Octavio Rodríguez Araujo
Otra propuesta

Todo conflicto de posiciones presupone una cierta relación de causalidad. El rector de la UNAM propone el Reglamento General de Pagos (RGP) y obtiene expresiones en contra. Quienes están en contra piden diálogo, pero por diversas causas de sobra conocidas, éste no se da. Lo que sí se da es una mayor polarización y, al menos en apariencia (aunque pienso que es una realidad), las posiciones encontradas se hacen más intransigentes. Y como ocurre en todo conflicto de este tipo, en el que las partes tienen que demostrar un cierto grado de fuerza, las posiciones se endurecen y tienden a apuntar a una conciliación cada vez más difícil.

Para buscar entendimiento, obvio, tiene que haber diálogo, y a partir de éste es previsible que se concilien algunas posiciones y se lleguen a algunos acuerdos que se puedan expresar en consensos entre las partes. Si la intransigencia de una parte persiste, las demandas de la otra tenderán a ser cada vez más radicales y a aumentar en número, como ya está ocurriendo.

El movimiento que vive la UNAM se inició por el RGP y se acrecentó por la forma en que fue aprobado. Ergo, para que haya diálogo, es decir acercamiento entre las partes para buscar una solución, se debe reiniciar el proceso, es decir dejar sin efecto el origen del conflicto. Este es un punto que tendrían que entender el rector y el grueso del Consejo Universitario, si de veras se quiere diálogo, levantamiento de la huelga y solución del problema (en este orden). El rector no puede, porque no está en sus atribuciones, abrogar el RGP, pero sí puede invitar al Consejo Universitario a hacerlo o, por lo menos, a suspenderlo en aras de lograr la armonía que requiere la UNAM para un diálogo efectivo entre las partes. Los estudiantes, por otro lado, si de veras son consecuentes con su oposición al RGP y con su reiterada demanda de diálogo, deberían aceptar como mínimo la suspensión del reglamento por el tiempo que dure el diálogo y, con éste y los argumentos del caso, convencer de que debe derogarse y sustituirse por otro que se ajuste a los consensos que se logren en el diálogo.

Si las partes no regresan al origen, el diálogo será muy difícil, si no imposible. Y regresar al origen significa no sólo comenzar por la discusión de la pertinencia y validez o no del RGP, sino también que rectoría haga algunos ofrecimientos que sí están en sus manos, como por ejemplo cancelar las actas o demandas contra estudiantes, correr el semestre escolar (mientras todavía sea posible) y aceptar en la agenda de diálogo que se discuta la universidad que queremos los universitarios. No aceptar este último punto sería un error, pues se quiera o no, el conflicto por el RGP ya lo provocó.

Rectoría quiere un diálogo sin público y sin la presencia de medios de comunicación. Los estudiantes quieren un diálogo público y con medios de comunicación. Me parece que las dos posiciones se pueden moderar con una propuesta alternativa, que me permito retomar de esquemas ya probados: que sendas comisiones, con capacidad resolutiva, al final de cada jornada y cada una por su lado, haga una declaración a los medios sobre los avances, las diferencias y los puntos pendientes. Si existe desconfianza de ambas partes sobre la seriedad y firmeza de sus delegados en el diálogo, éste nunca podrá darse o, de llevarse a cabo en tales condiciones, las resoluciones a que se lleguen no servirán de nada. Si lo que quieren las partes es un debate, una mesa redonda en la que el público aplauda o abuchee a los participantes, podrá resultar interesante, pero no se llegará a nada y los consensos no se podrán construir; pues en un debate las partes tratarán de ganar simpatizantes y no de llegar a acuerdos y, en estos momentos, lo que la UNAM necesita es alcanzar acuerdos, no aumentar las diferencias y la polarización.

Alguien diría que para que exista el diálogo los estudiantes deben levantar la huelga. No lo pienso igual. No había huelga cuando el rector propuso el RGP ni cuando una parte del Consejo Universitario lo aprobó. La huelga es un efecto de una causa provocada (y prevista por muchos). Si para que haya diálogo se suspende o se elimina la causa, el avance en el diálogo y la construcción de consensos llevarán, necesariamente, al levantamiento de la huelga, pues ésta no es un fin en sí mismo sino un medio para un diálogo efectivo. Y éste, a su vez, un medio --el único posible en la universidad--, para llegar a acuerdos y soluciones sin olvidar que lo que define a la universidad es la diversidad de sus opiniones, y no una suerte de monolitismo impuesto por la intransigencia.