n Ingresó a El Seminario de Cultura Mexicana
Olvidos y pérdidas, saldos del centralismo: Gutiérrez Vega
n Reivindicó a los poetas González León y Alfredo R. Placencia
Arturo Jiménez n Con una crítica al centralismo cultural en México -''responsable de muchas pérdidas literarias y de incontables olvidos"- y la reivindicación de los escritores jaliscienses Francisco González León y Alfredo R. Placencia, el poeta Hugo Gutiérrez Vega ingresó ayer a El Seminario de Cultura Mexicana.
Armado de un gratificante lirismo ensayístico dirigido al centro de las cosas de la vida, Gutiérrez Vega habló en su discurso ''Dos poetas en la sombra" de un par de extraños y entrañables personajes de los pueblos de Jalisco, quienes no escribieron para alcanzar la fama sino para poder vivir.
Se trata de dos poetas, dijo, que siguen creciendo hacia lo profundo, hacia la raíz y la semilla, pues, a la manera de José Gorostiza, agregó, González León y Placencia ''siguen vivos en su 'muerte sin fin'".
Del centralismo, criticó: ''La capital exige a los escritores de todo el país que se trasladen a ella y, cuando los tiene atrapados, les impone las reglas de su juego, obligándolos a cumplir los ritos y las ceremonias de un poder literario dividido en bloques y capillas que se pelean entre sí, niegan el valor del adversario y, en los casos extremos, lo ignoran y lo expulsan del parnaso".
Sin embargo, dijo que el farmacéutico González León (Lagos de Moreno, 1862-1945) no participaba en las disputas literarias ni buscó difundir su obra y, en cambio, ''demostró claramente un vago deseo de permanecer en la sombra y en el silencio".
Por eso, siguió, pocos se dieron cuenta, entre ellos su amigo Ramón López Velarde, que en esa sombra se escribía ''una poesía de refinada originalidad", la cual ''despide un perfume extraño" que no provoca el entusiasmo de ''los grandes perfumes conocidos".
Gutiérrez Vega -también periodista, actor y diplomático- avaló: su poesía ''es como un pequeño cuadro de Rembrandt, como una pincelada en un rincón de un cuadro de Zurbarán (...). Tanta vaguedad corre el riesgo de pasar desapercibida, pero esto no la afecta. Esta ahí, viva y latiendo, para que la descubran los buenos buscadores".
Entre otros que se han acercado en diferente forma y nivel a la obra de González León, mencionó a Pedro de Alba, Castro Leal, Alfonso de Alba, José Emilio Pacheco y Salvador Elizondo. ''Tal vez Phillips, el gran crítico estadunidense, y Ernesto Flores sean los que más se han aproximado al pozo oculto de donde manan las aguas de esta rara poesía".
Dijo que la simplicidad, el amor por las cosas pequeñas y las emociones íntimas son elementos de esta obra, pero "su ingenuidad es producto de una amargura que fue violenta y se arremansó con el paso de los años: su fe católica está hecha de dudas.
''Era demasiado sensual para aceptar la renuncia de los sentidos. Y pensar que algunos críticos despistados han visto en él una especie de poeta místico". Luego lo calificó como impresionista y simbolista.
González León escribió Megalomanías, Maquetas, Campanas de la tarde, De mi libro de horas y Agenda.
Poeta del abandono
Alfredo R. Placencia (Jalostotitlán, 1873-Tlaquepaque, 1930) era un sacerdote que, ante su terrenal existencia, fue mantenido por la jerarquía eclesiástica en pueblos lejanos de Guadalajara. Tuvo varios hijos, todos reconocidos y bautizados por él.
Entre quienes se han ocupado de la poesía de Placencia con mayor detenimiento, mencionó a Pacheco y Flores.
Dijo que es ''una obra llena de complejidades, deslumbrante en sus aciertos, deplorable en sus caídas, pero siempre capaz de iluminar y de conturbar el espíritu de los lectores".
Se trata, dijo Gutiérrez Vega, ''de una poesía natural, desaliñada, vagamente romántica, no del todo modernista, clásica -o neoclásica- a martillazos". Placencia, continuó, fue ajeno a los círculos literarios y sus lecturas eran escasas y desordenadas.
''El uso reiterado, y siempre fresco y natural, de giros de lenguaje popular, lo libró de caer en los lugares comunes, en la estrecha prisión del neoclasicismo (...). Escribía para conjurar fantasmas, para cantar ya que no sabía hablar, para dar testimonio de una lucha perdida desde antes de que la comenzara."
Su fuerza viene ''de la naturaleza misma, de la tradición imprecisa, caótica, del turbión de conflictos que agitaban su sangre". Su originalidad ''está más en su caudal interior que en sus procedimientos poéticos". El es ''el poeta del abandono".
Sus obras son El libro de Dios, El paso del dolor, Del cuartel y del claustro, Claros varones, El padre Luis, La franca inmensidad, El vino de las cumbres, Tumbas y luces y Poesías no coleccionadas.