La huelga estudiantil en la UNAM va a iniciar su cuarta semana y si no se crean los espacios y las condiciones adecuadas para dar solución a las causas que la originaron se prolongará mucho más. El conflicto puede adentrarse en un callejón lleno de riesgos para los estudiantes, pero también para las autoridades.
Si la huelga estalló y se ha prolongado 19 días hasta hoy -debe insistirse-, sólo se explica porque los estudiantes defienden una causa justa (sobre la cual se ha argumentado mucho en estas páginas y en otras publicaciones) y no propósitos mezquinos. No es, tampoco, un movimiento producto de la acción conspirativa de fuerzas extrañas a la UNAM, por más que se insista en ello y la Secretaría de Gobernación lleve a cabo una ilegal labor de espionaje para descubrir los hilos y los autores de la conspiración, como ocurrió hace unos días en la casa particular de Ricardo Pascoe, delegado en Benito Juárez.
Ningún movimiento social de la magnitud de la huelga universitaria se produce si no existen causas verdaderas y condiciones para ello. Sin éstas, ningún grupo de dirigentes o agitadores, por más hábiles que sean, pueden llevar a decenas de miles de estudiantes a una acción de resistencia, como la iniciada el 20 de abril. Así es y así fue en el pasado.
Eso es lo que olvidan o no quieren ver desde el rector, sus asesores y todos los funcionarios universitarios, comentaristas de buena fe y otros de mala leche, hasta ex radicales de izquierda. Se empeñan en ver manos extrañas y propósitos políticos ajenos a la universidad, manipulación política, atraso o estupidez, donde sólo hay causas reales para la inconformidad y conciencia de la necesidad de defender a la universidad pública. Por eso no escuchan las razones de los estudiantes; siguen menospreciándolos; no les cabe en la cabeza que la huelga tenga justificaciones válidas, y ponen en juego todo tipo de iniciativas, presiones y amenazas para doblegar la voluntad de los estudiantes y aplastar su resistencia. En esa tarea, nada universitaria, reciben el apoyo de los ``ideólogos'' de la televisión Guillermo Ortega, Javier Alatorre y otros.
Pero a estas alturas del conflicto y de la huelga que cuenta con creciente solidaridad estudiantil y popular y la comprensión de buena parte de la opinión pública, además de preocupación política, el rector Barnés y el Consejo Universitario debieran admitir que cometieron un error y provocaron un grave conflicto. Les corresponde tomar la iniciativa para darle solución; no es suficiente hablar de la necesidad del diálogo y de resolver con métodos universitarios el conflicto, pues esos llamados tienen poco crédito si se mantiene la decisión que provocó la huelga. Están obligados a rectificar con responsabilidad universitaria, a menos de que sus propósitos sean los de una huelga larga, descomposición y algo más.
Desde otra perspectiva, si la medida extrema de la huelga se produjo y se ha prolongado tanto, resistiendo las presiones internas y externas, el acoso, la tremenda campaña publicitaria en su contra y las amenazas es, sin duda, por la justeza de sus motivos y la conciencia de su responsabilidad, por el futuro de la universidad pública amenazada, sí por el neoliberalismo, aunque a algunos les parezca un fantasma.
Los huelguistas recogen la herencia de otras generaciones de luchadores universitarios, pero han adquirido también una gran responsabilidad: la de conducir con inteligencia su movimiento, como lo han hecho hasta ahora, y conseguir la rectificación de la decisión del rector y el Consejo Universitario que los obligó a la huelga. Entre la herencia del pasado está prevenirse de los errores provocados por el infantilismo de izquierda en que fácilmente se incurre en movimientos ascendentes. Se confunden los deseos con la realidad, se exageran las posibilidades del movimiento y se menosprecian las fuerzas de los adversarios, eso conduce a decisiones tácticas equivocadas y costosas; en ocasiones, hasta a la derrota.
Transcurridas tres semanas de iniciada la huelga, los estudiantes seguramente ya son conscientes de que enfrentan a adversarios políticos y intereses económicos poderosos. Ojalá no cometan el error de menospreciarlos y caigan en el infantilismo al tomar sus decisiones de táctica. No es fácil, pues el movimiento es muy amplio y diverso; son variadas sus corrientes y es difícil adoptar acuerdos acertados de táctica en momentos decisivos y bajo presión.