Una de las instituciones esenciales en el desarrollo de la humanidad ha sido y es la familia; así, sin familia no hay sociedad, si acaso hay individuos que buscan sobrevivir a pesar y casi siempre en contra de los otros individuos.
Si bien la sociedad es el resultado de la organización familiar, ésta lo es de la organización social y resulta de un complejo proceso a partir de la comuna nómada que, al cambiar a sedentaria, induce una enorme transformación.
La organización tribal, si bien reconocía el concepto de familia, lo entendía como la forma a través de de la cual la comuna podía reproducirse, pero que se supeditaba en principios y fines a los que determinaba el todo comunitario. Las partes eran en función del todo, no a la inversa.
La familia rural, amplia, es la organización que sustituye a la comuna, y la propiedad privada a la esencia comuna en la que todo era de todos, quizá porque nada era en realidad de nadie.
Ciertamente hubo un espacio que la comunidad, ahora organizada por partes, decidió preservar como el espacio que a todos pertenecía y crea al Estado como la instancia encargada de protegerlo. En este largo proceso hubo sin duda muchas transformaciones tanto en la familia como en el Estado, a pesar de los cuales se mantuvieron como las instituciones centrales de la organización social.
Como se sabe, la economía, la cultura, la cosmovisión, entre otros factores, contribuyeron a impulsar ese rico recorrido de transformaciones de la familia y el Estado.
Es en el presente siglo en el cual ambas instituciones dejan de ser funcionales; el Estado porque se arguye que está de más ante la innegable pertinencia de otras instituciones que lo han vuelto disfuncional e inútil, relevantemente el mercado; la familia, porque es ya incapaz de acercar los satisfactores que antes portaba, obligando a que la familia actúe de manera individual para acercárselos.
El desmantelamiento del Estado y el derrumbe de la familia son las características de la mayor involución social de que se tenga memoria, con efectos que serán impredecibles y que apenas se anuncian, aunque lo hagan con enorme virulencia, y que se presenta como los heraldos del quiebre de la civilización.
La pobreza como la característica de enormes grupos humanos no es otra cosa que el resultado de la falta de instituciones que atemperen los desequilibrios, la violencia, la enajenación, la depresión; son síntomas del derrumbe familiar; quién educa, quién preserva, quién agrupa si no hay familia ni Estado.
Antes que lamentar que cada vez más niños vivan en la calle o que se maten en la secundaria o asustarnos por la enorme depredación ecológica o el incremento exponencial de la drogadicción, aceptemos que no hemos encontrado las respuestas correctas, quizá porque no nos hemos formulado las preguntas correctas. Las certidumbres a toda costa son sólo la expresión del miedo a que la verdad interpele el cómodo espacio desde donde pretendemos postularlas. Es posible que aún estemos a tiempo... es posible.