amigos y al que se va solo; él prefería el segundo.
Para dar una idea del calibre de las visitas barísticas del cineasta, se puede decir que a mitad del rodaje de Ese oscuro objeto del deseo, se presentó el nada despreciable inconveniente de que la actriz principal abandonó la película. Buñuel se refugió en un bar a pensar una solución. Antes de terminar con el segundo martini, y desde luego inspirado por los influjos de éste, había tomado la decisión de contratar una segunda actriz que hiciera las escenas que le habían faltado a la otra. El resultado es Angela Molina y Carole Bouquet haciendo alternativamente el papel de torturar el cuerpo y el alma de Fernando Rey.
Esta declaración, escrita en sus memorias, dará una idea completa de aquel calibre: ``Yo he pasado en los bares horas deliciosas. El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible. Costumbre antigua, robustecida con los años. Al igual que San Simeón el Estilita que, desde lo alto de su columna hablaba con su Dios invisible, yo, en los bares, he pasado largos ratos de ensueño, hablando rara vez con el camarero y casi siempre conmigo mismo, invadido por cortejos de imágenes a cual más sorprendentes''. O esta otra:
``Si pasas por Nueva York y quieres saber si estoy allí, ve al bar del hotel Plaza a las doce del día''. De México, por desgracia, nada más cita dos bares: El Parador, que es del género de ir con amigos, y el bar del hotel de San José Purúa, en Michoacán, que ya no existe. Esa idea de que el bar es un lugar de ``meditación y recogimiento'', donde puede hablarse con un Dios invisible, se parece cada vez menos a los bares. Imposible no meditar ni recogerse ni hablar con nadie frente a la imagen y al volumen de un partido de futbol o del show de don Francisco que transmite ese monitor infaltable de televisión, colocado en el lugar prominente del bar, para diversión de los bebedores y tortura de los que están ahí no nada más para divertirse, también para, por ejemplo, resolver el problema de que una actriz acaba de abandonar la película a la mitad del rodaje.
La televisión en los bares es un asunto que nos rebasa a todos; no se puede pedir que la apaguen porque de inmediato salta un cliente, o dos, o diez que protestan y que funcionan como evidencia de que se trata de un asunto que nos rebasa nada más a unos cuantos, no a todos; o de que los todos que están de un lado, son más todos que los que están del otro. A final de cuentas se trata de un síntoma de estos tiempos: si se cocina, se trabaja, se duerme, se convive y se hace el amor con la televisión encendida, ¿por qué demonios no se va a beber frente a la figura imposible de don Francisco? No queda más que tomar cartas en el asunto. Yo conozco una, que paso aquí rigurosamente al costo, con el ánimo de que, por respeto a la memoria de don Luis Buñuel, y por admiración a las bellezas de Angela Molina y Carole Bouquet, se aplique sin falta cada vez que se pueda.
Pablo, mi sobrino, tiene un reloj, que supongo puede comprarse en un puesto de fayuca, que además de dar fielmente la hora, contiene un dispositivo terrorista que es capaz de bajar el volumen, cambiar el canal o de plano apagar cualquier televisor a distancia. Todo es tan sencillo como, entre cerveza y cerveza, seleccionar en la pantalla del reloj la marca de la tele, la función que quiere aplicarse y apuntar en la dirección correcta. Pablo, que todavía no rebasa los diez años, encabeza ya esta insurrección; su padre y yo nunca asistimos a un bar sin su invaluable compañía. El día en que Pablo triunfe, podremos subirnos cada quien a su columna, como el Estilita, a intercambiar ideas en santa paz, con nuestro Dios invisible.