Raúl Ross Pineda
El fiasco de la doble nacionalidad

El pasado 21 de marzo la "ley de no pérdida de la nacionalidad mexicana" cumplió su primer aniversario. Sus anteriores panegíricos probablemente se abstuvieron de celebrarlo porque, a juzgar por los pobres resultados obtenidos durante su primer año de vigencia, esta ley parece estar destinada a convertirse en un fiasco más de la política del gobierno mexicano hacia los mexicanos en Estados Unidos.

Antes de la ley de doble nacionalidad, el mexicano que adoptaba la ciudadanía de otro país perdía su nacionalidad mexicana. De acuerdo con los promotores de la nueva ley, esta circunstancia era obstáculo para que los mexicanos residentes en Estados Unidos adoptaran la ciudadanía de este país. Esta inferencia no tiene fundamento, pero lo insólito del caso es que el gobierno federal mexicano llegara a la conclusión de que le correspondía la tarea de estimular a los mexicanos a buscar una ciudadanía extranjera. Alejandro Carrillo Castro, actual director de "la migra" mexicana y uno de los promotores de la doble nacionalidad, decía en 1995 haber "descubierto que la razón de los mexicanos para no hacerse ciudadanos estadunidenses es porque perderían la posibilidad de ser propietarios en México".

De acuerdo a sus promotores, los pseudoproblemas señalados serían resueltos reconociéndole a los mexicanos la posibilidad de la doble nacionalidad. La Constitución Mexicana se reformó para permitirla. A la aprobación de la ley le sucedió una cascada de reformas a otras docenas de leyes secundarias; pero, la mayoría de éstas sólo reiteró el carácter simbólico de la doble nacionalidad.

Lo anterior engrana perfectamente en otro razonamiento de los promotores de la doble nacionalidad: ésta, más que otorgar en México derechos a los ciudadanos estadunidenses de origen mexicano (que en la práctica cualquier extranjero tiene), lo que buscaba era animar a los mexicanos a naturalizarse estadunidenses para obtener y ejercer derechos en igualdad de condiciones del resto de los estadunidenses en Estados Unidos. Tomando en consideración la ola de ataques antiinmigrantes desatada en Estados Unidos, la doble nacionalidad fue entendida como tabla salvadora contra el antiinmigrantismo. El discurso suena bien. El problema es que las víctimas son los inmigrantes indocumentados, que no pueden aspirar ni a la ciudadanía estadunidense ni a la doble nacionalidad.

Aún así, los promotores de la doble nacionalidad exageraron sus presuntas virtudes, llegando al extremo de atribuirle la capacidad de decidir el desenlace de la elección presidencial estadunidense de 1996. Aunque sólo algunos periodistas estadunidenses se la creyeron, esto fue suficiente para que los funcionarios mexicanos aplazaran la aprobación de la ley para después de la elección y evitar acusaciones de intervencionismo en la política interna de Estados Unidos.

Pasemos a los números.

En 1998, el Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos informó que al cierre de 1997 un poco más de un millón era el total de personas nacidas en México naturalizadas estadunidenses, de las cuales más de 217 mil lo hicieron durante 1996. En contraste, hasta el 3 de enero pasado la Secretaría de Relaciones Exteriores de México sólo había recibido 12 mil 388 solicitudes de recuperación de la nacionalidad mexicana, con las cuales había expedido poco más de 6 mil 500 certificados de nacionalidad. Para beneficio de los promotores de la doble nacionalidad, esperemos que en los próximos años empiece a expresarse alguna proporcionalidad entre naturalización estadunidense y doble nacionalidad; pero, por ahora, es obvia la desconección.

Reconociendo el fracaso de la ley de la doble nacionalidad, el cónsul de México en Los Angeles, California, José Angel Pescador, hace unas semanas quiso ofrecer la pobreza de los números de la ley como evidencia de que el voto de los mexicanos en el extranjero tampoco interesaría. Pescador sabe que los titulares de la doble nacionalidad no son los mismos que los beneficiarios potenciales del voto extraterritorial y que estos últimos, según encuesta de la comisión de especialistas del IFE, en más de un 80 por ciento desean ejercer su derecho al sufragio.

En una afortunada expresión, Carrillo Castro decía en Zacatecas a manera de autocrítica que "nosotros los mexicanos que radicamos aquí, sentimos que la mejor manera de ayudar a que no la pasen tan mal los mexicanos en el extranjero, es mandarles una lata de chiles Clemente Jaques y unas banderitas para que el 15 de septiembre puedan agitarlas en la 'Ceremonia del Grito'". Lo desafortunado es que, aunque ahora le pueda doler, la doble nacionalidad, por sus resultados, todavía no ha sido valorada en mucho más que eso.

 

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