n Siempre buscar y nunca hallar, lema del prestigiado creador
El quehacer diario y el atrevimiento, secreto de mi pintura, dice Oviedo
n Proyectan en México exhibir por primera vez sus obras en el Museo Rufino Tamayo
Mónica Mateos/ I n En 1988 Rufino Tamayo visitó República Dominicana. Durante su recorrido por el Museo de Arte Moderno de aquel país contempló en silencio la obra ahí expuesta hasta que llegó frente a un cuadro titulado Uno que va, otro que viene, uno que va, otro que viene, y exclamó: ''šEsto sí es arte!, Ƒquién es el autor?, quiero hablarle".
Así fue como se conocieron el pintor mexicano y su colega Ramón Oviedo (Barahona, 1927), considerado por los críticos de arte internacional no sólo el artista plástico dominicano más destacado del presente siglo, sino uno de los grandes maestros expresionistas de la pintura latinoamericana, de la talla del mismo Tamayo, Roberto Matta, Fernando de Szyszlo o del recientemente fallecido Oswaldo Guayasamín con quien, por cierto, lo unió una gran amistad.
Pincel incansable
Nacido en una tierra que se distingue no sólo por la voluptuosidad de su naturaleza agreste, sino por su pertinaz espíritu alborozado, Oviedo ha pintado casi desde que bajó de su cuna y se ponía a trazar en la arena los retratos de sus amigos imaginarios.
En 1963 obtuvo el primero de una larga lista de premios a su creatividad y trabajo, cuando participó en un concurso de carteles sobre la niñez que convocó el gobierno del entonces presidente Juan Bosch. Es autor de la obra considerada ''el Guernica dominicano" y que plasma la inquietud del artista en torno de la invasión estadunidense que sufrió el país a finales de los años sesenta. En la siguiente década es reconocido fuera de Dominicana al ser premiado en la Bienal de Sao Paulo, Brasil (1972), participar en la exposición Homenaje a la Pintura Latinoamericana, que se realizó en El Salvador (1977), y ser invitado especial en el homenaje que se rindió a Joan Miró en Palma de Mallorca, España, con motivo de los 85 años del pintor español.
Ha sido comisionado para realizar murales en diversos lugares de Estados Unidos y Latinoamérica, entre los que destacan Mamámerica, que realizó en 1982 en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA), en Washington; y Cultura petrificada (1992), que se encuentra en el edificio principal de la UNESCO, en París.
Poca es la obra de Oviedo que se puede hallar fuera de República Dominicana, pues además de la reclusión a la que se vieron forzados durante 30 años los artistas de aquel país, entre 1931 y 1961, debido a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, el coleccionista Isaac Lif convino posteriormente con el artista que le compraría toda su producción. Pero el pincel del dominicano ha sido incansable. No obstante que Lif cuenta en sus bodegas con alrededor de 500 cuadros de Oviedo, el creador no detiene su trabajo y, bajo rigurosos horarios, persiste en su idea de pintar para ''siempre buscar y nunca hallar", porque ello le brinda la posibilidad de nunca repetirse y gozar su trabajo en la continua experimentación de técnicas, materiales y temas.
Inspirado en antiguos conocimientos acerca de la vida y la muerte, los jeroglíficos primitivos y demás misterios de la naturaleza se incorporan a cada cuadro que Ramón Oviedo realiza no sólo con lienzo y óleo, sino con cuerdas, papel o yeso. Trabaja con capas que luego raspa para hacer aparecer a los genios que morarán perpetuamente en cada obra, pero sobre todo intenta olvidarse de los recursos aprendidos para indagar en otros.
Recientemente, el mimo francés Marcel Marceau y el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa se unieron a la propuesta de instaurar la Fundación Ramón Oviedo, que difundirá no sólo la obra del maestro dominicano sino la de sus colegas y a futuro la de nuevos talentos del arte. En México existe el proyecto de presentar por vez primera una muestra del quehacer profesional del artista en el Museo Rufino Tamayo.
Tímido y reticente a los reflectores, así como a la vida social que lo distraiga de su gran pasión que es pintar, el maestro Ramón Oviedo accedió a una charla con La Jornada en la casa de su marchant d'art Antonio Ocaña, ubicada entre las húmedas y cálidas montañas de República Dominicana, celoso siempre de descubrir a los extraños ese lugar arcano donde dialoga constantemente con seres mágicos y donde, dicen, cuelga de una viga del techo, atado del cuello, un muppet de la Rana René.
ųƑQué tiene esta tierra que nutre su sangre de artista?
ųMuchas cosas interesantes y también partes malas. En estos momentos en los que el mundo está convulsionado y hay peleas entre los hombres por donde quiera, en República Dominicana disfrutamos de tranquilidad, aunque salpicada de algunos conatos de desorden. Todo eso me hace efervescencia en el cuerpo y me pone a pintar de esta manera.
Vivir la tiranía de Trujillo
ųƑCómo fue su trabajo artístico durante la dictadura del general Trujillo?
ųBastante difícil, porque todas las dictaduras siempre tienen coartada la libertad de expresión y difusión del pensamiento. Me tocó vivir los 30 años de la tiranía más todo lo que ha transcurrido desde su muerte. Podría decir muchas anécdotas de lo que ocurrió en esa era, pero no se trata ya de narrar un pasado desagradable, sólo hay que mencionarlo y no ocultarlo. Fueron días difíciles para los artistas y para la parte intelectual del país, pues nuestras actividades llamaban la atención del dictador. Imagínate que salí de mi país hasta que cayó la dictadura, pues nadie se atrevía a ir a solicitar una visa pues con ello despertabas sospechas. Teníamos que hacer nuestro trabajo aquí en Dominicana, con la esperanza de algún día difundirlo y darlo a conocer ampliamente, como ocurrió después de la muerte de Trujillo. Por eso siempre le recomiendo a cualquier artista que viva un espacio de su vida como el que vivimos aquí, que no debe estar inactivo, hay que hacer algo siempre, aunque sea para guardarlo y darlo a conocer más adelante. Entre 1931 y hasta principios de los años sesenta muchos movimientos culturales dominicanos se movieron en la clandestinidad, agrupaban a los jóvenes de entonces, se hacía el trabajo y se difundía de manera panfletaria.
ųEn una situación tal, Ƒcómo hicieron para que no muriera la esperanza en el trabajo que realizaban?
ųNada más que trabajar. El artista auténtico no desmaya, por encima de todas las cosas hace siempre su trabajo, aunque sea para guardarlo. Por eso no hubo momento para cruzar los brazos. Hoy se conoce el trabajo que realizamos en esos días, y que no hacía necesariamente alusión a la barbarie de la dictadura, pero eso sí, tiene todo el rigor que requiere el arte. No corrimos ningún peligro porque nadie podía prohibir que yo pintara un cuadro donde recogía cualquier ambiente indigente, eso estaba ahí, a la vista. Pero si lo reproducía, le ponía un título y lo difundía al público, entonces la cosa cambiaba. Pero un cuadro se podía hacer, yo los hice y ahí están. El artista cuando es auténtico no desmaya, no se detiene bajo ninguna circunstancia.
ųMe imagino que cambió su forma de pintar cuando terminó la dictadura.
ųSí, claro. Vinieron los días de una calma siempre un poco explosiva porque en los meses y hasta en los años posteriores a la caída de una dictadura queda flotando en la sociedad una clase que no descansa en su afán por volver a dominar. Pero disfruté y disfruto días más tranquilos y con ello pude abordar otros temas que no eran el hacer alusión al malestar del ambiente del país. Me enfrasqué en un tipo de pintura metafísica, para filosofar un poco. Ahí me mantuve unos años. Fue una etapa que gustó mucho, a tal grado que todavía hay personas que aspiran a conseguir una obra de ese periodo, hay quien me lo pide. Pero es difícil volver hacia atrás. Cuando uno es creador inquieto, permanente, es difícil volver a hacer lo de años anteriores pues uno va añadiéndole cosas a su trabajo que van enriqueciendo la calidad del mismo. Por eso cambié de temas, de estilos, de técnicas, hasta de colores, aunque nunca he sido un pintor de colores estridentes porque llevo dentro una escuela clásica. Mi diseño en el trabajo, de 20 años para acá, es vanguardista, con una composición plástica más avanzada, pero la atmósfera, el ambiente y muchos fragmentos de la obra mantienen ese clasicismo, se siente el esfumado que es muy propio de dicha escuela.
"He practicado muchas técnicas porque me gusta siempre experimentar, buscar algo que enriquezca la calidad de la obra y sólo se consigue siendo atrevido, buscando todos los días algo, es decir, haciendo, no tanto para encontrar porque si yo supiera dónde están las cosas no tendrían ningún valor. El secreto está en el quehacer diario y el atrevimiento".