Todo vuelve, tal vez modificado y agrandado... pero vuelve. El símbolo filosófico de nuestra vida es la rueda que, por más que dé vueltas, retorna al mismo punto como bien descubrió Sigmund Freud. Esta es la gran verdad por encima de otras verdades anteriores y secundarias. La verdad que presintieron además de Freud, Nietszche o Heiddeger.
Los tres mosqueteros de Dumas resucitaron en Yugoslavia. En el día sonaban los cañones sobre los ejércitos invisibles con toda la majestad del progreso destructor. De noche se batían los hombres como los héroes peludos de los Nibelungos, los mesnaderos del Cid o los guerreros de Bayardo, usando la lanza, el escudo y si era preciso el mordisco o la coz. En Yugoslavia los bombardeos estallan a toda hora pero, tarde o temprano, si no se resuelve el conflicto la lucha será por la ocupación de la tierra en luchas cuerpo a cuerpo.
Todos nos imaginábamos, hace poco menos lo que sería una conflagración moderna, es decir, una guerra científica: misiles más comunicación. Nada de choques cuerpo a cuerpo. Los encuentros personales, las cargas heroicas quedarían como algo del pasado glorioso o inútil. Los misiles y las computadoras teledirigidas iban a ser el único protagonista del combate moderno y la artillería un adorno.
Llega la guerra de Yugoslavia y los misiles y la propaganda e información iluminan el espacio. Todas imaginábamos que las diferencias se resolverían rápidamente. Nada, día a día está cada vez más cerca la necesidad de los combates en tierra. Los soldados tendrán que batirse lo mismo que en las edades prehistóricas -viendo los ojos del enemigo- recibiendo en pleno rostro su resuello jadeante. Pareciera que el hombre quiere ver qué es lo que mata. Los más sentirán despertarse en su alma el salvajismo demoledor de sus antepasados y no teniendo a mano la piedra, empuñarán el fusil.
Los habitantes albano-kosovares huyen por las carreteras hacia donde pueden. Ni un hombre ni un animal quedarán sobre el terreno. Los caminos extenderán sus cintas blancas, sin el moteado de la hormiga humana en huida desesperada. Luego el silencio, un silencio absoluto. De vez en cuando, como único signo de vida, algunos aviones o misiles que espiarán la soledad.
La guerra moderna está anunciada y será tan antigua como la humanidad. El polvo y el barro mezclados con sangre. El prototipo de la resistencia será la habilidad para crear trincheras y enterrarse. Cuando acabe la batalla científica empezará la batalla de los hombres, la pelea al estilo antiguo, que será el estilo eterno mientras nuestra especie conserve el gusto por exterminarse.
El desalojamiento brutal, el empujón definitivo es obra de la infantería que tendrá que avanzar fusil en mano. A su fulgor infernal se buscarán los hombres dando rugidos de muerte, crujirán los pechos bajo la punta de las bayonetas, estallarán los costillares al recibir el golpe de los culatazos, etcétera, y para llegar a eso, como epílogo de toda guerra, se han calentado los sesos los inventores al servicio de las fábricas de guerra superando cada año un aparato de matar en el último alarido de la moda. Todo vuelve tal vez modificado o agrandando, pero vuelve... Lo irracional del hombre que se escapa, se escapa... Aunque la OTAN (Clinton) suponga que puede ganar la guerra apretando teclas de una computadora teledirigida por los aires y reforzada por sus sistemas de comunicación.