Marco Rascón

El 88 y los tiempos de Cuauhtémoc

No hay duda de que la gubernatura más difícil es la de uno mismo. Gobernar sobre los impulsos propios requiere temple y seguridad en los actos propios, pues ahí reside la responsabilidad del dirigente político que ve más allá del momento y determina, sobre las impaciencias colectivas, un camino seguro para el triunfo de la causa.

En 1988, para Cárdenas el reto fundamental era que el gobierno no frustrara y liquidara lo que había nacido: la nueva fuerza política del cambio democrático. Pocos percibimos entonces un hecho de gran importancia que describe a Cuauhtémoc Cárdenas en su magnitud y en su estrategia, que hoy lo coloca de nuevo en la lucha presidencial: en 1988, pese a las actas electorales que se levantaban en las plazas con los resultados a favor de él, Cuauhtémoc nunca se declaró el ganador, ni el presidente electo, y aunque el país lo decía y gritaba ("šEl pueblo votó y Cárdenas ganó!"), él no lo reclamó, pues haberlo hecho entonces hubiera significado terminar aquel episodio histórico en otra o muchas masacres, exilios, retractaciones, que nacerían desde la "razón de Estado", como sucedió con el vasconcelismo, el enriquismo y en el 68. Cuauhtémoc desde ese momento creyó en que sacar al PRI del palacio nacional no era un golpe de mano, ni siquiera electoral, como el 6 de julio de 1988, sino el resultado de una fuerza política nueva y democrática que sustituyera al PRI-gobierno y se prepara para ello.

Cuauhtémoc, en 1988, llamó a limpiar la elección y De la Madrid y Salinas se negaron a ello. Hoy sabemos que Cárdenas mantuvo la misma posición pública que en privado ante Salinas, y si bien la filtración de esa entrevista hubiese causado una gran confusión, la "inteligencia" del régimen optó por mantener entonces en secreto la reunión, pues calcularon que destruirían la imagen de Cárdenas y diluirían esa fuerza política a golpes de la reforma neoliberal. Para ellos, Cuauhtémoc sería el interlocutor de una oposición sin futuro, "nostálgica", la representación del pasado contra el futuro moderno, al cual destruirían poco a poco a través de los medios de comunicación, las traiciones y divisiones internas; la estrategia del secreto era para ellos la idea de acotar pero no destruir del todo, pues de esta manera garantizaban contener la oposición al proyecto neoliberal, lo cual era el objetivo central. Desde ese momento, un propósito claro, un objetivo del gobierno salinista fue escindir a Muñoz Ledo de Cárdenas, pues ambos constituían la base de una fuerza política alternativa al proyecto que se imponía de manera autoritaria, y desde sus diferencias, eran la base de la compleja alianza política que había puesto en jaque la sucesión presidencial de 1988 y había llevado a Salinas de la elección a la usurpación.

No es necesaria una comisión de la verdad para descubrir que, luego de la entrevista de Cárdenas y Salinas, la campaña contra Cuauhtémoc, el FDN y después el PRD no cesó. Salinas y más de un personaje de su corte competían a incitar y estimular a todo aquel que atacara al PRD y sus dirigentes. Sólo hay que recordar las páginas de El Nacional (ahora sustituidas por Crónica), cuya tarea era, a través de plumas mercenarias, atacar sistemáticamente todo lo que fuera cardenismo.

Cárdenas pasó esa prueba y la de 1994 con su cúmulo de confusiones, violencia y un PRD que se desfiguraba en busca de los sectores más conservadores. Zedillo "arrasa" con 17 millones de votos y, sin embargo, su debilidad expresa la debilidad y agotamiento de todo el sistema político mexicano, que entre devaluaciones y pifias, van revelando la naturaleza oligárquica e inmoral del salinismo, con el cual el país perdió soberanía, recursos, futuro y credibilidad.

Pese a esto, en 1997, en el mismo PRD pocos creían en la posibilidad de un triunfo de Cárdenas en el Distrito Federal. Los más le auguraban el fin y, con actitud complaciente, esperaban la derrota. Nuevamente, como en 1988, Cárdenas empezó con un puñado y terminó de nuevo situándose en el liderazgo político del país.

Esto fue posible en la medida de que Cárdenas supo percibir que la lucha por sacar al PRI del palacio nacional no era posible con base en una sola batalla, sino muchas. Esa estrategia la ha ido asumiendo cada vez con mayor seguridad la sociedad mexicana y, por eso, Cárdenas es un activo en la conciencia democrática, que está más allá del gobierno de la ciudad de México y sus circunstancias.

Las estrategias priísta y panista han sido convertir el Distrito Federal en el caos, y no lo han logrado. La calma puede convertirse en pocas semanas en virtud, luego de los desastres del PRI, la aprobación del Fobaproa y los desmanes en Quintana Roo. Por eso, se equivocó Porfirio Muñoz Ledo, pues cada vez que trata de revelar distancia y críticas hacia Cárdenas, se pelea no con una persona, sino con una estrategia que ha ido madurando en la conciencia de la gente y que no va a desechar por un discurso.

A diez años de la fundación del PRD, urge una restructuración que lo sitúe a la altura del largo proceso de integración de esa fuerza política, que fue preservada gracias a que Cárdenas ha sabido integrar los impulsos propios y los colectivos, con el tiempo. Cuando se gobierna así, se puede gobernar un país y sacarlo adelante en paz.