Frente a las guerras, las religiones han guardado posturas diversas y hasta extremas, incluso en miembros de una misma religión. Sobre todo en las religiones antiguas como la griega, la romana, la náhuatl, la celta, entre otras, encontramos no sólo la invocación de los dioses sino el concepto de guerra santa, así como el compromiso bélico y alianza que en determinados momentos la deidad asume con su pueblo. En el otro extremo, tenemos las religiones orientales como el hinduismo, el budismo y jensenismo que rechazan radicalmente no sólo la guerra, sino toda forma de violencia física y psicológica.
La guerra entre serbios (ortodoxos) y kosovenses-albaneses (musulmanes), y anteriormente croatas (católicos), así como los mensajes de paz de los jerarcas de las iglesias ortodoxas y de la católica en Hungría, nos obligan a preguntarnos sobre relación entre la violencia y la religión y qué responsabilidad del factor religioso está presente en este conflicto sangriento. Llama la atención que una de las raíces del conflicto en Yugoslavia es la intolerancia religiosa. Son conflictos que se remontan hasta el cisma de las iglesias orientales en 1054; son tensiones que se arrastran desde las cruzadas de los siglos XII y XIII y por supuesto la invasión otomana en siglo XIV que duró más de 500 años. Todas las etnias en diferentes momentos, y muchas de ellas en nombre de Dios, han tenido responsabilidad en los absurdos exterminios mutuos.
¿Podrán los cristianos ortodoxos, católicos y musulmanes continuar viviendo en la mentira que se introdujo subrepticiamente en la cristiandad desde que los cristianos tuvieron acceso al poder y en la que se identificaba la causa de Jesús con la del Estado? Muchas Iglesias se han identificado de tal manera con los fines del Estado que han llegado a constituir una misma carne con él. Aquí cualquier religión pierde su esencia para convertirse en ideología. No sin razón, Jean Meyer, cuestiona esta tesis para Kosovo, señalando que con más de 50 años de política antirreligiosa y secularización, lo religioso en el conflicto no es ni la causa ni la fuente determinante de las masacres ni de la guerra. Tenemos, sin embargo, demasiados escenarios donde lo religioso es arrastrado en el conflicto: Irlanda, el País Vasco, el conflicto palestino-Israelí, el fundamentalismo islámico, la dramática situación del Tíbet, entre otros.
Habría que preguntarse si lo religioso es uno de los reductos de refugio cultural, preservador de identidades, de aquellos pueblos arrasados. Los horrores de la guerra repelen, pero también fascinan. La violencia adquiere una envoltura mítica, corren leyendas de las hazañas militares, se despierta un sentimiento irracional en el psiquismo humano. ``¡No matarás!'' es un mandamiento absolutamente claro en las religiones actuales; no obstante, la humanidad lo ha camuflado de tantas maneras que le resulta fácil tranquilizar la conciencia, mientras continúa sacrificando las vidas de los demás en aras de la propia comodidad y seguridad.
Todas las grandes tradiciones religiosas actuales contienen visiones de un mundo en paz que han repercutido de algún modo en la política. Pero se han visto, a su vez, comprometidas al aplicar su visión espiritual al imperio terreno. De hecho, al menos en la historia occidental, los estamentos religioso y secular se han unido frecuentemente en la lucha por o contra los impulsos pacifistas. Mientras la tradición judeocristiana proyecta la visión de un futuro reino de paz, tal visión parece ensombrecida por el pesimismo con que esta misma tradición contempla las posibilidades históricas. Dicho de otra manera, si bien lo religioso puede influir en la exacerbación de un conflicto también puede ser un factor de reconciliación y pacificación. Este es el mensaje emitido por el patriarca ortodoxo y el pontífice romano y recogido con tibieza por la opinión pública mundial.
La violencia en los Balcanes no puede atribuírsele a lo religioso, pero este no escapa a los enraizados sentimientos de antagonismo étnico que existe en la antigua yugoslavia. Las guerras son fenómenos altamente complejos y multicausales. Las causas de una determinada guerra son mucho más profundas que el acontecimiento desencadenante y de las creencias religiosas.