Todos, individuos y naciones, tenemos derecho al futuro, es decir, el derecho a vivir con la certeza de que nuestras vidas no serán en balde, sino fructíferas. Nadie, sin embargo, tiene el futuro garantizado. El futuro se construye todos los días, con los anhelos y las luchas de todos.
Ahora mismo, el futuro de toda la humanidad vuelve a estar en riesgo, incluso, en uno mayor al de las dos primeras guerras mundiales. En el mundo nuclear de nuestros días, otra gran guerra fácilmente podría desembocar en un suicidio global. Y otra gran guerra es precisamente lo que deambula alrededor del bombardeo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Yugoslavia. Por fortuna, el instinto de sobrevivencia aún reacciona, y es probable que logre imponerse, como lo está ya haciendo ante la sorda guerra del neoliberalismo. Por eso ha vuelto a cobrar auge la propuesta de una ``tercera vía'': ni estatismo ni libertinaje mercantil.
Pero en México el panorama es distinto. Nuestro atraso es aún tan grande, que todavía padecemos gobiernos empeñados en ser más neoliberales que Reagan y Tatchter, juntos. Casi todo mundo ya sabe que la privatización de lo estatal no resultó la panacea que se esperaba al resucitar a Adam Smith con su camada de liberales primigenios. Pero el staff gobernante en México insiste en privatizarlo todo, directa o indirectamente: desde la industria eléctrica hasta la petroquímica, desde la educación (ya sin excluir a la propia UNAM) hasta el patrimonio cultural (ojo con la flamante iniciativa de ley en la materia).
Vaya, la fiebre privatizadora puede notarse hasta en la ofensiva contra los municipios autónomos de Chiapas. Cualquier autonomía que no sea la del ``mercado'', resulta inaceptable para los defensores del pasado. Mucho más, al tratarse de la autonomía indígena, que sería la primera piedra de un México en verdad incluyente, democrático. Así, el fundamentalismo neoliberal del staff gobernante está pulverizando el futuro de México, o privatizándolo, en el mejor de los casos.
Por ello, y porque nuestra nación tiene mucha historia, las principales luchas que hoy se libran en México, son una defensa del futuro. Los electricistas no quieren que el país ni su soberanía se apaguen a causa de empresarios privados/extranjeros y sus veleidades mercantilistas. Sin aspavientos, su movilización continúa y gana adeptos, no sólo entre todos los trabajadores del ramo, incluyendo a los del Sindicato Unico de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (SUTERM). También entre vastos sectores de la sociedad que han participado y seguirán haciéndolo en diversos foros del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME).
Los estudiantes, por lo pronto los de la UNAM, claramente luchan por el futuro de las nuevas generaciones. Las mayores cuotas que buscan imponer las autoridades no afectarían a la actual generación estudiantil. Y, sin embargo, la lucha sigue. Y seguramente seguirá, mostrando una creciente capacidad propositiva y de convocatoria, lo mismo que aportes significativos a una nueva cultura democrática: señaladamente, el de una lucha sin líderes caudillescos. Nueva cultura que comienza por garantizar a todos una educación trascendente, y a México, un futuro sin dogmas tecnoburocráticos, sin élites privilegiadas y, por supuesto, sin masas encarceladas en los sótanos de la ignorancia.
¿Qué decir de las renovadas luchas de los pueblos indios y del EZLN? Abiertamente, y desde el principio, su insurrección es contra un pasado de racismo e injusticias de toda laya, y a favor del único futuro posible: con la participación de todos y hacia una vida digna, humana. Máxime en una transición tan tortuosa como la que hoy vive México, la cual requiere muchas consultas a la sociedad. Por lo pronto, la del pasado 21 de marzo logró dejar claro que la mayoría desea un México multicultural, pluriétnico, pacífico, justo, digno y, entonces sí, próspero y democrático. ¿Qué sigue? Juntos, EZLN y ciudadanía de muy diverso origen, intentaremos avanzar una respuesta, del 7 al 10 de mayo, en el poblado chiapaneco de La Realidad.
Lo importante es seguir defendiendo el futuro de México. Y para ello se requieren muchas reuniones, consultas y luchas, cada vez más juntos, de más y más personas. Suena elemental y hasta panfletario, pero ¿hay otra salida? ¿Es preferible, por no decir ético, cruzarnos de brazos ante el derrumbe neoliberal y guerrerista de México?