José Blanco
El punching bag

Lo dicho. Algunos con frecuencia sólo entienden de embestidas ad hominem, aunque a veces resultan panegíricos inmerecidos: es una pena que la facultad de Luis Hernández Navarro para extender títulos válidos sea nula, y que mis credenciales, para merecer el que me ha extendido, sean tan exiguas: ''el heredero del maestro Lombardo''. Decía mi querido Carlos Pereyra: ''él era un intelectual y un dirigente de masas, pero en la izquierda algunos creen que Lombardo es un insulto''.

Tengo con Lombardo desacuerdos en veinte capítulos, pero no es difícil tenerlos pasado el toro de la historia. Con sus yerros y las cachazas del último tramo de su vida, Lombardo representa una de las tres corrientes profundas de la Revolución Mexicana. Es imposible agradecer sin rubor la desmesura del título extendido.

La otra desmesura, la de la parodia de una arenga de Demóstenes contra Filipo, que Hernández ha montado, no puedo asirla. Confieso que el bárbaro alud de ideología anacrónica bajo el que me ha sepultado, y la confiancita de trato que me dispensa alguien con quien una vez intercambié tres palabras personalmente, me superan. Extraña educación ésta, la de Hernández: me hace execrable pero, como a zapatista, me extirpa el rostro.

Con todo, debo hacer una aclaración y una reivindicación. Empiezo por la segunda. En efecto, ''viven dentro de mí'' no una, sino varias razones de Estado; las mías, naturalmente. No populistas, como las de quienes quieren pase automático y gratuito; no neoliberales, que he criticado con amplitud en este espacio; no anarquistas: a éstos las razones de Estado les producen grima.

El Estado es la forma más alta de organización de la sociedad. Como dijera Carlos Portantiero, nadie tiene que solicitar su incorporación al Estado, porque todo mundo nace dentro de él y dentro suyo muere. Lo que siempre estará a debate ųsalvo para los del todo respetables anarquistasų es qué organización de Estado queremos, qué razones de Estado deben prevalecer para todos. Reivindico las mías como deseables para el conjunto de la sociedad, asumo que existen otras muchas, y creo comprender la arcada de algunos frente a la razón de Estado; aunque ésta significa: ''política y regla con que se dirigen y gobiernan las cosas pertenecientes al interés y utilidad de la república''.

Mi aclaración. Los estudiantes ''son vándalos, ignorantes, provocadores, grillos, manipulados, ultras, minorías, irracionales, privilegiados, violentos, fósiles''. Palabras textuales de Hernández, no mías; yo no las he escrito en ninguna parte. Si quiere trampear con mis afirmaciones, allá él: todo está a la vista.

Ejemplifico: referí que en la manifestación del 20 de marzo fueron lanzadas imprecaciones soeces contra Barnés por unos pocos activistas. Este es un hecho cierto, por alguna razón no recogido por las crónicas de La Jornada.

He escrito también que quienes acceden a la educación superior constituyen una élite privilegiada por cuanto hoy apenas algo más de 15 por ciento de quienes son de edad universitaria (18/24 años), están en la universidad: una cobertura sumamente baja. Esta es mi afirmación y su contexto. Es un hecho cierto; obviamente extensible a todos quienes pasamos por la universidad.

Durante 30 años he tenido más de dos mil alumnos, en una de mis actividades más gratificantes. Con la gran mayoría de ellos guardo afectos perdurables que se expresan francamente cuando nos encontramos. Estoy, ciertamente, en las antípodas de expresarme de los estudiantes como Hernández cree que me expreso.

Ello sin embargo no me impide decir, cosa que aún no había dicho, que los estudiantes ignoran tantas cosas como las que ignoramos casi todos cuando fuimos estudiantes: muchas. Decir algo distinto sería demagogia extremadamente barata. Sin embargo, respecto a los estudiantes de Hernández, los que él cree ver, santificado sea su nombre.

Las demás lindezas que Hernández me endilga son un punching bag que se fabricó ad hoc para trompearlo a placer: sus inclinaciones. ųšAh!, un asunto sí: parece necesario escribir acerca de la cara conservadora del movimiento de autonomía de 1929, que Hernández seguramente ignora. Y una excusa a los lectores por ocupar así este espacio.