Olga Harmony
La tectónica de las nubes

Es siempre bienvenida la oportunidad de conocer algo de lo que se hace en otras latitudes, sobre todo si se trata de una muestra del teatro que los ``hispanos'' hacen en Estados Unidos. José Rivera es un importante dramaturgo de origen puertorriqueño y pertenece a esa segunda generación de autores que ya escriben sus textos en inglés y poco a poco se van alejando de la primera generación de inmigrantes cuyo interés primordial estaba en defender sus tradiciones. Siendo Puerto Rico un estado asociado a la nación estadunidense, el problema de sus nacionales que residen en la nación del norte es diferente al de otros ``hispanos'' avecindados o nacidos en aquel país, pues son y no son reconocidos en la nación que domina a la isla en la que tienen su origen. Permanecen como ciudadanos sin plenos derechos y todavía, como otras minorías raciales y nacionales, son objeto de discriminación.

En La tectónica de las nubes se advierte con alguna claridad esta problemática, no sólo en el hecho de que los hermanos de la Luna no hablen español, o en que Nelson sea un héroe de alguna de las injustas guerras que emprende Estados Unidos, sino en el discurso final de Celestina en el que habla de un luminoso futuro de Los Angeles -muy definida utopía del autor- ya capital de Estados Unidos, sin discriminación racial y capital de la cultura del mundo. Es decir que Estados Unidos no sólo seguirá siendo ``América'', sino seguirá dominando al planeta. Y si bien cada quien es muy dueño de amar la patria que se le dé la gana, esta arrogancia, que ya molestaría en un anglosajón, en un discriminado puertorriqueño de origen resulta muy dolorosa.

La obra de José Rivera juega con la idea de la relatividad temporal un poco a la manera del viejo y olvidado J. B. Priestley con sus comedias del tiempo y con algún texto, todavía más viejo y olvidado, de Lenormand, con una pizca de ese seudo realismo mágico al que parecemos estar condenados los latinoamericanos. Excesivamente simbólica desde el contrasentido del título, la convergencia del Sol y la Luna -apellidos de los personajes- crea un momento fuera del tiempo que, bien visto y a pesar de los poco convincentes diálogos, ``poéticos'' en Celestina (y aquí hago la aclaración de que Otto Minera es un traductor excelente, como ya lleva demostrado en diferentes versiones y que por tanto las debilidades sin duda corresponden al original), podría ser interesante si no fuera por las graves deficiencias de la escenificación.

La lectura del director estadunidense -de quien no poseo ningún dato- William Payne me parece muy rebatible. Sostengo que para que irrumpa un suceso absurdo o mágico o como se le quiera llamar a algo muy fuera de nuestra realidad cotidiana, ésta debe ser presentada en escena con un realismo tan minucioso que se acerque al naturalismo. Bien esos micrófonos al principio, en los que hablan Celestina y Aníbal, que por analogía pueden sustituir la máquina, es decir el automóvil, en que ambos viajan, pero en todo lo demás la estilización mata lo que de sorpresivo puede tener el personaje de Celestina del Sol. No se salva la escenografía de la talentosa Mónica Raya ni su iluminación, por los mismos motivos, y no se salvaría aunque estuviera mejor realizada que lo muy precario que vemos. Y qué decir de que Nelson se presente, en su primera escena, con traje camuflado de campaña y que con ese mismo absurdo vestuario vaya a una reunión muy importante ``de alto nivel''. O que en su segunda aparición, para él dos años después, ya de civil y con neurosis de guerra, no traiga siquiera un pequeño maletín consigo de dónde extraer las cartas enviadas a Aníbal y que le fueron regresadas; cartas que trae en un bolsillo del pantalón, muy a la vista del público, lo que produce una sensación de teatro de aficionados, muy poco profesional.

Esta misma sensación persiste por el trazo escénico, muy frontal aun con el sofá cama que olvida la cuarta pared y en la poco imaginativa solución de los cambios escenográficos realizados por tramoyas a la vista. La dirección de actores tampoco es muy buena y se resiente en nuestro conocido por buen actor Alejandro Reyes que aquí está muy por debajo de sus posibilidades. La bella Natalia Traven por momentos convincente y en actuación francamente de aficionado Ricardo de la Rosa, quien sustituye cualquier matiz con gritos y manoteos en el aire.