Hermann Bellinghausen
Trabajar cansa más

Demasiado mar. Ya hemos visto bastante el mar./ Por la tarde, cuando el agua se extiende, incolora/ y difusa en la nada, el amigo la observa/ y yo observo al amigo, y mientras no habla nadie.

Cesare Pavese. Lavorare stanca
Traducción de José Agustín Goytisolo

Para seguir estudiando, Során tuvo que trabajar. Lo decidió el tío Arcadio, eres otra boca aquí y ve cómo estamos de arrancados, o cooperas o te vas. Así que Során trabajó de almacenista, asistente de mecánico, y pronto de mecánico en una fábrica de partes. La vida se le hizo cansada por primera vez, estudiar le vino como lastre.

Días había que llegaba a clases todavía con grasa en la cara y las uñas negras. Las mujeres no le hacían caso o le tenían miedo. Tan fuerte y tan oscuro, obstinado y silencioso.

Brenda lo recuerda de ese tiempo como un erizo, con una inteligencia inexpresada. Dice Brenda que ya era bien parecido, pero no se comportaba como si lo fuera. Lo de mecánico le impidió ser deportista, pero siguió siendo bueno para el básquet. Un día dejó de ir a la escuela.

A su papá le vino bien que regresara a la marisma. Se había agenciado una lancha y realizaba traslados entre La Maza y Puerto Reyes, y la mano de Során nunca estaba de más. En los ires y venires sobre el agua, el muchacho olvidó lo que había pensado que quería ser: abogado.

No porque los horizontes de una prepa de provincias sean estrechos, que las opciones de superación no pasen de las carreras alguna vez llamadas liberales, entre licenciado, doctor o dentista. No. Había intuido que la justicia estaba mal, que era necesario hacer algo con ella.

Volvió a sacar larvas, por ayudarle a su mamá, que había quedado encargada de esa parte del trabajo y con las hijas ya casadas en Puerto Reyes.

Fue su madre la que le dijo:

-Során, hijo, no te veo contento. Tú debes estudiar, esta no es vida para ti. Por nosotros no te preocupes, ya ves que siempre podemos.

Estaban con los pies metidos en el agua, como a un kilómetro de la costa. Lo mismo sentía Során el agua hasta el cuello. No dijo nada. Miró lejos, hacia un cegador reflejo del sol en la superficie del mar, y no vio nada. Callado, pensó de nueva cuenta. Cuando decide, decide.

-Papá -dijo días después-, me voy a la capital.

-¿Del estado? -dijo el padre.

-No, del país. Voy a estudiar.

Su mamá no abrió la boca. Nunca lo hacía cuando los que hablaban eran hombres. Pero sonrió con un dejo de tristeza.

A las pocas semanas, Során ya tenía el equipaje listo cuando llegó su padre con la mala noticia de que los agiotistas de Puerto Reyes le habían embargado la lancha, y confiscaron la carga con la mano en un güero los muy cabrones.

La primera reacción de Során fue me quedo, no nos vamos a dejar. Pero entendió que para hacer algo, la marisma no era dónde.

Había que salir de ese mundo estancado.