Jean Meyer
Roma en Rumania

Ese Papa vino del Este y quiere volver al Este. Antes de morir quisiera ver reunidos a los cristianos occidentales y orientales, separados por un cisma milenario, anterior de cinco siglos al que dividió a protestantes y católicos. Ha hecho suyas las palabras del patriarca Atenágoras (1960): ``¿Cree usted que con o sin `Filioque'* Dios gane o pierde algo? Dios no cambia bajo el impacto de nuestras disputas. Debemos unirnos sobre lo esencial: dejemos a los teólogos continuar las discusiones y empecemos uniéndonos a partir de lo que tenemos en común, el mismo Credo, la misma Escritura, los mismos sacramentos, los mismos apóstoles, los mismos mártires''. Juan Pablo II entró en ese ``diálogo de la caridad'', como lo llamaba aquel patriarca y por eso acaba de visitar Rumania.

Para que se realizara aquel viaje, fue necesario vencer muchos obstáculos. El gobierno de Rumania había lanzado la invitación hace tiempo, pero el Papa tiene como regla no aceptar una invitación que no esté acompañada por la de las autoridades religiosas del país. Hace un año todavía el patriarca rumano Teoctist había reiterado que una visita del Papa sería ``inoportuna, dado la persistencia de tensiones entre ortodoxos y católicos de rito bizantino''. En esa ocasión el gobierno rumano había pedido, en vano, a la Iglesia ortodoxa ``renunciar a su intransigencia en el pleito que la opone a la Iglesia uniata (católicos de rito bizantino) sobre varias decenas de templos cuya propiedad pelean las dos iglesias''.

El gobierno tuvo un papel de paciente mediador que contribuyó a un acercamiento espectacular. En agosto de 1998 el patriarca asistió a la celebración eucarística católica en Bucarest, y declaró: ``Acabamos de vivir un momento único, histórico''. Luego invitó al papa Juan Pablo II a aceptar la invitación del Estado rumano y las dos iglesias renunciaron a recurrir a la justicia para resolver su litigio inmueble. Así es como el Papa latino, el obispo de Roma pudo visitar, por primera vez, un país ortodoxo en su inmensa mayoría y encontrar al pueblo rumano todo, con las dos partes de esa Iglesia, ``culturalmente latina y espiritualmente bizantina'', dos tradiciones que tienen por vocación, en este país, no de entrar en rivalidad, sino de encontrarse. Quizá, algún día, los historiadores anotarán que Rumania tuvo un papel decisivo en el reencuentro entre Ro- ma y Bizancio.

La Iglesia ortodoxa rumana, al igual que las de Serbia y Rusia, ha apreciado el esfuerzo diplomático del Vaticano en el conflicto de Kosovo y la condena reiterada por el Papa de la guerra como modo de resolver los problemas. ``La paz es el nombre de Dios. Ninguna guerra es santa, sólo la paz es santa''. El Papa, sin embargo, mencionó la dura persecución sufrida por los católicos uniatas en Rumania, hasta 1989, pero lo hizo con suma moderación. Volvió a condenar toda forma de limpieza étnica o de discriminación, subrayando que ``una nación tiene el deber de hacer todo lo posible para afirmar la unidad nacional, fundada en la igualdad de todos sus habitantes, independientemente de su origen y su religión''. Si los rumanos forman la mayoría de los 22 millones de habitantes, los húngaros constituyen una fuerte minoría, católica y protestante, en la provincia de Transilvania; hay también alemanes, turcos y tártaros. Felizmente los gobiernos democráticos de Hungría y Rumania, en lugar de echar leña a la hoguera, han trabajado para dirimir diferencias históricas.

Nos quedaremos en esa visión esperanzadora de los dos ancianos vestidos de blanco, abrazándose, bendiciendo y llamando a la unidad cristiana y a la hermandad humana.

* ``Que'', ``y'' en español, es la palabrita latina del Credo que ha sido uno de los puntos del divorcio

* ``Que'', ``y'' en español, es la palabrita latina del Credo que ha sido uno de los puntos del divorcio.