José Steinsleger
Sin causa ni bandera

La tragedia de los Balcanes ha desencadenado el debate sobre cómo las guerras destruyen el patrimonio de los pueblos, nuestra memo- ria. Con la previsible excepción de algunos intelectuales que se han puesto el casco de combate, la mayoría piensa que esta guerra es crimen inútil para contener crímenes no menos inútiles.

Sin embargo, basta que nos propongamos ``entender'' para sentirnos tentados a repetir, junto a José Emilio Pacheco, ``nunca más y otra vez'', ``el siglo de la muerte acaba con el triunfo de la muerte''.

Es cierto, todo está ahí, en la realidad. La realidad de que la vida es frágil y violenta, como el acto de nacer y, a veces, de morir. Coincido con la angustiante lucidez del poeta. Y seguiré apostando, como él, contra la cultura del sufrimiento, más poderosa que la publicidad y la misma muerte.

Pero si es lenguaje, la palabra comunica y acaba siendo más poderosa que la muerte y sus ideas. Y cuando no lo es, se pierde en la confusión de los datos y en alucinante información sin ton ni son. De los Balcanes a los Balcanes, Auschwitz simbolizó el sufrimiento del siglo. Aunque también expresó, programada y racionalmente, una forma de entender la cultura, la del sufrimiento y la culpa.

Esa cultura tiene que ver (¡todavía!) con la que a fuerza de buscar en las alturas valores ``trascendentes'' traiciona, como en el poema de Hšlderlin, el curso de los ríos y sus simples verdades.

Con ligereza psicologista creemos que las emociones y la violencia hacen a nuestra ``irracionalidad''. Y nos sentimos igualmente tentados a suponer que la destrucción y los crímenes son actos endosables a la ``condición humana''. ¿Mas en qué fuentes culturales bebió esta condición? Es parte de una larga y accidentada tradición: ``todos'' somos responsables, ``todos'' somos culpables. Ergo: nadie es responsable, nadie es culpable.

No obstante, en cuadros sociales tan desesperantes como el de los Balcanes creo factible sacar partido de la impotencia. Porque a diferencia de otras épocas, sólo la OTAN y Milosevic creen en su causa. Sería aventurado sostener que, a pesar de la propaganda, las sociedades involucradas y conscientes estén convencidas de la necesidad de esta guerra.

En las guerras mundiales, en las balcánicas o en las de descolonización se peleaba discutiendo juicios de valor, ideales que a los bandos en pugna les parecían coherentes. Hitler fue sostenido por millones de alemanes y millones lucharon contra Hitler, o contra las fuerzas de ocupación en los territorios de las ex potencias coloniales.

¿Dónde están los que defienden la causa de la OTAN o de Milosevic, dónde sus banderas, sus ideales, su pensamiento?

En los Balcanes hay una guerra de aparatos. La destrucción del aparato de un país que dirige un gobierno que quiso acabar con una parte del país. Si el anhelo de impedir el exterminio era válido, la lectura humanitaria (y aquí sí cabe el gastado vocablo) de las fuerzas en pugna hubiese conducido a la articulación de una fuerza bajo el mando de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Si no fue así es porque el principal deudor y chantajista del espíritu de la ONU no quiso que así fuese. Y esto, antes que ``antiamericanismo'' pueril, revela el poder de una sociedad ``abierta'' que, para imponerse, necesita cerrar el paso a todas las que disientan con ella.