El próximo lunes, el PRI dará a conocer las famosas reglas para la selección (¿elección?) de su candidato, sin embargo el clima es, más bien, de destape e impaciencia. Nada, ninguna declaración, ni siquiera las abiertas campañas de los aspirantes de todos conocidos, cancela la idea consagrada de que será el Presidente quien -dedo sucesorio por delante- diga la última palabra. ¿Y quién osa contradecir la tradición?
La reciente visita del jefe del PRI a Los Pinos, lejos de disipar esa sensación de vacua repetición, le dio fuerza al rumor de que el Presidente ya escogió, dicho sea en la jerga priísta, ``al bueno'', desatando de inmediato los consabidos destapes oficiosos, más teledirigidos que espontáneos, en particular del secretario de Gobernación, cuya segura y ya próxima inscripción en la nómina de precandidatos tiene todo el valor de una señal. Es el juego de siempre, señores, por más que el presidente del PRI diga que el Presidente (de la República) le dijo que no meterá el dedo en la sopa.
Dicho de otro modo, a días escasos de que se anuncien los reglamentos internos para la competencia priísta se extiende la sospecha de que las normas vendrán a ser una especie de retrato hablado del hombre del destino, de tal modo que la campaña interna se convierta en los hechos en una versión corregida de la democrática ``cargada'' de siempre. A esa conseja se atienen los partidarios de que todo cambie para que todo siga igual. Ese es, al menos, el sueño de muchos nostálgicos de los viejos tiempos, pero las cosas ya no serán tan fáciles. Es probable que ciertos personajes, como Miguel Alemán, esperen cómodamente tomándose un café en La Parroquia hasta ver si la fruta madura de la candidatura les cae en las manos, pero si así no fuera tampoco dudaría un minuto en aliarse con el más fuerte a fin de inclinar la balanza a favor, claro está, de un candidato ``de unidad'' al que se plieguen de grado o de fuerza los demás.
Las cosas, empero, están difíciles para otros aspirantes. Bartlett, por ejemplo. Sus posibilidades (en el sentido literal, como político en activo) dependen más que nada del tipo de reglas que se propongan y, en general, de las condiciones que se acuerden para la realización de las precampañas. El tema del dinero no es, ni mucho menos, un asunto secundario, pero el ex gobernador ha sido muy insistente al señalar que si las reglas de selección del candidato que se den a conocer el lunes próximo son equitativas nadie podrá llamarse a engaño y los perdedores estarán comprometidos a aceptar los resultados. Pero hay otros casos mucho más delicados. ¿Podría Madrazo, por ejemplo, plegarse a una regla de selección que le ate las manos?
Hay, empero, algo más importante que las pretensiones de los aspirantes. Los jefes del PRI tienen que ofrecerle a sus propias bases unas reglas de competencia que efectivamente propicien la participación de los militantes en la decisión final. Una simple consulta desde arriba, sin tomar en cuenta las opiniones individuales será un terrible fracaso. Cualquiera puede darse cuenta de que tras varios meses de especulación sobre estas cuestiones han surgido enormes expectativas entre los priístas, de tal manera que la dirección de ese partido no puede salir con un domingo siete en esta materia sin darle luz verde a la fractura tan temida del partido oficial. Muchos quisieran olvidar que el tema de las ``reglas'' no es una concesión presidencial, sino la consecuencia lógica de reconocer la crisis profunda en la que entraron los viejos procedimientos del priísmo. Darle la espalda al asunto adelantado del destape con otro nombre equivale a reconocer, otra vez, que el PRI es irreformable.
Falta poco para saber el desenlace, pero es posible anticipar que si el PRI, sus jefes, escamotean las legítimas aspiraciones del priísmo de base le sería muy difícil mantener su propia cohesión interna, que si bien es imprescindible en tiempos normales, resulta absolutamente vital en periodos electorales.
¿Destape con sabor a ``selección'' democrática? El lunes lo sabremos.